Capítulo 16. La furia

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Scott sacó su daga y la agitó en varios movimientos ágiles, cada destello de la hoja reflejando una siniestra precisión. Sus ojos se fijaron en las criaturas que avanzaban, llenos de una diversión perversa. Antes de dar el primer paso hacia ellas, me lanzó una breve mirada cargada de indiferencia, una orden muda en sus labios.

—Corre —dijo, su voz firme pero apenas un susurro—. Aléjate lo más pronto posible de estas bestias.

Retrocedí un paso por instinto, la lógica me decía que obedeciera, que huyera sin mirar atrás. Pero algo me detuvo. Miré a Scott, notando la determinación en su postura y la tensión en sus músculos listos para la batalla. La preocupación se instaló en mi pecho.

—No voy a dejarte —dije, con una firmeza que apenas reconocí en mí misma.

Scott giró ligeramente su cabeza, sus ojos encontrando los míos con una mezcla de frustración y algo que parecía una sombra de afecto.

—No puedo matar a estas bestias y protegerte al mismo tiempo, Amara. Te usarán como carnada. Así que lárgate ahora.

Antes de que pudiera pronunciar una palabra más, una de las bestias se abalanzó sobre él. La lucha estalló con una violencia feroz, un torbellino de movimiento y caos. Las sombras danzaban en la penumbra, apenas discernibles en la oscuridad, mientras manchas de sangre negra salpicaban las paredes.

Sentí un nudo de pánico formarse en mi estómago y comencé a correr con desesperación. Las bestias se movían con una fuerza descomunal, cada uno de sus pasos hacía temblar el suelo bajo mis pies. El eco de sus gruñidos reverberaba en el aire, un motivo de terror que me empujaba a seguir adelante sin mirar atrás.

Mientras corría, noté un resplandor tenue que iluminaba mi camino. Bajé la mirada y me di cuenta de que llevaba la roca luminosa en mis manos. ¿Cómo había llegado a mis dedos en medio del enfrentamiento? La pregunta quedó sin respuesta, pero la luz era un faro en la oscuridad, guiándome a través del laberinto de sombras.

Una súbita comprensión me golpeó. Scott debió haberla colocado allí en algún momento, un acto rápido y calculado en medio de la batalla.

—Vaya, así que finalmente nos encontramos —dijo una voz repentina frente a mí.

Me detuve en seco, mientras levantaba la vista para enfrentar a la figura que había aparecido de la nada. Era una visión tan extravagante que me dejó sin aliento. Su piel, de un rojo intenso, brillaba con un resplandor antinatural bajo la luz tenue. Sus ojos, pequeños pero magnéticos, resplandecían con un color dorado que parecía penetrar en mi cabeza.

La nariz perfilada y la cicatriz recta que cruzaba su bello rostro le daban un aire de dureza y misterio. De su cabeza caía una cascada de cabello negro como la noche, tan largo que le llegaba hasta la cintura. Dos grandes cuernos, afilados como dagas, emergían de su cabeza, completando su apariencia demoniaca.

Movió las manos con un aire juguetón, y fue entonces cuando noté sus uñas, largas y afiladas como garras. Su cuerpo esbelto y lleno de curvas estaba realzado por el traje ajustado y corto que vestía, terminando justo en la pelvis y dejando ver parcialmente sus piernas, que estaban cubiertas por largas medias oscuras. Cada detalle de su apariencia parecía diseñado para fascinar y aterrorizar al mismo tiempo.

Sus ojos dorados se fijaron en los míos, y una sonrisa peligrosa curvó sus labios.

—No esperaba que alguien como tú llegara tan lejos —continuó, su voz marcada por un fuerte acento que no pude identificar.

La miré fijamente, intentando mantener la compostura. Mi mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida o alguna ventaja que pudiera usar.

—¿Quién eres? —logré preguntar, mi voz apenas un susurro.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora