Capítulo 24. La esperanza

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Me desperté de un sobresalto, el sudor frío empapando mi frente. La respiración entrecortada y el corazón latiendo desbocado eran testigos del miedo que aún me atenazaba. Estaba en una cama individual en una habitación pequeña y desconocida.

Mis ojos vagaron por el cuarto hasta detenerse en Thalassa y Scott, sentados en unas sillas cerca de mí. El aire entre ellos estaba cargado de tensión, parecía que habían estado discutiendo ferozmente. Scott, al notar que había despertado, intentó acercarse, pero un instinto primario me hizo retroceder de inmediato, apretando las sábanas con fuerza.

Él se detuvo, el dolor cruzando su mirada al ver mi reacción. No hizo ningún otro intento de aproximarse. Mis ojos se dirigieron entonces hacia su cinturón, donde descansaba esa hermosa y siniestra daga negra. La legendaria Xyron. Recordé vivamente su relato, acompañado de la amenaza de muerte que me había prometido en el pasado.

—Xyron —susurré, casi sin darme cuenta. El nombre de la daga flotaba en el aire como una sentencia.

Scott bajó la mirada, visiblemente afectado y tenso.

—Ese dejó de ser su nombre hace mucho tiempo —murmuró, su voz impregnada de tristeza y arrepentimiento.

El silencio se hizo espeso en la habitación, cada segundo alargándose como una eternidad. Thalassa se levantó, rompiendo la quietud con un movimiento decidido.

—Tenemos que hablar —dijo con voz firme, pero calmada, su mirada fija en la mía, llena de una determinación que no había visto antes.

Me quedé en silencio, mi mente enredada en una maraña de emociones. Miré a Scott nuevamente, y aunque el temor aún persistía, algo en su expresión me hizo dudar. Era como si estuviera luchando contra sus propios demonios internos.

—¿Qué sucedió ahí dentro, Amara? —preguntó Scott, su voz grave y temblorosa, cargada de un arrepentimiento.

Las palabras golpearon mi mente como un martillo, haciendo que los recuerdos de lo ocurrido se agolparan en mi cabeza. Sentí una punzada de dolor al recordar los horrores que había presenciado. Tomé una respiración profunda, intentando calmar el torbellino dentro de mí.

—Había oscuridad... y gritos... —empecé, mi voz apenas un susurro—. No sabía qué estaba pasando. Todo era confuso, como una pesadilla de la que no podía despertar.

—¿Te encontraste con Scott? —soltó Thalassa sin rodeos.

—Sí, tuve que escapar de él. Me amenazó con asesinarme, me siguió por muchos lugares y... —mi voz se quebró, incapaz de seguir.

Scott asintió lentamente, su expresión endureciéndose mientras luchaba por mantener la compostura.

—¿Cómo saliste de la esfera? —preguntó con voz contenida.

—No lo sé, solo... Aparecí en este lugar.

Thalassa me miró fijamente con sus ojos dorados, la intensidad de su mirada era abrumadora. Sentí una oleada de náuseas que no pude contener. Me giré y vomité a un lado, tosiendo y sintiéndome miserable por el esfuerzo. Scott dio un paso hacia mí, pero levanté una mano, deteniéndolo.

—¡No te acerques a mí! —grité, mi voz temblando de rabia.

Esta vez no me importó si mi rechazo lo había afectado o no. Me limpié la boca con la manga y traté de calmarme, respirando profundamente.

—Deja de mirarla por tanto tiempo, sabes lo que los ojos de los demonios causan en las personas —dijo Scott a Thalassa, su voz gélida y llena de enfado—. No la mires.

—No lo hice con ninguna intención, la estaba mirando porque le haría una pregunta y...

—No me importa —lo interrumpió Scott, su tono cortante—. Te dije que no la mires.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora