Khaotung
Nam no tardó en desvelar el misterio que nos había conducido hasta allí. Con comida por delante pasaba de hacerse la interesante. —J. nos ha conseguido una audición con Balazo al Corazón. Están preparando un nuevo disco y buscan teloneros para la gira de primavera-verano del año que viene. Lo mejor de todo es que los quieren con tanta antelación porque su idea es grabar un tema juntos, que el cierre de unos sea el inicio de los otros, o algo así le he entendido a nuestro representante. Están en plena fase altruista de dar a conocer nuevos talentos del panorama musical.
Tras su revelación mojando las patatas fritas en un lago de kétchup hubo tres cosas por las que cortocircuité y no en sentido figurado. Balazo al Corazón no era una de esas bandas indies que me sonaban de pasada porque mis compañeros de Al Borde del Abismo las hubiesen mencionado, Balazo al Corazón era uno de los grupos de pop rock más famosos del país. Incluso Mix y yo habíamos ido a uno de sus conciertos cuando tocaron cuatro días seguidos porque no paraban de agotar las entradas con su disco Raíces y alas. La posibilidad de tocar con ellos era impresionante. Todos los presentes posaron los ojos automáticamente en First y él clavó sus pupilas dilatadas en las mías. Ahí vino el segundo contacto entre mis cables mentales. Advertí la mirada, y con «la mirada» me refiero a la forma que tuvo de observarme medio melancólico, medio torturado, con las cejas formando un doloroso arco, arrugas en la frente y expresión taciturna, sombría. Como si dejase de ser una fotografía en color para convertirse en una en blanco y negro. Me enfureció. Reconozco que me había herido que me «dejase» en la puerta del restaurante... ¡sin tener nada! Ni siquiera la confirmación de que yo quisiera algo con él. Pero, sobre todo, lo que peor me había sentado eran las misteriosas formas. Si me quería decir algo, que me lo dijese claramente, de un modo transparente y comprensible, y si no, mejor que se callara. Era mayorcito para escucharlo, era mayorcito para soportarlo y era mayorcito para saber que ese aire de protagonista sufridor y sacrificado de telenovela me sacaba de mis casillas.
No me tenía que proteger porque podía protegerme a mí mismo. Llevaba años haciéndolo y, aunque no siempre pudiese presumir de que se me había dado de sobresaliente, continuaba intentándolo. ¿Que era un profesional y no quería mezclar lo laboral con lo personal? Bien. ¿Que estaba en pleno proceso de superación de una ruptura o enamorado de otra persona? Genial. ¿Que intuía que no tendríamos futuro más allá de un polvo y prefería evitar complicaciones si uno de los dos caía y se pillaba más de la cuenta? Perfecto. Cualquier teoría menos su indescifrable «tengo la certeza, príncipe, la puta certeza». ¡La frase era una maldita cortina de humo! Me dejaba sin visibilidad. Por no mencionar que los jeroglíficos en plena época de exámenes, cuando tenía los compartimentos de información del cerebro a rebosar y necesitaba vaciar uno sobre el papel para meter nuevos conceptos dentro, eran una crueldad. Así que no me dio lástima el pobre y atormentado First, me provocó una doble ración de mala onda que gestioné lo mejor que pude, es decir, ignorándolo y reprimiendo las ganas de clavarle un tenedor en la mano durante toda la cena cada vez que estiraba los dedos cerca de mi espacio vital mientras yo apretaba los hielos en mis rodillas.
Y hablando de la cena... Ahí vino la avería número tres, concretamente cuando Nam malinterpretó mi cara de acelga y dijo: —No te agobies, Khaotung, contamos contigo para la prueba y, si sale bien, siempre puedes abandonar tu vida de estudiante modelo y unirte. Eres uno de los nuestros.
Uno de los nuestros... De los suyos... De nuevo contaban conmigo y me elegían. En esos momentos, la culpa, la traición y el agradecimiento atrancaron mi tráquea impidiéndome respirar, y ocurrió lo que siempre temía que pasase en ese tipo de circunstancias que me alteraban más de la cuenta. La pequeña bola de energía que se formaba en mi estómago y que se extendía por el resto de mis extremidades surgió. No conocía los síntomas de la ansiedad, simplemente sabía que había veces en que me veía sobrepasado, me agitaba y sentía que estaba en plena caída libre interminable. Las venas pasaban a ser nervios, me ahogaba y las palpitaciones se disparaban al ritmo en que lo hacían mis pensamientos.
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La Noche que Paramos el Mundo
FanfictionKhaotung tenía la vida ordenada y segura que creía desear. Hasta que aquella noche que tenía que ser perfecta cayó el telón y todo voló por los aires. First vivía el presente. Despreocupado. Sin futuro. Con sus propias normas. Hasta que el solista d...