Capítulo 32. La redención

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Observé a Scott, se había quedado en silencio y con la cabeza baja, todavía recostado en la barandilla, con el viento sacudiendo un poco su cabello rubio. Sus hombros se hundían con el peso de una culpa que parecía insuperable. La barandilla crujía bajo su peso, como si también ella sintiera su tristeza. Intenté hablar, intenté darle consuelo aunque no sabía cómo hacerlo, aunque quisiera con todas mis fuerzas eliminar esa expresión de tristeza y abatimiento en su rostro.

—Scott, lo que le sucedió a Max no fue tu culpa, no lo hiciste por voluntad, estabas siendo obligado —intenté darle ánimos, acercándome un poco más, esperando que mi cercanía le brindara alguna forma de consuelo.

Él no respondió de inmediato, sus ojos perdidos en el horizonte. Finalmente, susurró con voz quebrada:

—Max me odiaba antes de saber todo esto, ahora no quiero imaginar lo que debe sentir por mí, más desprecio.

Scott seguía sin voltear a verme, como si la mirada al frente pudiera de alguna manera mantener su dolor a raya.

—No mentí al respecto, ¿sabes? Conocer a Max fue algo muy distinto, fue conocer a un verdadero amigo, fue como tener un hermano por primera vez, uno con quien podía sentirme completamente normal, como si todo estuviera bien. Como si yo solo fuera un adolescente en la escuela con preocupaciones sobre fútbol, por un momento llegué a sentir que todo eso era real.

Sus palabras estaban llenas de nostalgia y amargura, tanto que me atravesó el corazón. Sabía que no bastaría con decirle que no era su culpa, que las cicatrices de lo vivido eran más profundas de lo que las palabras podían alcanzar.

—Scott...

—Y Akram me lo arrebató —continuó, su voz cargada de rabia esta vez—. Me quitó la poca felicidad que llegué a tener, me hizo asesinar a mi mejor amigo.

—Lo haremos pagar cada cosa que nos ha hecho a todos, Akram debe pagar, es un monstruo —respondí, mi voz firme—. Solo dale tiempo a Max, él es muy compasivo. Por ahora se debe sentir muy traicionado, pero sé que logrará entender por qué sucedieron las cosas y te perdonará.

Él asintió lentamente, y aunque no estaba segura de si realmente me había escuchado o no, había un atisbo de esperanza en su mirada.

Guardamos silencio por un tiempo. Dejé que Scott se sumiera en sus pensamientos, dándole el espacio necesario para enfrentar sus demonios. El viento susurraba a nuestro alrededor, y el sonido de sus manos inquietas rompía la calma, una señal de su agitación interna. Me quedé a su lado, en silencio, no queriendo presionarlo a hablar antes de que estuviera listo.

Finalmente, Scott rompió el silencio.

—La historia que le conté a Max inicialmente fue real. Nací en Seattle, viví allí por un tiempo. Mis padres tenían un negocio de restaurante, mi padre quería que yo me hiciera cargo porque era hijo único —comenzó, su voz vacilante—. Pero yo no hice las cosas bien. Estaba en una etapa de mi vida donde no quería hacerme cargo de un aburrido restaurante, así que me involucré con personas peligrosas.

—¿Peligrosas? —repetí, intentando comprender.

Scott asintió, su mirada perdida en el pasado.

—Me involucré en los casinos, apostaba constantemente y, la mayoría de las veces, lograba ganar una buena cantidad de dinero. Pero en una ocasión, me encontré con un hombre que me pidió algo que en su momento pensé que era una buena idea. Me pidió ser su mercenario, matar por él, matar a sus enemigos —su voz se tensó con incomodidad, y vi un destello de dolor en sus ojos—. No quiero ahondar mucho en ese tema, pero terminó en la muerte de mis propios padres. Los asesinaron porque yo estaba metido en un mundo que no debía, así que sus muertes también son algo que me pesan.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora