YA ESTA AQUI, YA LLEGO, LA PATRULLA CANINA...

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ANDER

Dos días después de la operación de Derek, finalmente nos dieron el alta. Sentí un alivio inmenso al saber que nuestro pequeño estaba bien y que podíamos llevarlo a casa. Decidí que me quedaría en casa para estar con ellos, necesitaba reconectar, demostrarles que estaba comprometido en cuerpo y alma a ser el esposo y padre que ellos se merecen.

El ambiente en casa era diferente, pero había una ligera mejoría. Aunque Hada seguía un poco distante, ya había algo más de conversación entre nosotros. Podía sentir que la barrera que había construido alrededor de su corazón comenzaba a ceder, pero sabía que el proceso sería lento.

Esa noche, después de que Derek finalmente se durmió, Hada y yo compartimos la cama por primera vez en días. La oscuridad de la habitación nos envolvía, y el silencio era interrumpido solo por el suave sonido de su respiración. Sentía su presencia a mi lado, y aunque había un pequeño espacio entre nosotros, supe que esto era un paso hacia adelante.

Me acosté, mirando al techo, con la mente llena de pensamientos sobre cómo podía seguir ganándome su confianza. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero en algún momento de la noche, sentí su brazo rodear mi cuerpo. Fue un gesto tan simple, pero tan lleno de significado. Mi corazón dio un vuelco y, sin pensarlo dos veces, la atraje más hacia mí, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.

No necesitaba decir nada. En ese abrazo, encontré una chispa de esperanza, un pequeño indicio de que aún había algo por lo que luchar, algo que no estaba completamente roto. La apreté más fuerte, como si con ese gesto pudiera asegurarle que no la soltaría, que estaba dispuesto a todo para no perderla.

El dolor de las últimas semanas seguía ahí, y la culpa seguía pesando, pero en ese momento, solo importaba que ella estaba en mis brazos. Si tenía que reconstruir nuestro amor ladrillo a ladrillo, lo haría. Y mientras sentía su respiración tranquila en mi pecho, hice una promesa silenciosa: no volvería a fallarles.

En dos días sería el primer cumpleaños de nuestro hijo, y quería que fuera especial para él y para Hada. Sabía que necesitaba hacer algo significativo, algo que mostrara cuánto me importaba nuestra familia.

Salí al jardín, donde Hada estaba jugando con Derek. Los observé un momento, sintiendo una mezcla de emociones. Derek estaba riendo mientras lanzaba la pelota hacia Hada, y su risa resonaba como música en mis oídos. Aunque aún no había recuperado del todo su energía después del hospital, ver su sonrisa me daba esperanzas de que todo volvería a la normalidad.

Me acerqué lentamente, deseando unirme a ellos.

—¿Puedo jugar con vosotros? —pregunté, intentando que mi voz sonara casual, aunque por dentro estaba ansioso por estar cerca de ellos, por ser parte de ese momento.

Derek me vio y soltó un grito de alegría.

—¡Papi! —gritó, extendiendo sus brazos hacia mí.

No pude evitar sonreír mientras me agachaba para atraparlo. Al sentir su abrazo, me di cuenta de cuánto había echado de menos estos momentos sencillos, pero tan importantes. Lo levanté en brazos y lo giré en el aire, provocando más risas.

Hada me miró y sonrió suavemente, aunque pude ver en sus ojos que todavía había heridas sin sanar. Aun así, su sonrisa me dio un rayo de esperanza.

—¿Qué te parece si hacemos algo especial para su cumpleaños? —le sugerí, mirando a Derek, que ya estaba agitando la pelota en sus pequeñas manos.

—¿Algo especial? —repitió Hada, mientras yo bajaba a Derek y me unía a ellos en el césped.

—Sí, quiero que sea un día inolvidable para él... y para nosotros. No solo por ser su primer cumpleaños, sino porque quiero empezar a hacer las cosas bien, Hada. Quiero demostraros a ambos que estoy aquí, que no voy a ir a ninguna parte.

ERES MIA VAQUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora