Capítulo 30. La encrucijada

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—En una ocasión escuché a Velkara decir que Akram no mantiene su talismán colgado al cuello, como esperábamos, sino que lo guarda en el lugar que les hablé, la caverna en el corazón del limbo —dijo Thalassa, seriamente, sus ojos fijos en los míos, como si buscara asegurarse de que comprendiera la gravedad de sus palabras.

—Estamos hablando de destruir el poder de Akram, que recién me entero que proviene de un talismán de mi familia en Rusia —agregó Max rápidamente, su tono cargado de ironía. La mayoría de nosotros hizo mala cara porque llevábamos toda la tarde soportando sus comentarios sarcásticos. Max no sabía cuándo detenerse, y su actitud comenzaba a desgastar la paciencia de todos—. Pero además de eso, se supone que la navegante de los mundos intermedios debería liberar a todas las almas atrapadas en el limbo antes de destruir todo el maldito lugar.

—Eso es lo que haré, me voy a encargar de mi trabajo, así que no tienes que recordármelo —le respondí con enfado, sintiendo cómo mi paciencia se evaporaba con cada palabra de él.

Max me ignoró y siguió mirando a Thalassa de brazos cruzados y expresión de aburrimiento. No habíamos vuelto a hablar después de la discusión, y con Scott no había vuelto a hablar tampoco. Thalassa nos había reunido para poner en marcha el plan que teníamos que llevar a cabo, y el ambiente en mi habitación en Wonder Hall estaba tenso. Cuando intenté localizar a Camille, me había enviado un mensaje de que llegaría pronto.

Vaya sorpresa que se llevaría al vernos a todos reunidos en el lugar, incluyendo a un débil y enfurecido demonio atado a una silla con cadenas. Lucian me dedicó una mirada de odio profundo cuando me atrapó mirándolo. Sus alas negras no habían desaparecido, pero estaban encorvadas, habían perdido algo de color y no las podía mover. Me gruñó casi como un animal, enseñándome sus dientes con colmillos afilados.

—Morirás en cuanto pueda poner mis manos sobre ti, asquerosa navegante —su voz sonó como un eco siniestro que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

—Lo cual será nunca en tu maldita existencia —le respondió Scott, colocando su mano en la empuñadura de su daga con amenaza—. Cierra la boca antes de que te obligue a hacerlo.

—Maldito traidor —le dijo entonces a Scott, luego pasó su mirada a Thalassa—. Y tú eres una zorra traidora a tu especie, te voy a...

—¿Seguirás hablando? —Scott se acercó con pasos rápidos a Lucian, sacando su daga por completo y cuando estuvo a punto de utilizarla, Thalassa intervino, levantando una mano con calma.

—Por favor, Scott, no pierdas el tiempo con esa bestia —dijo Thalassa, su voz tan fría como el acero. Sus palabras parecieron calmar un poco a Scott, quien guardó su daga con un suspiro de frustración.

Miré a todos con preocupación. El peso de la misión que teníamos por delante era abrumador.

—Entonces —hablé, tratando de mantener la calma—. Destruimos el talismán, Akram es derrotado y los fantasmas son liberados. ¿Qué pasará con el limbo?

Thalassa me miró por un breve tiempo, sus ojos cargados de un poder que siempre parecía contener.

—El limbo seguirá existiendo, pero ya no será un lugar de sufrimiento para los fantasmas que lo habiten.

—Y luego todos nos iremos al eterno descanso —murmuró Max.

Scott se adelantó, su rostro severo y enfocado en la misión.

—¿Cómo logramos entrar a la caverna? —preguntó, dirigiéndose a Thalassa.

Antes de que ella pudiera responder, Max intervino:

—Creo que aquí realmente todos tenemos muchas preguntas, sobre todo respecto a ti, Scott. Quiero decir, Thalassa y tú le eran leales a La Corte, a Akram. Me sorprende que de un momento a otro se hayan pasado al bando de Amara y nos ayuden con esto. Con la facilidad con la que traicionaste a La Corte, podrías hacerlo con nosotros. No veo por qué confiar en ti realmente.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora