Funeral (07/01/24)

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Los funerales son cosas del pasado. Suenan canciones de hace casi un siglo atrás, en un casette. Todos visten de la forma más casta y deprimente posible, aunque sollo hayan visto al muerto dos veces en su vida, hace medio silo atrás. Los antiguos amores lloran en la tumba y algún que otro grupo se ponía al día. Porque ahora solo se juntaban cuando alguno de sus amigos moría, esperando también su ansiada muerte. 

Pero el niño de 7 años no entiende que pasa. Está allí, viendo a su abuelo de nuevo. La última vez que lo vió le dijo a su nieto que hoy le enseñaría ir en bicicleta. Y hoy, sus padres le dijeron que irían a verlo. Iba con su bicicleta en la mano esperando verlo sonriendo. Como cada día, regando su jardín. Pero está en una cama, dormido. Va hacia él y le da golpes en la mano. 

- Abuelo, deja de dormir, me tienes que enseñar ir en bicicleta. 

Todos al escuchar esa vocecita giraron la cabeza en dirección al muerto y su descendencia. Una tía de ese niño va hacia él. 

- Ahora está muy cansado, no debemos molestarle. Si quieres te enseño yo ir en bicicleta. 

- No, quiero que me enseñe él. -se gira al abuelo y le zarandea más la mano-. Vamos abuelo, debes de levantarte. 

Pero el anciano no reacciona, a sorpresa del niño. Cada vez va haciendo movimientos más bruscos. Hasta hacer caer al mayor al suelo. Allí empieza a sangrar por el golpe en la cabeza. Y uno de los amigos del difuntos va hacia donde está para levantar al muerto. 

- ¿Ves que has hecho? Lo has matado. 

El niño sabedor de esas palabras empalidece. Se le generan lágrimas cada vez más grandes y caen a montones. Se abraza a las piernas de su tía mientras llora y llora. La culpa consume a ese joven cuerpo, tan triste de que él fuese el culpable de su muerte. 

Pero sin nadie saber como, el fiambre que ya hacía más de dos días que estaba muerto se pone una mano en la cabeza. Justo en el punto que sangraba. 

- Chico, que yo soy inmortal. No me matará solo un rasguño. 

Todos lo miran . Él está sonriendo y abriendo los ojos tan vivamente como lo hizo hace dos días. Mira a los demás extrañado. Este tampoco entiende que pasa. No sabía porque le habían visitado tanta gente el mismo día. Pero el niño va corriendo hacía él para abrazarlo. Ahora las lágrimas son de alegría. No entendía que pasaba. En verdad, nadie entendía nada. Pero todos estaban alegres de que esté bien. Aunque algunos, como los padres del niño, estaban enfadados con el viejo que culpó la muerte del hombre a su hijo. 

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