HADA
Cuando escuché el grito de Ander diciéndole a Brianna que se largara, no me moví. No tenía fuerzas. Estaba sentada en el suelo, abrazando mis rodillas, intentando contener las lágrimas, pero era imposible. Todo lo que podía hacer era llorar.
Sentí su presencia, su voz desesperada llamándome, pero no tenía fuerzas para mirarlo.
—¡Hada, por favor, amor, mírame! —su voz temblaba, y aunque quería responderle, mi cuerpo no reaccionaba.
Escuché un golpe fuerte, seguido de su grito de frustración.
—¡Joder!
Apreté los ojos con más fuerza, deseando que todo fuera solo una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento. Pero no lo era.
Entonces, escuché una voz diferente. Alguien preguntaba por los padres de Derek. Me levanté de inmediato, casi tropezando por la rapidez, y vi a un doctor caminando hacia nosotros.
—Somos nosotros. —La voz de Ander, rota, preguntaba lo que yo también temía. —¿Qué le pasa a mi hijo?
El doctor nos explicó que Derek tenía una fiebre alta causada por una infección viral. Necesitaban hacer una operación menor para drenar una infección en su oído.
Sentí que el mundo se me venía abajo. No podía dejar de llorar, pero esta vez no era solo por el dolor que Ander me había causado, sino por el miedo, la angustia de saber que mi pequeño iba a pasar por una operación. Todo lo demás se desvaneció en ese momento, solo podía pensar en Derek.
Miré a Ander de reojo, tratando de encontrar en él algún consuelo, alguna seguridad, pero todo lo que sentía era un abismo entre nosotros. Un abismo que no sabía si podríamos superar.
Más tarde, después de lo que pareció una eternidad, el doctor salió de la sala de operaciones. Mi corazón latía con fuerza, temía lo que pudiera decir, aunque intentaba prepararme para lo peor.
—La operación ha salido bien —anunció el doctor con una sonrisa calmada—. Derek está estable, y la infección ha sido drenada con éxito. Vamos a trasladarlo a una habitación para que puedan estar con él mientras se recupera.
Las palabras del médico me hicieron soltar el aire que no me había dado cuenta de que estaba conteniendo. Sentí una oleada de alivio, aunque la angustia no desapareció por completo. Miré a Ander, que también parecía estar aliviado, pero había algo más en su expresión, algo que no podía descifrar del todo.
—Gracias a Dios... —murmuré, sintiendo las lágrimas volver a brotar, pero esta vez de alivio.
El doctor nos indicó que podíamos seguirlo para ver a Derek. Sin pensarlo, empecé a caminar detrás de él, con el corazón todavía en un puño, deseando ver a mi hijo, sostener su pequeña mano y asegurarme de que todo estaba bien.
Al llegar a la habitación y ver a Derek dormido, tan pequeño e indefenso en esa gran cama de hospital, no pude contener más las lágrimas. Me acerqué a él con cuidado, sintiendo que mi corazón se rompía en mil pedazos al verlo conectado a los aparatos médicos.
Me senté a su lado y tomé su pequeña mano entre las mías, tratando de darle todo el amor y la fuerza que podía. Las lágrimas caían sin control, rodando por mis mejillas mientras sentía la desesperación y el miedo acumulados de las últimas horas.
Ander se acercó en silencio y, con suavidad, comenzó a acariciarme el pelo. Era un gesto de consuelo, pero en ese momento, no tenía palabras para él. No podía hablar, no podía mirarlo. Toda mi atención estaba puesta en Derek, en su recuperación, en que volviera a estar sano y fuera de ese hospital.
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ERES MIA VAQUERA
RomanceHada de Luna, una joven veterinaria criada en un tranquilo rancho cerca de McKinney, Texas, vivía inmersa en la serenidad de los campos y la compañía de los animales. Cada día comenzaba con el frescor del amanecer y terminaba con el silencio reconfo...