Capítulo 10. El legado

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Cuando abrí los ojos, me encontré de nuevo en el limbo. Todo a mi alrededor sucedía de forma lenta y nebulosa. Me incorporé con dificultad, notando cómo las lágrimas corrían incontrolables por mis mejillas, ardientes y silenciosas.

Scott permanecía inmóvil y distante, apenas visible en la penumbra. A mi lado, el fantasma esperaba en silencio, su presencia cargada de una expectación pesada. Mi cuerpo temblaba, y una sensación de desorientación me envolvía como una nube densa. Con la voz quebrada y un susurro apenas audible, rompí el silencio:

—Tu nombre era Jane —empecé, mi voz resonando suavemente—. El día de tu muerte, estabas llena de ira y frustración porque se le había negado rotundamente la educación a las mujeres. Estabas decidida a luchar por ese derecho, a desafiar las normas y abrir las puertas de este colegio. Pero en tu determinación, no te fijaste al cruzar la calle y un carruaje te atropelló.

Mis palabras parecían flotar en el aire, cada una cargada de tristeza y resignación. La figura del fantasma se agitó levemente, como si mi relato evocara recuerdos dolorosos. Sentí una conexión profunda, un hilo invisible que nos unía a través del tiempo y del espacio.

—Has estado aquí mucho tiempo. Puedes ser libre ahora, Jane. Ve a descansar.

El fantasma inclinó la cabeza en un leve asentimiento, una expresión de gratitud antes de desvanecerse, dejando solo polvo en su lugar. Me volteé hacia Scott, todavía presa de las emociones que me invadían, de todos los sentimientos acumulados tras este intenso encuentro.

—Entiendo que seas un fantasma, que tienes un trabajo que hacer, y que las emociones ya no existan para ti. Entiendo que no te importe en lo absoluto... Pero no veo la necesidad de ser tan cruel —dije, con los dientes apretados y las lágrimas aún cayendo—. Me has amenazado, te has burlado de mí, me has despreciado de todas las formas posibles, me has manipulado y te has aprovechado de mis sentimientos en cada oportunidad. Ordenarme que liberara al fantasma sin explicarme lo que sucedería, sin prepararme para lo que tendría que vivir, sentir la muerte en carne propia... Oh, Scott, te vas a arrepentir.

Mis palabras resonaron en la oscuridad, cargadas de una determinación nueva. Las lágrimas seguían fluyendo, pero ahora estaban llenas de furia.

—Tienes que aprender, Amara, que el trabajo que tienes que hacer no puede serte enseñado por nadie. Debes aprender de la forma más dura, aunque te parezca inhumano.

—No te volverás a meter en mis asuntos, Scott. No me importa lo que tenga que hacer contigo. Esta vez estoy dispuesta a pelear.

—¿Crees que eres una amenaza para mí? —preguntó, sonriendo con burla.

—Soy la única persona que puede convertirte en el polvo que deberías ser.

—Ni siquiera puedes controlar tus poderes.

Cuando Scott dijo eso, fue como si algo dentro de mi mente se abriera, como si un candado finalmente se hubiera liberado. Di un paso adelante, cerré los puños y lo miré fijamente. Scott retrocedió y se sostuvo la cabeza, con un gesto de dolor. Fue entonces cuando extrañas imágenes inundaron mi mente: los recuerdos de Scott.

Las imágenes pasaron rápidamente, pero pude reconocer una escuela, una cancha de fútbol, duchas y vestidores para hombres, un día lluvioso y... sangre. La sangre de alguien manchando el piso. Sentí horror, culpa, llanto, sufrimiento.

—¡Basta! —gritó enfurecido, y de alguna manera, su voz logró romper la conexión que habíamos compartido—. Si vuelves a hacer algo parecido, te advierto que...

—Si te vuelves a meter conmigo —lo interrumpí, con voz firme y decidida—, te prometo que haré que desaparezcas de aquí para siempre.

—No me amenaces, Amara.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora