Llevaba unos minutos despierta y sentía que mi cuerpo se había recuperado, mis energías también. Me sentía diferente, no completamente vacía por haber drenado todos mis poderes. Poderes que solo tenía en el limbo y como navegante, de ninguna otra forma. Había despertado en mi habitación del colegio. Thalassa estaba en una silla, sosteniendo un libro mientras leía con concentración. Cuando le había preguntado por Scott, me había dicho que estaba ocupado. Desde entonces, me quedé en silencio, solo acompañada por el ruido de mis pensamientos.
Sentía como si algo hubiera cambiado dentro de mí. Había descubierto que tenía un poder grande, que era capaz de enviar a los fantasmas al descanso sin necesidad de ver sus recuerdos. Podía liberarlos a varios a la vez, pero eso requería una gran concentración de poder, uno que me habría destruido de no ser por la intervención de Lucian. Algo había cambiado; esto era más que un enfrentamiento, se había convertido en una guerra, una guerra declarada y sabía que no sobreviviría sin pagar un precio alto.
Tenía muchas cosas que perder: mis padres, mi hermana menor. En todo este tiempo ni siquiera había pasado tiempo en la escuela, no había tenido el rendimiento que quería. Desde que había llegado a este lugar, mi vida había terminado por ser un desastre. Mi vida no era el limbo, yo no pertenecía a ese mundo. Después de que todo terminara, después de que yo le resolviera sus asuntos a los fantasmas, ¿quién me ayudaría a mí? ¿Quién enfrentaría la ira de mi padre al ver que no había aprobado el semestre en Wonder Hall por atender los asuntos sobrenaturales? ¿Quién me aseguraría que no iba a volver a Inglaterra al sufrimiento?
Miré a Thalassa, preguntándome si alguna vez entendería lo que estaba pasando por mi mente. Sus ojos no se apartaban del libro, su rostro impasible. Sentía una soledad abrumadora, una que ninguna compañía parecía poder aliviar. Cerré los ojos, intentando encontrar un respiro en mis pensamientos caóticos. El peso de la responsabilidad y el miedo al futuro me oprimían el pecho, una carga que parecía imposible de llevar sola.
—¿Cuál es tu nombre? —me preguntó sor Lucía de nuevo. Desde su altura, se le notaban más los ojos furiosos y grandes que tenía. Me preguntaba eso en todas las ocasiones de castigo para ver si todavía mantenía la cordura.
Estaba en las duchas en la madrugada, sin haber dormido nada, completamente desnuda, con frío por el agua con hielo que ella me arrojaba varias veces. Estaba temblando y llorando. No quería estar aquí, no quería seguir viviendo esto todos los días. Quería irme a casa, no entendía por qué mis padres me habían abandonado en este lugar lleno de monjas crueles.
—Amara Bones —respondí en un susurro.
—¿Cuántos años tienes?
—Tengo diez años.
—Muy bien. Ahora dime por qué estamos en este lugar, por qué estamos ahora castigando a una pequeña niña de diez años.
Seguía temblando, cada vez más fuerte, a causa del frío y por el miedo que le tenía a esa mujer.
—Porque hay presencias siguiéndome. Creo que son fantasmas. Me siguen y me suplican ayuda, pero yo no sé cómo hacerlo... Y cuando me escondo de ellos, me atacan.
—¡Mentirosa! —gritó, lanzándome con fuerza otro balde con agua fría—. Los espíritus no se le aparecen a niñas tan pequeñas como tú. Solo quieres llamar la atención, por eso tus padres te dejaron aquí, para que seas corregida. ¡Repite de nuevo el versículo que te enseñé sobre los demonios!
—"Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades... —hice una pausa a causa de los fuertes sollozos, lo que molestó a la monja.
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El fantasma de Wonder Hall ©
FantasíaAmara es enviada a la prestigiosa secundaria Wonder Hall en Estados Unidos, pero su sueño de obtener un título se convierte en una pesadilla cuando descubre que el colegio esconde oscuros secretos. A medianoche, los pasillos cobran vida y, lo más in...