Capítulo 43. El desenlace

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Alani se acurrucaba contra mis piernas, temblando, mientras yo enfrentaba a nuestros padres. Sentía que mi cuerpo entero hervía de rabia, una furia que nacía del dolor profundo de haber fallado en protegerla. Todo lo que había querido era alejarla de este tipo de pesadillas, y ahora, aquí estábamos, atrapadas en ellas.

—¿Cómo pudiste ser tan cruel, mamá? —escupí las palabras, mirándola con desprecio y desesperación. Ella ni siquiera me sostenía la mirada, como si fuera un ratón acorralado que no se atrevía a moverse—. Me dirijo solo a ti porque, aunque sea por un momento, pensé que aún quedaba algo de bondad en tu corazón. Creí que serías capaz de tener un poco de piedad por tus hijas, ya que mi padre... —me giré hacia él con una mirada que podría haberlo quemado—. Mi padre siempre ha sido un monstruo. Y tú, siempre dejándote someter por él.

—Ella debe ser castigada cuando no cumple con sus deberes en la escuela —respondió mi padre con esa frialdad que tanto odiaba, como si estuviera explicando una lección simple—. Es la única manera en que aprenderá a ser responsable. Pensábamos que el convento te había enseñado disciplina, Amara, pero claramente te ha hecho más rebelde.

Su tono gélido solo alimentaba mi furia. Era como si sus palabras perforaran mi piel, avivando un fuego que ya amenazaba con consumirme.

—¡Voy a llevarme a mi hermana lejos de aquí! —grité, con una fuerza que no sabía que tenía. Mi voz resonó en la sala—. Nos iremos, y no la volverás a ver nunca.

—¡Ni siquiera lo pienses! —gritó mi padre, su rostro encendido de rabia—. Puedes arruinar tu vida, largarte muy lejos si quieres, pero a la niña la dejas aquí.

Dio un paso amenazante hacia mí, sus ojos llenos de odio, como si quisiera imponer su control una vez más. Pero antes de que pudiera siquiera levantar la mano, Scott se interpuso entre nosotros. Su postura era desafiante, y la tensión en sus hombros mostraba que estaba listo para actuar si fuera necesario.

—Ni siquiera pienses en ponerle una mano encima —le advirtió Scott, su voz baja y peligrosa.

—Tú no eres nadie para interponerte entre mi hija y yo, así que hazte a un lado —gruñó mi padre, su voz cargada de autoridad, como si esperara que Scott se apartara solo por sus palabras. Sus ojos estaban llenos de rabia, incapaz de aceptar que alguien osara desafiar su control.

Scott no se inmutó, su mirada fija y fría. Un leve esbozo de sonrisa apareció en sus labios, pero no era de alegría, era una advertencia.

—Soy mucho peor de lo que parezco —dijo en un tono bajo, casi peligroso, como si cada palabra fuera un filo cortante—. Así que no pongas a prueba mi paciencia. No me importa quién seas ni cuán famoso o intocable te creas, no voy a permitir que sigas haciéndoles daño. Ninguna de ellas sufrirá más por tu culpa.

Alani, aún aferrada a mí, lo miraba con los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo a un héroe sacado de una película. Para ella, Scott era la encarnación de la protección, el único que se atrevía a plantarse frente a nuestro padre.

—No te vas a llevar a mi hija, Amara —insistió Owen, su furia creciendo al ver que Scott no cedía. Cada palabra estaba impregnada de un odio visceral, como si la idea de perder el control sobre nosotras lo consumiera—. No te atrevas a desafiarme.

Durante toda mi vida, él había sido una sombra opresiva, un monstruo del que no podía escapar. Pero ahora, con Scott de nuestro lado, todo parecía diferente. Había una salida.

—Nos iremos ahora mismo —respondí, mi voz firme y decidida, ignorando el temblor de mis manos—. Y si se te ocurre llamar a la policía, pondremos una demanda en tu contra por maltrato infantil. A ver qué tan bien le sienta eso a tu intachable reputación.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora