Capítulo 34. La pesadilla

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Abrí los ojos lentamente, tratando de enfocar la realidad que se deformaba por el dolor. Escuché pasos apresurados que resonaban como truenos en mi mente aturdida. Scott apareció de repente, su rostro pálido por la preocupación, y se detuvo en seco a mi lado, jadeando por la carrera. Sin decir una palabra, tomó mi rostro entre sus manos temblorosas, sus ojos llenos de desesperación mientras me estudiaba como si buscara señales visibles del daño.

Sentí su aliento cálido y entrecortado sobre mi piel mientras sus dedos recorrían mi frente y mis mejillas, buscando heridas que no podía ver. Quería decirle que no hacía falta, pero las palabras no salían. La presión en mi pecho aumentaba con cada segundo, y cuando Scott intentó levantarme del suelo, un dolor punzante recorrió mi pierna, robándome el aliento. Un grito ahogado, casi un sollozo, escapó de mis labios.

—No puedo —logré murmurar, mi voz quebrándose con cada palabra—. Creo que tengo una pierna rota.

Scott se congeló, su rostro palideció aún más. En su mirada, la furia comenzaba a encenderse, pero era un fuego con temor. Apretó los dientes antes de susurrar, casi con miedo de conocer la respuesta.

—¿Ese monstruo te hizo daño?

Asentí débilmente, y las lágrimas comenzaron a brotar sin control, deslizándose por mis mejillas sucias. Me temblaban los labios mientras trataba de articular lo que él me había hecho, pero no encontraba las palabras para describir el horror.

—Akram... me hizo cosas horribles, Scott —La voz se me quebró de nuevo, esta vez en un sollozo desesperado—. Tienes que ayudarme... tienes que sacarme de aquí... Estoy muriendo...

—¿Muriendo? —repitió Scott, y entonces una risa fría, casi inhumana, brotó de sus labios. La risa resonó en mis oídos, tan cruel e inesperada que me hizo dudar si estaba escuchando correctamente. Dejó de intentar levantarme, y sin aviso, me soltó. Mi cuerpo, incapaz de sostenerse, cayó de nuevo al suelo con un golpe sordo. Un dolor agudo recorrió mi costado, pero fue la mirada que Scott me lanzó desde su altura lo que verdaderamente me hirió. Desprecio puro. No había preocupación en sus ojos, solo una burla oscura.

—No seas una idiota exagerada —dijo, y su voz estaba llena de veneno—. No estás muriendo.

Mi corazón se detuvo por un segundo, la incredulidad me atravesó como una espada. Apenas pude murmurar su nombre, en un hilo de voz que sonaba tan débil y perdido como me sentía en ese momento.

—¿Scott?

Pero él solo siguió riéndose, una risa amarga y burlona que reverberaba en mi mente, destrozando cualquier esperanza que me quedara. Me miraba como si fuera insignificante, como si mi dolor y mi sufrimiento fueran apenas un inconveniente menor, una molestia para él. Vi en sus ojos el desprecio más profundo, como si pensara que no era más que una criatura patética y débil, alguien que merecía estar en el suelo, incapaz de levantarse, incapaz de luchar.

La traición me atravesó el pecho, no podía ser real. Esto no podía estar pasando.

Scott se agachó de repente, en un movimiento brusco que me hizo retroceder instintivamente, aunque el dolor me impidió moverme demasiado. Sus manos, que antes me habían acariciado con ternura, se cerraron con fuerza sobre mis mejillas, clavando sus dedos en mi piel. La presión era insoportable, y no pude evitar soltar un gemido de dolor. Pero lo que más dolía era la forma en que seguía riéndose, esa risa que ahora parecía llenar todo el espacio, ahogándome.

—¿De verdad creíste que lo nuestro había sido real, Amara? —escupió las palabras, cada una como una bofetada—. ¿Pensaste que sería tan estúpido como para traicionar a Akram, traicionar a La Corte por ti? ¿Por una simple chica que no me daría ningún beneficio?

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora