Capítulo 37. El encuentro

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Me sostuve la cabeza entre las manos mientras un grito desgarrador se escapaba de mi garganta. Las lágrimas ardían en mis mejillas, cayendo en un torrente incesante. Akram, sentado a mi lado, se reía con crueldad, una risa fría y penetrante que se clavaba en mi conciencia como espinas. No me había tocado, ni siquiera levantó una mano, pero yo ya gritaba en agonía. El dolor que sentía no era físico, era un tormento que emanaba desde lo más profundo de mi mente, un dolor que retorcía mi percepción y distorsionaba la realidad.

Ya no sabía si lo que veía era real o simplemente una ilusión creada por mi mente fracturada. Después de tantas torturas mentales, mi cordura se había desvanecido, y lo poco que quedaba de ella se aferraba desesperadamente a una realidad que se desmoronaba a mi alrededor.

—Por favor, ya basta... Me duele... —mi voz era apenas un susurro débil.

Los ruidos de estrépitos y gritos llegaban a mis oídos, provenientes de algún lugar más allá de esta oscura habitación. Pero tenía los ojos cerrados, incapaz de enfrentar la visión de lo que podría encontrar si los abría. No sabía cuánta sangre había perdido, ni cuánto tiempo llevaba sin comer. Solo sabía que la muerte estaba cerca, envolviéndome con su frío abrazo. Era el final, el final de la última navegante de los mundos intermedios.

—¿Escuchas eso? —la voz de Akram era suave, casi susurrante, pero cargada de un veneno que se arrastró hasta mis entrañas—. Apuesto que son tus valientes amigos que han venido a rescatar lo que queda de la pobre Amara.

Su tono era burlón, pero su risa no contenía alegría. Era el sonido de alguien que disfrutaba ver la destrucción que había causado.

—Tengo el poder suficiente para destruirlos a todos apenas pongan un pie en este lugar —Akram murmuró—. ¿No sería divertido? Al final, yo gano. Al final, todos ustedes mueren, y yo me apodero del limbo y de otros mundos para siempre.

Sus palabras resonaron en el aire como una sentencia, pero yo estaba demasiado perdida en mi propio dolor para responder. Cada fibra de mi ser estaba envuelta en agonía, un dolor tan profundo que me robaba incluso la capacidad de reaccionar. Apenas noté cuando la puerta se abrió y entraron figuras, sombras vagas que apenas pude distinguir en mi estado de confusión. Mantenía mis ojos cerrados, atrapada en el abismo de mi mente, donde el sufrimiento era lo único que conocía.

Las voces llegaron a mí como un eco lejano, seguidas por golpes que hicieron vibrar la habitación, pero fue la risa de Akram, llena de cruel satisfacción, lo que me arrancó de mi letargo. Abrí los ojos con dificultad, tratando de enfocarme en la escena que se desplegaba ante mí.

La imagen se distorsionaba, como si el mundo estuviera siendo visto a través de una capa de agua. Vi a Scott, su figura reconocible a pesar de lo borroso de mi visión, enfrentándose a Akram. A su lado, una mujer rubia, cuyo rostro me resultaba vagamente familiar, comenzaba a concentrar energía en sus manos. Ondas de poder emanaban de ella, creando una fuerza enorme en el aire. La sorpresa se dibujó en el rostro de Akram, pero antes de que pudiera reaccionar, fue golpeado con brutalidad por aquella energía, siendo lanzado contra la pared con un estruendo.

—¡Ve por ella! ¡Yo me encargo de este bastardo! —gritó la mujer, su voz con una determinación que me era extrañamente familiar. A pesar de mi confusión, algo en su tono me recordó a Thalassa, pero no podía estar segura.

Scott corrió hacia mí, su preocupación evidente en cada paso que daba. Cuando llegó, me tomó el rostro entre sus manos, esas manos grandes que siempre habían sido un refugio para mí. Al encontrarse nuestras miradas, vi el dolor reflejado en sus ojos, una tristeza tan profunda que atravesó mi confusión momentáneamente, recordándome lo que una vez habíamos compartido. Sin embargo, el veneno que Akram había sembrado en mi mente era más fuerte.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora