ANDER
En algún momento de la noche, el cansancio me venció y caí en un sueño profundo. Cuando finalmente desperté, aún envuelto en la penumbra de la madrugada, mis ojos se posaron en Hada y nuestro pequeño. No podía creer lo que veía: uno de los brazos de Hada estaba aferrando al pequeño, como si lo estuviera protegiendo en su sueño.
Mi corazón dio un vuelco ante esta escena inexplicable. Hada seguía dormida, pero su instinto materno la había llevado a sostener a nuestro hijo. Un nudo se formó en mi garganta mientras me apresuraba a llamar al médico, con la esperanza de que esto significara un cambio en su estado.
—¡Doctor! ¡Rápido, por favor! —exclamé con urgencia, intentando mantener la calma mientras corría por el pasillo hacia la estación de enfermeras.
En pocos minutos, el médico y las enfermeras llegaron a la habitación, sorprendidos por lo que vieron. Con cuidado, evaluaron a Hada y al bebé, verificando los monitores y asegurándose de que todo estuviera bien.
—Parece que hay una mejoría en su estado. Es un buen signo que haya respondido de esta manera —dijo el médico, con una mezcla de alivio y cautela en su voz.
Miré a Hada con renovada esperanza, agradecido por este pequeño milagro que podría significar que estaba regresando a nosotros.
—Mamá te está cuidando, pequeño. Ambos estamos aquí para ti —le dije con voz suave al bebé, mientras acariciaba la mano de Hada con ternura.
El momento fue un recordatorio de la fuerza del vínculo familiar y del poder del amor maternal, incluso en los momentos más difíciles. Nos quedamos allí, juntos, observando con esperanza mientras Hada y nuestro hijo continuaban su camino hacia la recuperación.
Por la mañana, llegaron los padres de Hada junto a los míos. Los abuelos, una vez más, venían peleando por el pasillo para ver quién cogería primero al pequeño. La sorpresa llegó cuando abrieron la puerta y vieron que el bebé seguía en el pecho de Hada.
La sorpresa en los rostros de nuestros padres fue evidente. Al entrar, sus miradas se dirigieron inmediatamente hacia Hada y el pequeño, todavía descansando en su pecho. Lía fue la primera en romper el silencio, con lágrimas de felicidad rodando por sus mejillas.
—¡Es un milagro! —exclamó, tratando de no hacer demasiado ruido.
—Bueno, parece que la maternidad tiene sus propios trucos —dijo mi padre, intentando aliviar la tensión con una sonrisa.
Los padres de Hada se acercaron también, observando con ternura y esperanza.
—Ander, cuéntanos más. ¿Qué pasó exactamente? —preguntó Yaran, tratando de entender lo que veían sus ojos.
—Anoche, el pequeño estaba inquieto y seguía llorando después de alimentarlo —expliqué, recordando cada detalle—. Lo puse sobre el pecho de Hada, buscando calmarlo. Luego me quedé dormido. Cuando desperté, vi que Hada lo estaba abrazando, como si intentara protegerlo.
—Es increíble —dijo mi madre, acercándose lentamente a la cama—. Como si el pequeño supiera dónde estar seguro.
—O quizás Hada, incluso inconsciente, sabe que su hijo la necesita —añadió la madre de Hada con una sonrisa.
—¡Oye! No olvidemos quién alimenta y cambia pañales aquí —dije en tono juguetón, tratando de aliviar la tensión—. Hada tiene competencia.
Lía soltó una risa ligera, mientras limpiaba sus lágrimas.
—Bueno, parece que estas aprendido a manejar un bebé. ¡Ander estás haciendo un buen trabajo!
—Tal vez tengas futuro como niñero —bromeó mi padre, dándome una palmada en la espalda.
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ERES MIA VAQUERA
RomanceHada de Luna, una joven veterinaria criada en un tranquilo rancho cerca de McKinney, Texas, vivía inmersa en la serenidad de los campos y la compañía de los animales. Cada día comenzaba con el frescor del amanecer y terminaba con el silencio reconfo...