Khaotung
Las lágrimas me impedían ver mientras preparaba la maleta a toda prisa. Ni siquiera sabía lo que estaba metiendo, solo vaciaba el armario (perchas incluidas) y los cajones en el interior llorando descontrolado.
Urgía irme de allí esa misma noche.
Me limpié las lágrimas con rabia con el dorso de la mano y sorbí los mocos. Después, me senté encima de la maleta y cerré la cremallera. Mamá continuaba en el mismo sitio cuando pasé por su lado arrastrando las ruedas. No nos dirigimos la palabra ni nos dijimos adiós. Papá todavía no había aparecido. Me pregunté cuántos días tardaría en notar mi ausencia, si es que lo hacía. De camino por el jardín hice dos llamadas. A Mix, para que me acogiera, y a un taxi. La conductora me informó de que estaba cerca y le pedí que esperase fuera a que saliese. Había algo que tenía que hacer antes de irme de casa, algo que era imprescindible e inaplazable. Nana y Giuseppe siempre trasnochaban. Giuseppe lo explicaba con su propia teoría de la naturaleza humana, que era muy sabia: «Cuando eres niño te queda toda la vida por delante y te puedes permitir pasar doce horas en la cama. Cuando envejeces, el tiempo cada vez se vuelve más limitado y tu propio organismo te obliga a aprovecharlo impidiéndote dormir más de lo justo y necesario». Me alivió encontrarme con las luces del interior de su casita aledaña encendidas.
Dentro se oía un programa de televisión con risas enlatadas. Golpeé la puerta un par de veces con los nudillos y aguardé a que abrieran. Nana fue la que lo hizo. Al verme se le descompuso el gesto. —¿Qué ha pasado, mi niño? Ven aquí. —Me acogió entre sus brazos. La agarré tan fuerte que creo que le clavé los dedos en la espalda e hipé al hablar.
—Tengo que marcharme, Nana... No puedo estar aquí... Ella es tóxica... Es mala. —La mujer se apartó para poder mirarme a los ojos y me retiró el pelo de la cara con cariño.
—Khaotung, tu madre no es mala, tu madre es el resultado de muchas circunstancias, decisiones incorrectas y remordimientos, pero tú no tienes que soportar el peso de su culpa. Tú tienes que brillar más de lo que ya lo haces.
—Lo siento tanto...
—No pidas perdón nunca por hacer lo que crees que es bueno para ti. Yo estoy aquí —me rozó el pecho y llevó mi mano hasta el suyo— y tú estás aquí. Viajamos juntas, mi niño. —Sonrió—. ¿Puedes esperar un momento? Hay una cosa que me gustaría darte.
Asentí y ella se adentró en la vivienda para salir a los pocos segundos sosteniendo un tesoro. —Tu cuaderno de recetas —apunté.
—Toma. Para ti. Es tuyo.
—¿Mío? —Abrí los ojos como platos sin dar crédito. Aquel objeto era tan especial...
—Sí.
—Yo... yo... yo no... —Se me formó un nudo en la garganta que me impedía hablar. Conocía su contenido. Allí estaban escritas, de puño y letra de Nana en italiano, las recetas de toda una vida. ¿Cómo iba a aceptarlo? Era demasiado valioso.
—Llenarás las páginas en blanco con tus platos. Lo cuidarás. Te pertenece desde que eras un niño y te asomaste a los fogones conmigo para que te explicase cómo se cocinaban las cosas más ricas... —Rio al recordarlo—. No podría estar en mejores manos.
De nuevo me emocioné, aunque esa vez las lágrimas no supieron a sal, a mar. Eran de otro tipo, sabor y textura, lágrimas de sentirme querido. Llover desde dentro de un modo dulce. —Esto también, bambino. —Giuseppe asomó por detrás y me habría arrancado una carcajada por su pijama de rayas a lo Pinocho con un gorro largo terminado en un pompón cayéndole por el hombro derecho si no hubiese advertido el bote de colacao que sujetaba.
—Me niego, Giuseppe, por ahí no paso.
—¿Vas a hacer que me ponga celoso de la mia donna? Quiero contribuir.
—¡Son sus ahorros!
—La gente ahorra para cosas importantes, y no hay nada más importante que asegurarme de que estarás bien. Khao, tu madre y tú son nuestra familia. Tutto quello che abbiamo. —Sus palabras me estremecieron y los abracé. Me di cuenta de que convivir con una madre autoritaria y un padre ausente no había evitado que tuviese la mejor familia del mundo. Giuseppe y Nana eran un regalo del universo para compensar el resto de las carencias.
—Los quiero.
—Y nosotros, bambino.
Aquella madrugada trascendental tomé una decisión vital. Dejé todo lo malo en el chalet y me llevé lo bueno, el abrazo a tres, un cuaderno que atesorar con la enorme responsabilidad de alimentarlo y el tarro que no pensaba utilizar y devolvería a sus dueños, pero que garantizaba que ellos se quedasen más tranquilos y era la prueba de que no estaba solo, de que tenía quien me protegiese y a quien proteger. Un tarro para vencer el miedo. El taxi me dejó enfrente del portal de Mix a las cuatro y diez. Mi amigo me esperaba con sus cascos de hormiga atómica puestos en el descansillo cuando las puertas del ascensor se abrieron. Miró el maletón, a mí y otra vez la enorme maleta.
—Joder, nene.
—He discutido con mi madre. —Me encogí de hombros agotado y superado.
—¿Debe preocuparme que lleves su cadáver dentro y convertirme en cómplice de asesinato?
—Nop.
—Entonces, ¡bienvenido a Villa Mix! —me invitó a entrar—. Lo he dispuesto todo para que te conviertas en un grano en el culo que no se quiere marchar. Hueco en el armario, balda en el baño y la irresistible posibilidad de practicar la cucharita compartiendo cama.
—Gracias. —Traté de levantar la comisura de mis labios todo lo que pude.
—Ey, que no decaiga el ánimo. Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Nos va a ir de cine, nene. ¡Todas las noches serán fiestas de pijamas!
Su ofrecimiento era sincero. La realidad era que no podía quedarme allí. Ambos lo sabíamos. Había quitado la anilla a una bomba sin pensar dónde me iba a esconder cuando estallase y ya no había marcha atrás. Sin embargo, Mix no tenía la culpa de mi falta de previsión. Hice acopio de toda la energía que me quedaba y esa vez sí que sí logré sonreír por el. —¡Yuju, fiesta de pijamas! —dije mientras la descarga de adrenalina abandonaba mi cuerpo y me preguntaba cuántos días aguantaría antes de regresar arrepentido como mi madre había vaticinado.
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La Noche que Paramos el Mundo
FanfictionKhaotung tenía la vida ordenada y segura que creía desear. Hasta que aquella noche que tenía que ser perfecta cayó el telón y todo voló por los aires. First vivía el presente. Despreocupado. Sin futuro. Con sus propias normas. Hasta que el solista d...