Cris Martín, un estudiante mediocre. Lo único que destacaba en él es que se quedaba dormido a mitad de las clases o que más de uno de sus compañeros fueran a dirección a quejarse porque les había robado algún material escolar.
Aparte de dedicarse a robarle cosas a sus compañeros, cuando podía se colaba adentro de la cafetería y robaba comida entre otras cosas. Y en la sala de profesores también le pillaron robando cosas como un paquete de folios, bolígrafos, una libreta...
Era un estudiante promedio del instituto, aprobaba por los pelos y entregaba los trabajos en el último momento.
No molestaba en clase, era alguien reservado y si hacía ruido era únicamente por los ronquidos.
El director habló con sus padres para saber cuál era el problema del alumno y no parecía tener ninguno, sus padres amaban a su hijo.
Los responsables del estudiante pagaron el precio de todo lo robado y desde ese entonces Cris no volvió a robar.
No lo hará dentro del instituto, pero se sospecha que afuera en las calles lo sigue haciendo.
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CRIS MARTÍN
Pasillo tres arriba a la derecha, una cámara que enfoca todo el pasillo, pero debajo de ella no alcanza a grabar nada.
Escondido en el segundo pasillo salté al sitio seguro sin dejar un solo rastro de mi imagen en las grabaciones.
Cogí el trapo que llevaba en la mano y lo lancé al objeto para taparla.
Entonces abrí los bolsillos de mis pantalones y de mi abrigo, cogí toda la cantidad de comida posible y cerré las cremalleras de los bolsillos en cuanto se llenaron. Únicamente robé alimentos baratos.
Regresé al cuarto de baño y quité el trozo de techo que estaba suelto. Me subí a la tapa de la taza del váter y salté hacia arriba subiéndome encima del local.
En la parte trasera había un contenedor llena de bolsas de basura y salté sobre estas para amortiguar mi caída.
Seguí corriendo hasta llegar al barrio más pobre del pueblo. Identifiqué la ventana de mi dormitorio y trepé por la tubería de agua para aterrizar en mi cuarto.
Saqué la bolsa de compra y eché toda la comida que robé del supermercado.
Después de quitarme el abrigo fui al salón donde estaba mi madre calentando un trozo de pan con el mechero y mi padre estaba rellenando un vaso de agua del grifo.
Hacía dos días que recibimos la mala noticia de que mamá sufría graves consecuencias de la miopía, había alcanzado ya nueve dioptrías y no había dinero para unas gafas ni para la cirugía láser que necesitaba mil euros como mínimo por cada ojo.
Otra de las malas noticias que recibimos es que el casero nos iba a echar si no pagábamos todo lo que debíamos del alquiler.
Y las empresas de agua, gas y luz nos amenazaron con cortarnos los suministros si seguíamos sin pagar.
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LA ACADEMIA
Teen FictionDiez estudiantes decididos en dejarse ayudar, para ser unos dieces en exámenes y ceros en problemas en vez del revés, ingresan en una academia. Seis profesores decididos en cooperar, para que el plan de la recién llegada funcione, aceptan salvar a l...