EL GUANTAZO DE LA ABUELA

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ANDER

Cuando desperté esa mañana, me encontré tirado en el suelo del dormitorio con un dolor de cabeza brutal. La resaca era insoportable y el olor a alcohol impregnaba cada poro de mi cuerpo. Me arrastré hacia la ducha, esperando que el agua fría ayudara a despejarme, pero en realidad solo intensificó el dolor de cabeza.

Me tambaleé por el pasillo, tratando de recordar qué había pasado la noche anterior. Mi mente estaba nublada, pero lo que sí recordaba claramente era que intenté tener sexo con Hada. Ella se negó, y en lugar de escuchar sus razones, solté palabras que no debí decir. Le grité que extrañaba la soltería y que los cambios me estaban matando.

Joder, ¿cómo había llegado a este punto? 

Me sentía frustrado conmigo mismo, incapaz de entender cómo había arrastrado mi vida a esta situación. En medio de la confusión y la culpa, me pregunté si aún había algo que pudiera hacer para arreglar lo que había destrozado.

Me dirigí hacia la habitación de Derek, moviéndome con cautela para no hacer ruido. Desde la rendija de la puerta, pude ver una imagen que me partió el corazón: Hada estaba dormida en el suelo junto a la cuna de Derek. La escena me resultaba dolorosamente familiar; me recordaba a aquella otra vez cuando ella había pasado la noche en el suelo tras la discusión sobre la oferta de trabajo en Los Ángeles.

La habitación estaba en silencio, y Derek estaba dormido en su cuna, ajeno a la situación. Hada parecía agotada, con el cabello revuelto y la ropa arrugada. El suelo no era el lugar más cómodo para descansar, pero ahí estaba ella. Verla en esa situación me hizo darme cuenta de cuánto la había lastimado. No solo por las palabras que había dicho en mi borrachera, sino por las decisiones que había tomado sin considerar cómo afectarían a nuestra familia.

Me arrodillé a su lado, con la garganta apretada y los ojos llenos de culpa. No sabía cómo había llegado a este punto, pero sabía que tenía que hacer algo para cambiarlo. Quería hablar con Hada, pero no quería despertarla si no. Decidí que lo mejor era darle tiempo para descansar mientras yo pensaba en cómo enfrentar la situación.

Miré mi móvil por sexta vez. Era otra llamada de Hada, pero estaba en un restaurante que había elegido mi secretaria. El móvil sonó de nuevo y corté la llamada.

—¿Otra vez tu mujercita? —preguntó ella, con un tono que no me gustó.

—Eso a ti no te importa —respondí, con irritación. Me estaba cansando de esta conversación.

—Esta noche hay una fiesta impresionante en el club náutico. ¿Quieres que vayamos? —me ofreció la secretaria con un tono tentador.

—Sí, necesito distraerme —contesté, sin mucho entusiasmo.

Después de comer, volví a la oficina, donde seguí trabajando hasta que llegó la hora de ir al club. Mi móvil seguía vibrando de vez en cuando en el bolsillo. 

Eran las dos de la mañana cuando el móvil volvió a sonar. Lo saqué del bolsillo para apagarlo de una vez por todas, pero esta vez no era Hada. Era mi abuela.

—¿Qué pasa, abuela? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Eres el peor de los hombres, Ander Ross. Tu hijo está en el hospital. La pobre de Hada te ha llamado desesperada porque no sabía a qué hospital ir. Por suerte, tu abuelo y yo íbamos de visita para jugar con nuestro biznieto cuando la encontramos llorando con el pequeño ardiendo en fiebre. No tienes vergüenza. —La abuela colgó sin dejarme decir nada.

Me quedé con el teléfono en la oreja, asimilando las duras palabras. 

Mi hijo está en el hospital. 

Tardé unos segundos en ubicarme. Tenía que ir con Hada y con mi hijo. Joder, joder, joder, grité, llamando la atención de todo el mundo a mi alrededor.

La secretaria, Brianna, se acercó a mí, rodeándome por el cuello.

—¿Qué te pasa, jefe? —me preguntó, insinuándose por enésima vez esta noche.

—Me voy —dije, tratando de salir lo más rápido posible.

Ella, con todas sus malas intenciones, se fue tras de mí, subiendo a su coche. Estaba tan absorbido en llegar al hospital que ni siquiera noté que ella también subió.

Cuando llegué al hospital, la escena era peor de lo que imaginaba. Mis abuelos estaban sentados en una silla en la sala de espera, y Hada estaba sentada en el suelo, abrazándose las rodillas mientras lloraba.

Mi abuelo me vio y, al notar que tenía intenciones de acercarme a Hada, me detuvo. Mi abuela me dio un guantazo en la cara que me hizo girar la cabeza.

—No sé a qué has venido, Ander, pero ya te puedes ir con la fulana esa con la que has venido —dijo mi abuela con desprecio—

—Ni te imaginas lo mucho que me has decepcionado. ¿Para eso has hecho venir a Hada a Los Ángeles? ¿Para humillarla, para olvidarte de que tienes una mujer y un hijo? Vete de aquí con la puta esta y olvídate de que Hada vuelva a tu casa —añadió mi abuelo, resaltando el "tú" con un tono que me hizo sentir aún peor.

Estaba completamente atónito, con la cara ardiente por el golpe y el corazón roto por las palabras. No tenía excusa, solo sentía una abrumadora culpa.

—¡Lárgate de aquí! —le grité a Brianna, sin poder contener la furia. —No sé cojones qué haces aquí.

Me giré y me quedé estático al ver que Hada seguía en la misma posición, sentada en el suelo, abrazándose las rodillas y llorando sin parar.

—¡Hada, por favor, amor, mírame! —le grité, intentando que me mirara. 

Pero ella seguía llorando, sin hacerme caso.

—¡Joder! —grité, dando un puñetazo a la pared cercana. El dolor en mi mano no era nada comparado con el dolor que sentía en el pecho.

Por uno de los pasillos salió un doctor, con un gesto serio.

—¿Los padres de Derek Ross? —preguntó el médico.

Hada se levantó de inmediato, y yo me acerqué rápidamente hacia el doctor.

—Somos nosotros. ¿Qué le pasa a mi hijo? —pregunté, con voz entrecortada por la preocupación.

—Su hijo ha desarrollado una fiebre alta debido a una infección viral que parece estar afectando su sistema. —El doctor se detuvo un momento, evaluando la situación—. La fiebre alta es un síntoma común en casos como este, pero la buena noticia es que no es de riesgo. Vamos a necesitar realizar una operación menor para drenar una infección en su oído, lo que debería aliviar los síntomas y ayudar a reducir la fiebre.

La noticia me dejó helado. La operación no parecía peligrosa, pero el hecho de que mi hijo tuviera que pasar por eso me desgarraba. Miré a Hada, que seguía llorando, y me pregunté cómo había llegado a este punto, cómo había permitido que todo se desmoronara mientras estaba tan absorbido en mi propio mundo.

 Miré a Hada, que seguía llorando, y me pregunté cómo había llegado a este punto, cómo había permitido que todo se desmoronara mientras estaba tan absorbido en mi propio mundo

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ANDER SE HA PASADO UN MUCHITO CON HADA...

BUENI AHORA SI, TERCER Y ULTIMO CAPITULO DE HOY.

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