Observo con mis prismáticos el patio desde mi aula a través de los grandes ventanales. Mis dos objetivos se encuentran camuflados entre los matorrales de las gradas del campo.
Envío un mensaje a conserjería para que llamen mediante el altavoz al profesor para citarlo en clase.
No espero más de dos minutos para que llegue hasta la puerta a la vez que intenta deshacerse del olor que le ha dejado el porro.
Su nerviosismo es notorio en su rostro, incluso se lleva un chicle a la boca para disimular el aliento.
— Parece que le pillé en un mal momento, profesor Quevedo. — sonrío de lado.
— No, qué va. — se llevó la mano a la boca para tapar el aliento de olor a yerba.
— ¿Usted cree que deberíamos sancionar a mi alumna Judit Bravo por consumir sustancias ilegales? — pregunto adrede.
Su cara es un chiste, está muy asustado, tanto que parece que se va a mear encima. Intenta disimular sus nervios desviando la mirada al suelo y jugando con sus dedos que antes sostenían un porro.
— Bueno... ¿lo más lógico sería que sí, no? — contesta al fin después de tragar grueso varias veces.
— ¿Entonces por qué a una alumna se le debe de castigar y a un profesor no? — le tomo del mentón para que levante la cabeza y le miro directamente a los ojos asustandole el doble — Tranquilo, no te voy a besar.
Intentó defenderse ante mi insinuación sobre cierto profesor que también consumía yerba, pero la voz no salía de su boca y lo único que hacía era boquear como un pez. Aparté mis manos de su rostro.
— Si me hace un favor no le diré nada al director. — me puse seria — En realidad no tiene opción. O hace lo que le pida o inmediatamente será expulsado del instituto, ¿sabe lo que es perder un trabajo cuando es el único que trae el dinero a la casa donde vive una mujer en paro y con tres hijos, no?
Su cara se llenó de odio y temor, sobre todo por el cómo yo sabía sobre su situación familiar y económica.
— Está bien, haré todo lo que me pidas. — finalmente el profesor Quevedo cedió ante mi petición — Juegas sucio, profesora Palacios.
Me reí ante su comentario. Yo sólo hago que las cosas salgan a mi favor.
Quedamos en un acuerdo. Le costó asimilarlo porque le supondría a él también dejar las drogas. Pero era ese el sacrificio o si no su familia, entonces asintió y se fue de clase.
💫 💫 💫
JUDIT BRAVO
Fue extraño que por megafonía llamaran al profesor de castellano justamente cuando se estaba encendiendo un porro para los dos, como si lo hubieran descubierto y lo fueran a regañar.
Cuando el timbre sonó entré al instituto para dirigirme a mi clase, pero lo encontré en las escaleras y parecía que quería hablar conmigo. Esperamos a que todos los estudiantes se fueran cada uno a sus clases y así poder estar los dos a solas.
— Profesor Quevedo. — susurré al tenerle miedo — Le juro que es verdad que ya no me queda mucha yerba, este fin de semana únicamente me alcanzó el dinero para comprar una bolsita. Si quiere le doy lo último que me queda, pero por favor no me suspende su asignatura...
— Dame la bolsita. — me interrumpió.
Me tendió la mano para que se la entregara de inmediato e hice el esfuerzo de ceder a darle lo que tanto me costó comprarlo.
— No vas a fumar esta mierda nunca más. — me ordenó.
— ¿Qué? — me quedé atónita.
— Te haré todos los días un test para controlar que no vuelvas a consumir más yerba. — explicó el profesor Quevedo — Yo también dejaré de hacerlo. No puedo obligarte a ti si yo lo sigo haciendo, debo de ser un profesor ejemplar para ti. ¿Estamos juntos en esto?
— S-sí.
Me sorprendió que tomara esta decisión tan repentina. ¿No le habrá amenazado alguien? Con lo que le gusta fumar al profesor de castellano es muy raro que drásticamente decida dejarlo.
Se llevó consigo la bolsa para tirarla a un contenedor de basura y fuimos juntos a clase porque llegábamos tarde ya cinco minutos.
Cuando las clases de la tarde por fin se terminaron levanté los brazos y me estiré para aliviar el estrés que había acumulado, sin querer dejando escapar un bostezo, a lo que la clase se rió y me avergoncé un poquito. Pero al ver la expresión graciosa de Izan se me olvidó hasta respirar.
— Eres muy descuidada, Judit. — dijo mi nombre a la primera, cosa que me hizo sentirme muy bien — Te veo en las gradas después de comer. Ayer no terminaste de contarme esa historia de Milán.
— Es Mulán, tonto. — me reí.
— Eso. — disimuló su vergüenza — Bueno, no dejes de sonreír, te hace más linda de lo que eres.
Se fue dejándome con la palabra en la boca. Mei se quedó mirándome con unos ojos burlones para reírse de mí y la cara de Eda estaba confusa por el cambio del comportamiento del nazi hacia mí.
Sonreí para dejarles a las dos con la duda al igual que cuando terminé de comer. Las dejé solas para que terminaran su bandeja porque yo tenía prisas ya que Izan salió de la cafetería hace diez minutos.
Lo encontré tumbado en medio del campo de fútbol y decidí darle un susto. Me acerqué por detrás sigilosamente y antes de que me tirara encima suyo, él al darse la vuelta me golpeó el rostro con un ramo de flores.
— Te vi, no pienses asustarme. — sonrió orgulloso.
— ¿Qué es esto? — me quedé sorprendida viendo el puñado de flores secas que sujetaba del tallo.
— Para ti. — se le amplió la sonrisa — Vi una foto de mi madre muy feliz cuando mi padre le regaló un anillo, pero como bien sabes, no podemos salir del instituto, entonces no te pude comprar uno, así que he decidido recolectar flores del instituto para dártelos.
Me eché a reír en una enorme carcajada por lo que me acababa de decir. En seguida el chico se puso rojo de la vergüenza y escondió su cara detrás de las flores.
— Tonto, ¿me estás pidiendo que me case contigo? — aludí a lo que dijo sobre la foto de la propuesta de matrimonio de sus padres — El anillo es para la boda.
— Ah, yo pensaba que era un regalo normal y corriente... — se puso el doble de rojo al darse cuenta — No pasa nada, yo no lo hice con esas intenciones, pero si quieres en un futuro podríamos...
— Gracias por las flores. — le di un beso en la frente y cogí sus flores — Están un poco secas, pero no pasa nada, las cuidaré y las regaré todos los días.
Se tocó la frente, en el sitio donde le di el beso y me miró con una cara de tortolito, muy sorprendido.
Lo vi más lindo que nunca, así no parecía un chico malo como el que siempre se metía conmigo.
— Y-yo... — empezó a balbucear — Es un regalo para pedirte perdón por todas las cosas que te dije. Espero que podamos llevarnos bien a partir de ahora.
— ¡Por su puesto! — me lancé hacia él para abrazarlo.
Ambos caímos al suelo y nos echamos a reír. Ninguno de los dos nos volvimos a levantar del piso y nos pasamos el resto de las horas tumbados en medio del campo de fútbol del instituto.
Le conté más historias de mujeres poderosas además de terminar la de Mulán, como por ejemplo de Juana de Arco o de las chicas que quedaron quemadas en una fábrica donde salió humo morado por el tinte del color de las ropas que estaban haciendo.
La noche cayó y nos pusimos a contar el número de estrellas aunque eso fuera interminable e imposible, al igual que su yo de antes y yo nos pudiéramos llevar bien, pero las personas cambian y sólo hay que darles una oportunidad de conocerles de nuevo, así como yo hice con el nuevo Izan.
¿Quizá yo he influido en su cambio de comportamiento? Si es así, me alegro porque me gusta mucho su nueva versión. Y más por haberle abierto los ojos a un mundo enorme que tiene que conocer.
Lo malo, es que me estaba poniendo nerviosa al no tener mi bolsita de yerba que siempre traigo conmigo para calmarme en situaciones estresantes.
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LA ACADEMIA
Teen FictionDiez estudiantes decididos en dejarse ayudar, para ser unos dieces en exámenes y ceros en problemas en vez del revés, ingresan en una academia. Seis profesores decididos en cooperar, para que el plan de la recién llegada funcione, aceptan salvar a l...