PRINCESA POCAHONTAS

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ANDER

Desperté con los labios de Hada sobre los míos, una manera perfecta de empezar el día. Estar en la misma cama con ella, desnudos y entrelazados, era una sensación increíble. No me importaba que Erick y Dakota ya no estuvieran en la casa; lo único que importaba era Hada y yo.

—Buenos días, dormilona —dije, dándole un beso en la nariz.

Hada se rió, su risa era contagiosa.

—Buenos días, perezoso —respondió, abrazándome con fuerza para seguir con nuestra particular guerra de besos.

Nos quedamos así, jugando y riendo entre las sábanas. Era como si el resto del mundo no existiera, y si existiera no me importaba. Si alguien me hubiera dicho hace tres meses que estaría enamorado de una chica como Hada, tan diferente a mí, me habría reído en su puta cara. Y ahora mírame, aquí estoy, loco por ella y deseando dormir en la misma cama que ella y verla despertar. 

Joder con lo que yo era...

Finalmente, después de un buen rato, nos separamos un poco, aunque sin dejar de sonreírnos.

—Creo que deberíamos levantarnos —dije, aunque sin muchas ganas de hacerlo—. Si no, dudo que te deje salir de esta cama.

—Sí, supongo que tenemos que preparar las maletas para el vuelo de mañana a Los Ángeles —dijo Hada, poniéndose seria por un momento antes de volver a sonreír—. ¿Te apetece ir a desayunar a algún lado? Así podemos ultimar los detalles.

—Eso sería genial, muero de hambre.

Hada entró en la ducha de la habitación donde dormimos y yo fui al baño de la otra habitación. Le cogí a Erick algo de ropa para no tener que ir con la ropa del día anterior, ellos tienen ropa en esa casa por si acaso. Estaba esperando a Hada en la cocina bebiendo agua y cuando la vi, me atraganté y empecé a toser como loco. Llevaba un pantaloncito corto de deporte blanco que le llegaba justo debajo de su tentador trasero y una camiseta semitransparente del mismo color con un sujetador deportivo rosa chicle.

Se me van a salir los ojos...

—¿Estás bien? ¿Te pasa algo? —dijo mientras me daba pequeños golpecitos en la espalda.

—Joder, Pocahontas, ¿me quieres matar con esa ropa que llevas puesta? ¿O pretendes que de verdad te meta en esa cama y no te deje salir hasta la hora del vuelo?

—No sé por qué dices eso, salgo a correr con este tipo de ropa siempre —se hizo la tonta.

—A partir de ahora, cuando salgas a correr, iré contigo.

—Tú sales siempre a correr con Matt, ¿O es que quieres marcar territorio, niño pijo? —me dijo con una sonrisa maliciosa en sus labios.

—Eso puedo hacerlo ahora mismo.

La subí en la encimera de la cocina, separé sus piernas para estar justo en medio, y después de deleitarme con su boca, bajé por su cuello. Empecé a besarla más fuerte hasta que la tenía tan sujeta que pude hacerle un chupetón que, por la sensación del momento, ni notó, pero yo estaba orgulloso de ello y de ella no se diera cuenta.

—¿Nos vamos? —pregunté inocentemente.

—Sí —dijo con un suspiro.

Llegamos a una de las cafeterías del pueblo que Hada dijo que era su favorita. Nos sentamos en la terraza en una mesa que daba sombra. Hoy hacía un calor horrible, y yo que creía que el calor de Los Ángeles era lo peor, pues no, el calor en Texas es estar en el puto infierno.

Mientras esperábamos a que nos atendieran, Hada me miró con esa sonrisa traviesa que tanto me gustaba.

—Bueno, ¿ya tienes todo listo para el viaje? —preguntó.

ERES MIA VAQUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora