CAPÍTULO 47

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—Estuve recordando todos los métodos de tortura que conocía, e incluso investigué algunos nuevos... y llegué a una conclusión. Ni el más brutal de los métodos te hará sufrir como yo sufrí, como lo que me quitaste me destruyó. Es insuficiente. Y la ira que siento al saberlo me envenena profundamente.

Lo miré fijamente. Su ojo aún mostraba un rastro de resistencia, una chispa de desafío que me exasperaba.

—Todos querían estar aquí, viendo cómo agonizas de dolor, siendo parte de tu tortura. Pero esto es solo entre tú y yo. —Mi voz se volvió más fría—. Porque tú eres el único que entenderá por lo que pasé.

Saqué una hoja en blanco y un bolígrafo del bolsillo, ambos objetos contrastaban con la brutalidad del lugar. Se los pasé lentamente, dejándolos frente a él sobre su pierna.

—¿Cuáles serán tus últimas palabras antes de que empiece a joderte?

Lo vi tragar saliva mientras el sudor comenzaba a cubrir su frente. Desde el momento en que lo arrastré a este cuarto —su cuarto, el lugar donde causaba dolor a sus súbditos, donde torturaba sin piedad—, sabía que no habría escapatoria. Una vez que entrabas aquí, no volvías a salir.

El miedo lo envolvió, lo vi en sus temblorosas manos cuando tomó el bolígrafo y escribió rápidamente. Terminó y me extendió la hoja.

La tomé y fruncí el ceño al leer lo que había escrito.

—"Tu verdad por mi libertad" —murmuré, dejando que las palabras flotaran en el aire mientras intentaba comprender su significado—. ¿Mi verdad? —pregunté, alzando la vista hacia él.

Él asintió lentamente, con una calma que me desquició.

—¿Aún piensas que puedes librarte de esto? ¡¿Eres estúpido?!

Le propiné un golpe directo al abdomen, sintiendo cómo se hundía bajo mi puño. Pero al hacerlo, una punzada de dolor atravesó mi propio cuerpo, desde el abdomen hasta la espalda. Apreté los labios para evitar un gemido.

Él inclinó el rostro y, como si mi golpe le hubiera dado una maldita razón para burlarse, se rió. Esa risa baja y grave, mezclada con sangre que escupió al suelo, me enervó. Señaló la hoja con un leve movimiento de cabeza, pero yo negué lentamente. No caería en sus provocaciones.

—¿Sabes? Una de mis series favoritas se llama Prison Break. Hay una escena en particular que me marcó, donde Mahone busca venganza contra el hombre que asesinó brutalmente a su hijo.

Mientras hablaba, mis manos se movían, organizando cada herramienta que había traído.

—Fue en ese momento cuando mi concepto de tortura cambió. Me di cuenta de que no se trata de sangre o miembros amputados. No es necesario arrancar nada para destruir a alguien. Basta con un deseo agónico de morir, un dolor que se extienda lentamente por cada rincón de tu cuerpo, hasta que la desesperación te consuma.

Mis palabras se deslizaron por el aire, cargadas de una oscura promesa. Y esta vez, él no tuvo respuesta. Solo el miedo reflejado en su ojo, como un animal atrapado en una trampa.

Me giré hacia la mesa, dejando que mis dedos rozaran las herramientas. Finalmente, tomé la aguja de seis centímetros, delgada, brillante, y me giré hacia él, sosteniéndola entre mis dedos como si fuera un bisturí en manos de un cirujano.

—¿Sabes lo fascinante que es el cuerpo humano, Kaito? —pregunté mientras caminaba hacia él. Su respiración era cada vez más errática, su ojo fijo en la aguja como si ya pudiera sentirla atravesándolo—. Tiene una manera tan... precisa de reaccionar al dolor. Por ejemplo, los dedos, esos que usas para manipular y destruir, están llenos de terminaciones nerviosas.

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⏰ Última actualización: 19 hours ago ⏰

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