Capítulo 2. El fantasma

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¿Qué diablos pasó anoche?

Desde el momento en que abrí los ojos esta mañana, una pregunta no dejaba de atormentarme: ¿había sido real lo que presencié la noche anterior? Mi habitación parecía tan común y corriente al despertar que dudé de la veracidad de la experiencia. Aun así, cada detalle seguía fresco en mi mente, incluso las extrañas palabras de lo que sea que me había hablado.

El miedo comenzó a apoderarse de mí. No podía soportar revivir esa situación, ver y escuchar cosas que nadie más presenciaba. Después de tantos años sin que algo así ocurriera, era incomprensible. Traté de contener las lágrimas mientras me enfrentaba a mi reflejo en el espejo del baño: ojeras marcadas, piel más pálida de lo habitual y mi cabello, normalmente castaño, lucía apagado, al igual que la falta de brillo en mis ojos.

Tenía que ser este lugar, sí, seguro que lo era. Este lugar, que era tan extraño y misterioso como Bryce había mencionado, seguramente estaba plagado de esos espíritus, esas almas errantes que tenían afinidad por molestarme solo a mí. Había llegado buscando un nuevo comienzo, anhelando dejar atrás lo paranormal, aspirando a ser, aunque fuera por una vez, como los demás, a encajar en lo que se considera normal.

¿Podría tener una vida normal? ¿Acaso existía esa posibilidad para mí, o estaba condenada a una existencia miserable hasta el fin de mis días?

—¿Amara? —preguntó la voz preocupada de Camille al otro lado de la puerta—. ¿Estás bien? Llevas bastante tiempo encerrada en el baño.

La voz de Camille me devolvió a la realidad de golpe, haciéndome saltar del susto. Me pregunté cuánto tiempo había pasado mirándome al espejo, aunque mi mente estuviera en otro lugar por completo. Estaba lista: tenía el uniforme puesto y mi cabello a medio peinar, pero, a pesar de eso, me veía pálida y enferma, como si algo estuviera mal, lo cual, quizás, era una posibilidad real.

Sor Lucía afirmó que padecía una enfermedad que no era física, que me inducía a percibir cosas extrañas. ¿Pero era realmente así? En algún momento, intenté considerarlo como un don, aunque uno que no me favorecía del todo. Con determinación, me sacudí el trance y le aseguré que estaría afuera en un momento, esforzándome por presentar una buena imagen para mi primera clase.

Camille me recibió con su contagioso buen humor y una energía envidiable, lo que me hizo anhelar momentáneamente poder sentirme como ella. Sin embargo, en mi interior, había un vacío inexplicable, una sensación de estar desconectada de la vida misma. Anhelaba la normalidad, ansiaba experimentar y expresar emociones como cualquier persona. Odiaba ser solo alguien apática y desmotivada.

—¿Lista? —preguntó ella, con entusiasmo. ¿De dónde sacaba tanta emoción? Íbamos a estudiar, no a divertirnos.

—Supongo que sí.

—Según el horario, nuestra primera clase es literatura. No es un mal comienzo para un lunes.

Al salir de la habitación, me invadió una ligera incomodidad al encontrarme rodeada de personas: todos moviéndose en distintas direcciones con sus uniformes escolares. Las chicas llevaban faldas negras, chalecos y corbatas, junto con medias hasta la rodilla, mientras que los chicos vestían pantalones y chalecos, en colores demasiado aburridos para ser una escuela secundaria. Distraída, apenas presté atención a mi entorno mientras avanzábamos; mis párpados pesaban, no había dormido bien.

Traté de seguir el ritmo de Camille por un estrecho pasillo, la chica se movía tan rápido que a veces tenía que apresurarme para mantener el paso. Anhelaba estar en casa, disfrutando del cielo, el clima fresco y todo lo que la naturaleza ofrecía en Inglaterra. Sin embargo, me encontraba en Wonder Hall, una prestigiosa escuela secundaria con renombre internacional, donde mi padre decidió que debía estudiar debido a su gran reputación.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora