Relatos diarios

Lluvia (18/07/24)

El mármol frío me recorre los dedos. Dejo los cinceles a un lado y me enciendo un cigarrillo. Algo que me gusta de la piedra es que puedo fumar sin temor de quemarse. No arde, no siente. Cuando acabo me fijo en ella. Aquella joven albina que pasa por la calle sin paraguas mientras llueve. 

— ¡Ey! ¿Te apetece entrar y secarte? —le digo a la joven, lo hago por cortesía, ya que tendrá más o menos mi edad.

Aunque bueno, supongo que, por el mismo motivo, también hay un poco de coquetería. La chica se para y me mira. Hay una calle de diferencia, así que estoy seguro de que me habrá oído. Camina hacia mí tímidamente, pero puedo ver una pequeña sonrisa en su rostro de agradecimiento. 

—Muchas gracias. —su voz es dulce, melodiosa, como la de un ángel.

La dejo pasar a mi casa, le doy una toalla mientras le pregunto si quiere chocolate caliente. Ella asiente y yo empiezo a prepararlo. 

— Asómate al fuego, estás tiritando. 

Ella me hace caso y en 5 minutos le doy una taza de chocolate. Me lo agradece con una tímida sonrisa. Charlamos durante media hora, sobre todo en el tiempo, a su vez esperando a que se calme la tempestad cada vez más fuerte. 

Pasan varias horas más antes de parar, en ese tiempo he deicidio esculpirla, hacer que su rostro y su delicadeza estén el mármol blanco. Veo a la chica que tiene una mirada de interés, curiosidad. Y luego, cuando ve como pinto la escultura de rojo, en las zonas donde me la imagino sangrando, se asusta. Su rostro me mira y se imagina si se ha metido en un mal sitio, con alguien peligroso. Está petrificada y es por ello, que cuando alzo un cincel para clavárselo en la yugular me lo permite. Lo hace por el miedo, el terror de su alma que le sale de los ojos.

A la media hora, cuando empieza a clarear la escultura y ella son lo mismo, sin ninguna diferencia más que con ella, sí que tengo miedo de quemarla. Pero al final siempre es lo que hago, dejando su recuerdo perenne en forma de mineral.