Capítulo 41. El renacer

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—Bienvenida al limbo —dijo Thalassa con una sonrisa torcida, sus labios rojos formando un gesto casi seductor mientras daba un paso adelante, el sonido de sus tacones resonando en el vacío abismal del lugar—. Sigue siendo una porquería, pero más vacío que antes.

El limbo no había cambiado, al menos no en apariencia. Su vastedad se extendía en todas direcciones, sin principio ni fin, un mar de sombras inmutables. Pero algo era distinto ahora, sentía el frío más penetrante, la ausencia de las almas que una vez lo habían habitado lo hacía un lugar más siniestro, más oscuro. Sonreí sin querer al escuchar a Thalassa, sus palabras, tan frías y calculadas.

El silencio era abrumador, denso, casi tangible. Me tomé un momento para observar el paisaje vacío. Este era el mundo que Scott había conocido, el que había habitado durante tanto tiempo... Y al que ya no podría regresar ahora que la vida lo reclamaba de nuevo. Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en lo que significaba ser la última navegante de los mundos intermedios. De mí dependía cerrar este ciclo, ponerle un fin al limbo, pero ¿estaba lista para ello?

—Entonces, Amara —la voz de Thalassa me devolvió al presente. Sus ojos dorados brillaban con intensidad mientras me miraba, su belleza realzada ahora que el peso de Akram ya no la encadenaba. Parecía una diosa renacida, libre de sus sombras—. El fantasma ordinario Max Volkov ha encontrado su paz. Debo admitir que me sorprende lo bien que lo está tomando Scott. Eran tan cercanos, ¿no?

Pude ver una chispa de curiosidad en su mirada, como si intentara comprender. Sus palabras, aunque frías, tenían un matiz de empatía que no era común en ella.

—Sé que le duele —admití, mi voz apenas un susurro en el vacío—. Max fue un amigo fiel, y perderlo no es fácil, pero Scott, el saber que ha sido perdonado... Eso le da cierta paz. El final que ambos encontraron fue el correcto.

Thalassa asintió lentamente, aunque su expresión seguía siendo enigmática.

—Y Scott está vivo...

—Así es —dije, notando una pequeña mueca de alivio en su rostro—. No tienes por qué preocuparte, Thalassa. Los demonios como tú siempre podrán cruzar entre mundos sin necesidad de un ancla de sangre, a diferencia de los fantasmas. Podrás verlo cuando quieras.

Thalassa hizo una mueca de incomodidad, sus labios temblaron ligeramente antes de apartar la mirada. El brillo dorado de sus ojos, tan característico, parecía apagarse, reemplazado por una sombra de incertidumbre. Bajó la cabeza, sus dedos delgados empezaron a jugar nerviosamente entre sí, un gesto inusual en alguien que siempre había proyectado una imagen de control y poder. El silencio se extendió entre nosotras, tan denso como el propio limbo.

—Escuché que Velkara sobrevivió a la guerra —murmuró al fin, su voz teñida de una vulnerabilidad que pocas veces le había visto—. Y otros demonios también... Los envié de vuelta al abismo —Hizo una pausa, sus ojos aún fijos en sus manos, como si el peso de sus propias palabras fuera demasiado—. El abismo es su encierro, nuestro encierro, el lugar del que no deberían volver a salir nunca más.

Su tono era más bajo ahora, casi apagado, y sentí una corriente de tensión en el aire. Thalassa, la demonio que había desafiado a todo y a todos, se encontraba en una posición inusualmente frágil.

—Y yo... —continuó, su voz apenas un susurro, temblando ligeramente—. Sigo siendo una de ellos. Un demonio.

Finalmente alzó la mirada hacia mí, sus ojos dorados buscando los míos, esperando algo, quizás un juicio.

—Supongo que... Ahora te toca a ti enviarme de vuelta. Al abismo. Donde pertenezco.

El silencio que siguió fue intenso. Su confesión me dejó congelada, la imagen de Thalassa, siempre tan altiva y segura, ahora rota frente a mí, vulnerable. No sabía qué decir de inmediato. Había luchado tanto, había sufrido tanto bajo el yugo de Akram, y ahora, después de todo, se ofrecía a regresar al lugar del que había escapado.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora