Capítulo 36. La desesperación

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Scott

—¡Suéltame, perra asquerosa! —rugí, mi voz ahogada por la presión de su mano alrededor de mi cuello. Cada respiración era una lucha, y mis pulmones ardían por el aire que no llegaba. Thalassa, o más bien Abigail, no mostraba piedad; sus ojos dorados brillaban con una locura desenfrenada mientras una sonrisa torcida se extendía por su rostro. El sonido de su risa, cruel y desquiciada, resonaba en mis oídos, avivando el odio que sentía en mi interior. ¿Cómo había podido caer tan bajo? No, ella no era Thalassa. Ya no. Esta monstruosidad que se burlaba de mi sufrimiento era Abigail.

—¡Hiciste una maldita promesa de no traicionarnos! —logré escupir, mi voz ronca por la falta de aire.

De repente, me soltó con un movimiento brusco, como si mi vida hubiera dejado de interesarle. Cayó sobre mí una oleada de dolor cuando el aire fluyó de nuevo por mis pulmones. Mientras ella se alejaba, sus carcajadas aún resonaban, y vi cómo su corto vestido se alzaba brevemente al ponerse de pie, revelando unas piernas blancas y perfectas.

Abigail no llevaba ni veinticuatro horas en el cuerpo de Thalassa, y ya lo usaba como si fuera suyo, como si su mera presencia justificara cualquier acción. Su insaciable apetito por el caos no conocía límites, ignoraba las reglas, despreciaba el concepto de propiedad. Todo era un juego para ella, un entretenimiento macabro. Me levanté tambaleándome, con las manos temblorosas y el pecho ardiendo, y la miré con furia. Sabía que probablemente habría dejado marcas en mi cuello, pero el dolor físico no era nada comparado con la rabia que quemaba mi alma.

—¿Quién dijo que te iba a traicionar, escoria llorona? —Abigail respondió con un tono burlón—. El juramento no decía en ninguna parte que no podía patearte el culo. Te gusta tomar del cuello a otras personas, ¿no? ¿Qué se siente que te lo hagan a ti?

Su rostro se acercó al mío, sus ojos dorados brillando con malicia. Pude sentir su aliento cálido contra mi piel mientras soltaba una risita oscura, disfrutando de cada segundo de mi sufrimiento.

—¡Oh, espera! —continuó, su tono cada vez más cruel—. Tengo una pregunta más caliente. ¿Crees que a Amara le hubiese excitado que la tomaras así del cuello si hubiese estado viva para cuando la encontremos?

Su mención de Amara fue la chispa que encendió mi furia. Sentí una oleada de rabia atravesarme, un calor abrasador que comenzó en mi pecho y se extendió por todo mi cuerpo. En un instante, todo se desvaneció, excepto el deseo de hacerla callar para siempre. Me lancé hacia ella con la intención de borrar esa sonrisa maliciosa de su rostro, pero antes de que pudiera alcanzarla, una mano firme me detuvo.

—¡Suéltame! —grité, luchando contra el agarre de Max, que me sostenía con fuerza, sus ojos llenos de preocupación.

Abigail, con la seguridad de alguien que sabe que ha ganado, estalló en carcajadas. Su diversión maníaca me corroía por dentro, pero la razón me alcanzó a tiempo. Me liberé del agarre de Max con un tirón brusco, mis músculos tensos por la adrenalina, pero no volví a lanzarme sobre ella. No podía seguir dejándome llevar por sus provocaciones, eso era exactamente lo que quería.

Tomé una respiración profunda, intentando controlar el torbellino de emociones que se agitaban dentro de mí. No podía permitirme el lujo de perder el control. No ahora.

—Amara no está muerta —dije, con una voz baja, mis palabras saliendo a través de dientes apretados—. La encontraremos hoy mismo.

—¿De verdad? —la voz de Abigail rezumaba ironía—. ¿Cómo la encontraremos? ¿Desmembrada?

Pude ver a Max tensarse junto a mí, sus ojos oscurecidos por la ira que trataba de contener. Antes de que pudiera reaccionar, otra voz se alzó, cortante y decidida.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora