Verso 8

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khaotung


Nunca había sido supersticioso, pero un ente maligno superior se me antojaba la única explicación posible para la serie de catastróficas desdichas que estaba experimentando en un intervalo corto de tiempo, y me veía dispuesto a replantearme ciertos cimientos de mis creencias. Bien, quizá pasaba demasiado tiempo con Mix. Ahora en serio, en un mes y pico había pasado de tenerlo todo atado, presente y futuro, a que ambas perspectivas estuviesen dentro de una nebulosa en ruinas.

Al drama amoroso le seguía el drama familiar (sin noticias de mamá o papá), el desliz académico de rechazar participar en una beca tan importante que daría para toda una temporada de una serie de la CW (que yo vería) y lo que fuera que había ocurrido en el piso de la abuela de First con la posesión infernal. Echaba de menos la estabilidad emocional y que mis pensamientos no fuesen una coctelera en constante agitación en manos de un camarero novato. Despertador, levantarme, estirar los músculos, ducha caliente, armario, piquito de Force de buenos días, café solo en la uni y soporíferas clases. La seguridad de la monotonía en lugar de los picos de dudosa consistencia de perseguir tus sueños, y no quería lamentarme, pero es que, vaya, tirado en la calle en zapatillas de andar por casa al lado del moñigo descomunal de un perro con complejo de caballo era complicado no deprimirse, más cuando ni siquiera tenía del todo claro cuál era mi sueño.

Es decir, en la ficción lo sabían desde pequeños, con el primer llanto los bebés ya visualizaban para qué habían venido al mundo. Y mis amigos, en concreto Mix, también. Siempre le había sido fiel al diseño gráfico, aunque de niño lo llamase dibujos, fotos y letras bonitas. Por mi parte, tenía claro que me gustaba cocinar, pasar la tarjeta y ver efectivo en el banco, y el olor que desprendía la sudadera de First al ponérmela por encima, pero ninguna de las tres cosas poseía la consistencia de gran sueño para dejar a la gente sin aliento.

—¿Qué diablos me pasa? Yo antes tomaba buenas decisiones —pronuncié en voz alta y enterré todavía más mi cara abatido entre las piernas. Él sonrió, y me di cuenta de que tenía varias sonrisas y todas me gustaban un once en una escala en la que el máximo era el diez. Luego, se dejó caer a mi lado (a Dios gracias en el extremo opuesto a la descomunal caca) y suspiró antes de soltar, el muy cretino:

—Esto..., lo que dices no es del todo cierto. Recuerda que conocí a tu ex, príncipe. —Apretó los labios y asintió con cadencia teatral. Yo traté de asesinarlo mentalmente—. ¿Sabes qué? Me gusta verte cuando te enfurruñas.

—¿Insinúas que la indignación me sienta bien?

—Insinúo que tú le sientas bien a ella. —Ladeó el rostro,deslizó los dedos por mi mejilla y me colocó un mechón detrás de la oreja—. ¿Estabas enamorado?

—¿De Force?

—Sí. En el fondo le tengo aprecio. Fue quien te trajo a nosotros. A la banda, al piso.

—¿A mí?  «Khaotung, no pienses cosas absurdas.» —First, tú no quieres que compartamos techo. El «voy a darme una ducha» y hacer una bomba de humo ha sido bastante esclarecedor.

— Khaotung... —se pasó la mano por la nuca—, yo no quiero quererlo, igual que no quiero que los días jodidos pasen y los aburridos se dilaten, pero no puedo manejarlo, ni al tiempo ni al insomnio que sé que sufriré por tenerte tan cerca, y me cabrea.

—¿El insomnio es por si Jong —tragué saliva— lo repite?

—El insomnio es porque al oírte mi imaginación y mi cuerpo me juegan malas pasadas.

—¿Qué clase de malas pasadas? —¿Quería que me dijese que lo excitaba? Rotundamente, sí. ¿Qué diablos me ocurría?

