Capítulo 27. El juicio

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No supe muy bien en qué esfera había entrado. El simple hecho de estar en esa habitación ya era un riesgo en sí mismo. No podía tomarme el tiempo de explorar y decidir con cuidado, sabiendo que existía el peligro de que alguien entrara al salón y me encontrara. Así que ahí estaba, observando alrededor de forma cautelosa mientras caminaba de manera rápida. No estaba muy segura de dónde estaba, pero sabía que debía ser alguna ciudad inglesa.

El lugar se veía apagado. Las calles estaban llenas de grandes fábricas, pequeñas tiendas y talleres artesanales. Las chimeneas de las fábricas emitían constantemente humo negro, creando un ambiente asfixiante y contaminado. Las casas eran modestas, generalmente pequeñas, de ladrillo, con tejados inclinados y ventanas estrechas.

Las calles de la ciudad estaban pavimentadas con adoquines y eran estrechas y llenas de barro. El tráfico consistía en carros de caballos, peatones y, a veces, vehículos tirados por animales transportando mercancías y materiales a las fábricas. El humo de las chimeneas se mezclaba con el aire frío, envolviendo la ciudad en una neblina densa y opresiva. Los sonidos de martillos golpeando metal y el zumbido constante de las máquinas llenaban el ambiente.

Obligué a mi mente a recordar las clases de historia que había tenido mientras avanzaba. Estaba segura de que sabría reconocer esto, pero nada llegaba a mi mente por el momento. Mientras caminaba fui dirigida hacia la plaza de la ciudad, un lugar oscuro que estaba abarrotado de gente. Empecé a tener un mal presentimiento cuando me abrí paso en la multitud, sintiendo el roce de los cuerpos agitados. El murmullo de la gente estaba un poco difuso; unos susurraban oraciones y algunos lloraban en silencio.

En el centro de la plaza había un estrado de madera preparado para una ejecución. Pude ver la estructura rudimentaria, los postes y las cuerdas listas para atar a la víctima. Uno de los guardias, con un rostro severo y marcado por cicatrices, se adelantó. Levantó su voz sobre el bullicio:

—¡Este es el destino que espera a todo aquel que desafíe la autoridad! ¡Rebeldes y agitadores serán castigados sin piedad!

Su voz resonó por la plaza, aumentando la tensión, la multitud retrocedió un poco, y algunos intentaron no llamar la atención.

Entonces fue como si llegara a mi mente de forma tan clara. Estaba en 1839, en Birmingham, en plena época del movimiento cartista, que luchaba por la reforma política y los derechos de los trabajadores. Aquellos que no obedecían, los rebeldes, eran castigados y ejecutados en público.

Me llevé la mano a la boca y empecé a temblar cuando mi mirada viajó hasta un joven Akram, que estaba siendo llevado al estrado. Sus manos atadas a la espalda, su rostro demacrado pero desafiante, se veía delgado, a pesar de las magulladuras visibles y la suciedad en su ropa de trabajo, mantenía una postura erguida. Sus ojos, grises y ardientes, miraban a la multitud sin rastro de miedo. Sentí una oleada de terror y compasión. Las lágrimas amenazaban con brotar mientras veía cómo lo ataban a uno de los postes.

El silbido del látigo cortó el aire, seguido por el sonido sordo del cuero golpeando la piel. Akram no gritó, pero su cuerpo se estremeció con cada golpe. La sangre comenzó a manchar su camisa, corriendo por su espalda y goteando al suelo. Cada nuevo azote era una herida más en su carne, pero también un testigo de su resistencia.

—¿Qué crees que sucede después? —dijo una voz suave y baja a mi lado. Me tensé y miré a la persona que había hablado. Era Akram, vestido tal y como lo conocía, con ese porte elegante y atractivo, me miraba con curiosidad—. ¿Crees que el hombre pudo salvarse?

—¿Es así como moriste? ¿Esta fue tu muerte? ¿Azotado con látigos hasta el último aliento? —le pregunté, aún con lágrimas en el rostro. Aún escuchaba el sonido de los golpes y sus quejidos de dolor al recibirlos—. Pero esto no es justo.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora