CANCIÓN 9

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Canción 9

Elegir un camino

Verso 1

Khaotung


First estuvo ingresado en el hospital dos días después del casting en el que Al Borde del Abismo no resultó seleccionado como telonero de Balazo al Corazón. Antes de salir de casa, Jong me había dicho que le daban el alta. Iba descalzo, desnudo de cintura para arriba y con una nueva planta con flores entre las manos. Un geranio, creo. Poco a poco conseguía descifrarlo. Cuando el rubio de ojos grises se alteraba, templaba los nervios acudiendo a la floristería del barrio y en las últimas cuarenta y ocho horas debía de haberse convertido en el mejor cliente de la década, porque había vuelto de su desaparición voluntaria cargado de macetas, arena y semillas.

No sabía dónde había estado, pero regresaba con energía renovada, la mirada brillante y un nombre: Pond. «Él nos ayudará, pequeño. Todo irá bien», había dicho. No tenía ni idea de quién era Pond. Tampoco indagué. Asentí y me fui. Por una vez había decidido colocarme en el centro y priorizar poner en orden mis contradictorios pensamientos. Entre todos los escenarios que había barajado nunca me planteé el real. Apostaba por una exrelación tóxica de la que le costaba salir y que marcaba su carácter y la forma de relacionarse. Nada tan trágico. Nada tan definitivo. Me pilló desprevenido, con las armas bajadas, como un depredador que lleva acechándote kilómetros y no ves hasta que te muestra las garras. Siempre ha estado ahí, pero ignorabas el peligro. Era consciente de que existían enfermedades terminales y gente muy joven que las padecía y, aun con toda la información al alcance de mi mano, reconozco que jamás pensé que me tocaría vivirlo de cerca.

Además, First aparentaba estar sano. Lleno de vida. ¿Cómo iba a sospechar que...? La revelación me vino grande. Mucho. Demasiado. No pude ir a visitarlo al hospital. No sabía cómo gestionarlo y recurrí a la persona más emocional y a la mente más racional para conocer su opinión y tratar de generar una propia. Mix fue la primera parada. Quedamos en una cafetería de Ciudad Universitaria. Su elección me sorprendió. El era más de bares con ofertas dos por uno en cerveza escritas a mano en pizarras, pero tras mi breve adelanto dictaminó que no podíamos hablar de algo así en la terraza de un bar entre pinchos de tortilla. «El tema merece que nos hagamos pasar por adultos, nene», apuntó por teléfono. Accedí. Me daba igual el sitio. Por mí como si era andando por la calle. Solo necesitaba que me escuchase y, a poder ser, que me aconsejase. Nos encontramos en la puerta del local a las cuatro de la tarde y apareció... Ese no era mi mejor amigo.

—¿Tienes alguna Survival Zombie esta tarde? —consulté perplejo al verlo. A veces el y sus amigos frikis acudían a eventos en los que convertían una ciudad en el escenario de una película postapocalíptica y los participantes caracterizados tenían que sobrevivir al ataque de unos actores disfrazados de zombis.

—¿Lo dices por las pintas de profesor cachondo?

¿De eso iba disfrazado? Repasé su atuendo. Podía ser. Vestía un pantalón de vestir negro de tubo ceñido, camisa blanca y un moño alto estirado mientras que yo iba en vaqueros, zapatillas blancas y la misma camiseta de rayas azules marineras con la que había dormido. —Es el look más maduro de mi fondo de armario. Parezco listo y todo —repuso nervioso—. Me he tirado una hora hasta dar con él. Ahora mi cuarto parece un campo de batalla.

—Mix..., no necesito a una persona diferente de la que ya eres con tus estampados de series que no conozco y los cascos de hormiga atómica.

—Lo sé, lo sé, pero la presión me puede y..., esto..., hago tonterías sin sentido.

La Noche que Paramos el MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora