Verso 2

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First


—... tetas de infarto. —Jong guardó el móvil, estiró las piernas y las cruzó encima del asiento de delante a la vez que elevaba las comisuras de los labios desafiante—. ¿Contento, papi?

El casting no estaba saliendo según lo planeado. Llevábamos dos días y nada. El, «la voz», no daba señales de vida. Estaba convencido de que lo que buscábamos se hallaba allí mismo, en l ciudad, tocando en la calle con la funda de una guitarra abierta por algunas monedas o encerrado en casa tarareando bajito para no molestar a sus vecinos. En cualquier caso, no había visto ninguno de nuestros aburridos carteles. Por el escenario del conservatorio que nos habían cedido unas horas gracias a la condición de exalumnos de Natam y Neo (y los generosos donativos anuales de sus padres) había circulado una veintena de personas. La última fue Teresa, Bloody Mary, y era buena, pero no, no me erizaba la piel y entonar bien no era suficiente. No podía serlo. Tenía la corazonada de que esta sería la definitiva y quería sentirla en la carne, que lograse manipularla a su antojo y me dejase descolocado y con puto vértigo, joder. La mediocridad no estaba hecha para la música. La mataba.

Bastante que la aceptábamos en todo lo demás, en nuestras existencias a medio gas girando en torno a cosas que nos hacían infelices. Escuchar un disco en la intimidad o ir a un concierto tenía que propulsarnos como un cohete al espacio. No más. Tampoco menos. La solista terminó con un agudo de infarto y me saqué el chupete de naranja de la boca. Prefería el de cereza. —Gracias, Teresa.

—Bloody Mary —corrigió. —Gracias, Bloody. Le daremos una vuelta y te llamamos esta semana tanto si sí como si no.

La acompañé a la puerta. De camino pude ver la lista con los candidatos que habíamos impreso para ir apuntando nuestras impresiones al lado del nombre. La de Jong estaba vacía, Natam había dibujado corazones en todas y Neo un aspa de asistencia sin ninguna anotación adicional. Como suponía, el peso de la inclinación de la balanza recaería en mí y no estaba del todo convencido con ninguno —¿Hay más?

—Inscritos, no —contestó Namtan. —Voy a la puerta por si quedase algun rezagado.

—Yo sé de alguien que se pondrá de lo más feliz —profirió burlón Jong. Y, sin que nadie le preguntase, añadió—: Isa, la recepcionista, y su pobre tanga de hilo humedeciéndose en tu presencia. Deberías ponerle remedio. Ser compasivo.

Lo ignoré. Era lo mejor que se podía hacer cuando se ponía en plan imbécil. Fui a la entrada. Casi no quedaba gente a esas horas y el sonido de mis pisadas rebotaba contra las paredes blancas repletas de amplios ventanales. Isa me recibió con una sonrisa radiante inclinándose hacia delante para dejarme una buena perspectiva de su escote apoyando sus enormes pechos encima del mostrador. Era guapa. Rubia, pelo liso y largo, pómulos marcados, labios finos y un acento capaz de enloquecer al más cuerdo. Me gustaban su frescura y su descaro, lástima que no pudiese darle el buen polvo por la cuestión más simple, era mujer.

—¿Qué pasa, guapo?

—Dime que hay un candidato escondido y sálvame la vida.

—Tus deseos son órdenes —ronroneó, y se acercó para susurrarme al oído—. No sabría si llamarlo candidato, pero detrás de ti hay un chico muy raro acompañado de otro todavía más extraño que han venido preguntando por el casting, aunque, entre tú y yo, no me fiaría del todo de él, parece un acosador con gafas de sol y gabardina. —Su voz tenía una cadencia aterciopelada, de canto de sirena, y... sacudí la cabeza contrariado al ladear el rostro para ver al último cantante.

Reconocía ese pelo negro. Reconocía el flequillo. Y ya. Enarqué una ceja.

—¿De qué va disfrazado el chico bonito?

La Noche que Paramos el MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora