NINFA DEL LAGO

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HADA

Unos días después, estaba en la habitación de Derek, jugando con él. Le encantaba que le hiciera figuras con sus bloques de construcción para luego tirarlas al suelo con un grito de victoria. Mientras tanto, Ander estaba en su despacho, terminando unos diseños de un nuevo establo que mis padres querían construir en el rancho. A medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de que ya era tarde y que debía ponerme a preparar la comida.

—Vamos, peque, a la cocina —le dije a Derek, mientras lo levantaba del suelo.

Bajamos juntos y, mientras yo cocinaba, Derek empezó a moverse inquieto. Sabía lo que venía a continuación: desaparecería a buscar a su padre. Y así fue. En cuanto me giré un segundo, Derek ya había salido corriendo hacia la oficina de Ander.

Sonreí para mí misma y seguí cocinando. No tardé mucho en ir a buscarlos. Al llegar, los encontré sentados juntos. Derek estaba en una silla alta al lado de Ander, con un folio delante que Ander le había dado para que se entretuviera.

—¿Te gusta dibujar en la mesa con papá? —le preguntó Ander, con una sonrisa en los labios.

—¡Si, gusta! —respondió Derek, concentrado, mientras rayaba la hoja con entusiasmo.

Ander me miró, y en ese momento sentí una calidez familiar. Era una escena sencilla, pero me hacía sentir tan bien verlos juntos, compartiendo ese pequeño momento.

—Venga, chicos, la comida está lista —les dije, apoyándome en el marco de la puerta, observando cómo Derek seguía concentrado en sus "dibujos".

—¿Qué toca hoy? —preguntó Ander, mientras se levantaba y cogía a Derek en brazos.

—Sorpresa —le respondí con una sonrisa traviesa—, pero si tardáis mucho, se enfría.

Nos dirigimos al comedor, listos para disfrutar de una comida tranquila, una de esas que hacen que todo lo demás pase a un segundo plano.

Nos sentamos a la mesa, y Derek, como siempre, estaba más interesado en mover la comida de un lado a otro del plato que en comerla. Ander me miró con una sonrisa mientras servía un poco de ensalada, esa típica sonrisa suya que siempre parecía tener alguna intención oculta.

—Me gustan estos días de estar en casa sin hacer nada —dijo Ander, apoyándose en la mesa—. Y más todavía cuando te veo con mi pijama.

Solté una risa, porque no era la primera vez que hacía ese comentario. A él le encantaba verme con sus cosas, aunque sabía perfectamente por qué lo llevaba.

—Pues más te vale que te guste, porque con esta barriga, mis pijamas ya no me valen —dije, señalando mi tripa de seis meses. El suyo era más grande y cómodo, así que, en realidad, no me quedaba otra opción.

—No me quejo —respondió Ander, guiñándome un ojo mientras volvía a su plato—. Además, te queda mucho mejor que a mí.

Derek, que parecía ajeno a todo menos a la comida que intentaba meter en su boca, decidió unirse a la conversación.

—¿Pijama roto? —preguntó Derek, con esa forma tan suya de no entender del todo las conversaciones, pero querer formar parte de ellas.

—No, enano, no está roto —le contestó Ander riendo—. Aunque si lo estuviera... no pasaría nada —añadió, mirándome con esa chispa de siempre.

Le lancé una mirada divertida mientras seguía comiendo. La verdad era que prefería mil veces los días así, tranquilos en casa, sin tener que pensar en nada más que en nosotros tres. Ander tenía esa manera de hacer que lo simple pareciera especial sin ser cursi.

ERES MIA VAQUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora