Epílogo

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—¿Me recuerdas qué estamos haciendo en Luisiana? —preguntó Scott en un susurro juguetón. Lo sentí acercarse por detrás, rodeando mi cintura con sus brazos. Su aliento cálido rozó mi cuello mientras olfateaba mi cabello, provocando una carcajada suave de mi parte. El sonido rompió la quietud de la habitación del hotel, donde Alani dormía plácidamente en la cama cercana. Al escuchar la voz de Scott, se movió un poco bajo las sábanas, y la observé con ternura antes de girarme hacia él.

Le puse un dedo en los labios, silenciando cualquier otra palabra que pudiera despertar a mi hermana, y le sonreí con complicidad. Él, sin decir nada, respondió a mi gesto, y nuestros labios se encontraron en un beso lento, cargado de esa pasión que solo se tiene cuando el mundo parece detenerse a nuestro alrededor. Nos besamos hasta que ambos estuvimos sin aliento, el latido de su corazón compitiendo con el mío, y cuando nos separamos, una risa contenida nos unió en la penumbra de la habitación.

La noche, con su manto de estrellas y la brisa tibia de Luisiana, entraba por la ventana entreabierta, llenando el aire con el aroma de magnolias y humedad. Sentía una paz extraña, como si nada malo pudiera alcanzarnos en ese momento. Desde que Scott y yo estábamos juntos, todo parecía más ligero, más fácil. Nos comportábamos como dos tontos enamorados, sin preocuparnos por nada más que el ahora, como si fuéramos los únicos que existían en el mundo.

—Aún no hemos llegado a Nueva Orleans —respondí, con una sonrisa traviesa, y supe que ese viaje no era solo un destino, sino una promesa de todo lo que vendría.

—Todos duermen a esta hora, Amara —murmuró Scott con ese tono travieso que siempre usaba para tentar mis límites—. La brujita y su abuela están en otra habitación, y tú decidiste quedarte con tu hermana. ¿Cómo pudiste dejarme dormir solo en este hotel? —Su voz baja me hizo sonreír mientras sentía sus manos recorrer mi espalda con suavidad—. Podríamos hacer cosas interesantes ahora...

—Ya hicimos cosas interesantes —respondí en un susurro, sin poder evitar el cosquilleo en mi estómago.

—Pero yo quiero más —replicó, sus labios rozando los míos en una caricia apenas perceptible, un recordatorio de nuestra complicidad.

Reí en voz baja, consciente de Alani, que seguía profundamente dormida, ajena a nuestras conversaciones y juegos.

—Recuerda descansar, Scott —le advertí suavemente, acariciando su rostro con ternura—. Mañana partimos hacia Nueva Orleans para visitar a las brujas familiares de Cassia y Camille. Tenemos que arreglar tu asunto, y necesitarás toda tu energía.

—Y estaré bien, Amara —contestó con una sonrisa confiada, aunque pude notar el cansancio en sus ojos—. No te preocupes más por mí.

Sabía que Scott intentaba tranquilizarme, pero el peso de lo que nos esperaba en Nueva Orleans seguía rondando en mi mente. Las brujas de Cassia y Camille eran poderosas, y lo que fuera que íbamos a enfrentar no sería sencillo. Sin embargo, allí, en la seguridad de aquella habitación, con Scott a mi lado y Alani dormida a unos metros, todo parecía más manejable, al menos por un momento.

La ciudad que nos esperaba al día siguiente era un misterio, pero esa noche, bajo la protección de la oscuridad y el calor de sus brazos, me permití olvidar las preocupaciones.

—¿De verdad quieres que siga soportando a Camille por más tiempo? —dijo Scott con una mueca, cruzando los brazos con exasperación—. Esa fastidiosa brujita...

—Se harán amigos tarde o temprano —repliqué, con una sonrisa divertida. Sabía que Camille tenía una manera particular de irritarlo, pero también que, en el fondo, había un respeto mutuo que ninguno de los dos admitiría.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora