Suga, Akaashi, Kenma, Oikawa, Atsumu y Suna se mezclan con los problemáticos de la escuela, gracias a esto, el drama se vuelve parte de la cotidianidad, las relaciones afloran y los oscuros secretos salen a la luz, para bien o para mal.
Esta histori...
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Suga no sabe por qué está aquí en la azotea. Simplemente empezó a caminar hasta cruzar la puerta mientras entrecerraba los ojos producto del sol que brilla en lo alto. Tal vez vino pensando que no habría nadie, y es que la mayoría de la escuela ni siquiera sabe de la existencia de este lugar por ser un espacio en el que no está permitido entrar, pero a Suga no podría importarle menos. Lo que más anhela el peligris, es que todo en su vida se detenga por un instante. Alejarse de los conflictos, del caos y de la violencia que cubre su entorno. No quiere pensar, ni torturarse, solo quiere poder respirar.
A este punto, ni siquiera debería sorprenderle que Daichi esté aquí, sentado contra una pared que le da sombra. Parte de su mente le dice que se de la vuelta y evite interactuar con él, pero la parte... ilógica, lo hace cerrar la puerta con cuidado antes de caminar hacia el castaño, quien se encuentra dibujando en su cuaderno de bocetos. Nada nuevo. Daichi levanta la mirada cuando escucha la puerta, dedicándole una suave sonrisa a Suga mientras este blanquea sus ojos y toma asiento a su lado.
—No esperaba encontrar a nadie aquí arriba —no mira a Daichi mientras habla, tan solo mantiene la mirada en el cielo, observando las nubes que por un momento cubren el sol.
—¿Es por eso que has venido? —Suga se encoge de hombros antes de apoyar los brazos sobre sus rodillas y esconder su rostro allí. El castaño frunce el ceño ante el gesto.
—¿Estás bien? —el peligris niega con la cabeza en respuesta. Daichi guarda silencio y Suga lo agradece. No cree tener la energía o la paciencia para lidiar con una interacción desafiante. El castaño regresa a su dibujo y después de un rato Suga gira su rostro para observarlo. Es un boceto de un hombre mayor jugando con un perro en una sala de estar.
—¿Quién es? —pregunta Suga y Daichi lo mira fugazmente antes de volver a la imagen para continuar con el sombreado.
—Mi papá y mi perro —Suga no puede evitar que la sorpresa tiña su rostro.
—¿Tienes un perro? —Daichi ríe por lo bajo mientras continúa dibujando.
—¿Por qué? ¿Te gustan? —el peligris blanquea los ojos antes de responder.
—Las personas a las que no le gustan los perros, son psicópatas —el castaño vuelve a reír—. ¿Qué otro tipo de cosas dibujas? —no sabe por qué pregunta, pero... supone que necesita una distracción, aunque, también es por curiosidad, y es que la mayoría de los dibujos que ha visto el peligris, son de él. Daichi, en lugar de responder, le ofrece su cuaderno de bocetos. Suga lo mira con sorpresa, pero lenta y cuidadosamente toma el cuaderno mientras estira un poco las piernas. Comienza a hojear las páginas de manera vacilante, consciente de que Daichi lo está mirando.
Lo que encuentra, le sorprende bastante. Por un lado, porque Daichi no le entrega todos los dibujos que hace de su persona. Allí observa algunos bocetos inconclusos, y otros terminados, pero Suga no hace comentarios al respecto, incluso cuando estos le aceleran el corazón. En cambio, se enfoca en los otros dibujos; algunas personas que no conoce, algunos de sus amigos, una pareja —probablemente sus padres—, algunos niños, su perro, e incluso algunos objetos, como una cajetilla de cigarros hecha con tanto detalle, que Suga no puede evitar mirarla por una buena cantidad de segundos. También tiene dibujos de paisajes y animales en su hábitat natural. Suga está impresionado por la variedad de cosas que dibuja el muchacho, y por lo bueno que es en ello.