—Del tipo que terminan con tus tobillos enlazados a mi cintura gimiéndome en la boca.

Me ruboricé y a la vez experimenté un más que interesante cosquilleo en la tripa. —¿He sido demasiado explícito, príncipe?

—Quizá. —Aunque no me habría hecho mal un poco más de descripción.

—En cuanto a Jong —me tensé—, no es una persona agresiva. Lo que ha pasado esta noche... Está jodido, lo admito. Y no pretendo justificarlo, eso no, el muy cabrón me ha dado un susto de muerte cuando los he visto, pero creo que es justo que sepas que hubo alguien que le hizo un daño inimaginable en el pasado y te ha confundido con él. A ti... A ti jamás te habría rozado. Las personas en las que confía se pueden contar con los dedos de una mano y está sacando la siguiente para incluirte.

Lo siento mucho, pero su discurso no me conmovió. Al menos, no lo suficiente para perdonar al rubio. Lo que había visto, lo que había sentido, lo que todavía sentía, era demencial. Contener tanta ira dentro no podía ser sano... —¿Siempre se protegen bajo un irritante halo de misterio?

—Somos la sujeción del otro desde hace dos años. Antes nos pasábamos las horas deseando darnos de golpes a la salida del instituto.

—¿Qué cambió?

—Un puente.

Lo observé de reojo. First estaba sentado al abrigo de la luz de una farola negra, con las largas piernas flexionadas, los hombros relajados y la barbilla ligeramente inclinada hacia atrás, como si estuviese mirando al cielo sin hacerlo. —No vas a darme más detalles, ¿verdad?

—Verdad.

—¿Y ahora, qué?

—Ahora podemos ir mi coche y acercarte a donde me digas o dejar la maleta arriba y que me acompañes a un sitio.

—¿A las cinco de la mañana? —Arqueé una ceja.

—¿Tienes algo mejor que hacer?

Supongo que me pudo la curiosidad y el hecho de no tener muy claro adónde ir si me subía al Chevrolet. Pasamos por el piso y aproveché para cambiarme bajo la atenta mirada de D’Artacán, que no disimuló y siguió cada uno de mis movimientos desde mi cama. Corrijo. Desde mi excama. Era un gato muy curioso con claras tendencias al hurto (solo había que ver cómo miraba la goma del pelo cada vez que me la sacaba de la muñeca y la apoyaba en cualquier superficie accesible). Como no tenía ni idea del destino, me decanté por un look universal válido para todo tipo de situaciones, desde un sutil recorrido por la calle de la ciudad a desayunar. Vaqueros, zapatillas, camiseta de tirantes y sudadera. Era la única que tenía. Sudadera, digo. Regalo del dulce Giuseppe, con capucha, cremallera delantera y colorines estampados. Normalmente, solo me la ponía en fechas señaladas para que él la viera y en la más estricta intimidad de mi cuarto. No me llevaba bien con las sudaderas. No me llevaba bien con la ropa deportiva en general. No si no respondía a su uso deportivo, y el ejercicio y yo estábamos felizmente divorciados. No entendía a la gente a la que ese estilismo tirado le resultaba sexi...

No la comprendía hasta que la persona que lució el estilismo tirado fue First. Él no necesitaba quitarse la parte de arriba y bajarse la cintura de los pantalones para resaltar sus oblicuos en forma de V y resultar irresistible como los modelos. Él lo era y punto. Al natural. Despreocupado. Esperándome en el pasillo con aquella altura más propia de un jugador de la NBA que de un mero mortal y el pecho ancho donde apoyarse sobre la maldita (y suave) sudadera granate que me había prestado. Recordé sus palabras hablando de «tobillos enlazados a su cintura» y sufrí una descarga, al mismo tiempo que rememoré aquel «nos irá mejor si no implicamos sentimientos» que la neutralizó.

—¿Vamos? —dije indiferente al pasar por su lado.

—Vamos.

La Noche que Paramos el MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora