CANCIÓN 8 - La Verdad

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Canción 8

La verdad

Verso 1

Khaotung

La prueba para ser teloneros de Balazo al Corazón era en La Riviera. La banda tocaba cuatro noches seguidas y les prestaron el local. Coincidió con el fin de mis exámenes, así que estaba menos agobiado y esa vez sí me preparé la audición.

Conseguirlo era importante para Al Borde del Abismo y se traducía en que también era importante para mí. Cómo habían cambiado las cosas. Poco a poco me había integrado... Había encontrado mi espacio. Ya no le pedía ropa a Nam ni simulaba ser quien no era. En cambio, me gustaba pintarme los labios de rojo antes de subir al escenario, ponerme unos pantalones pitillo bien ajustados y enrollarme uno de mis pañuelos de lunares a la muñeca. Iba cogiendo experiencia y manías. Iba sintiéndome cómodo. Ruido había pasado a ser como un segundo hogar, una casita de campo. Por el contrario, aquel imponente sitio... Titití. Neo, a mi derecha y visiblemente conmocionado por lo que tenía delante (babeaba), pegó un respingo ante el sonido del mensaje de mi móvil. Los mellizos se habían escapado conmigo para echar un vistazo rápido a la sala. Vacía y silenciosa era todavía más impresionante que llena. —Sorry, es Mix —me disculpé.

—¿Se unirá más tarde? —preguntó Nam.

Era una de las cosas que más valoraba de nuestra relación, que lo hubieran incluido como uno más. —Qué va. Tiene visita familiar. Me está poniendo deberes —releí el mensaje, lo imaginé escribiéndolo a hurtadillas sentado entre sus padres y puse los ojos en blanco a la vez que sonreía, expresión que interesó a Neo.

—Hum..., ¿qué tipo de tareas, Dinamita? —preguntó con tonito sugerente. Últimamente todo el mundo había comenzado a llamarme así, Dinamita, excepto la persona que me bautizó con ese nombre y no hablaba... y First.

—Quiere que simule tropezarme, le toque el culo al cantante con un dedito de refilón y no me lo lave hasta que me lo lama.

—Típico de el —apreció la chica.

—Una solicitud muy acertada —se sumó su hermano.

—A la que me tengo que negar. —Cogí el teléfono y tecleé: «No pienso tocar ningún trasero adrede... o por accidente». El me contestó con el emoticono de los ojos saltones llorosos. Lo guardé de nuevo en el bolsillo de los pantalones vaqueros negros y presté atención a los mellizos y a sus planes descabellados. Neo se acababa de subir de un salto a las tablas y posaba mientras su hermana le hacía fotos con el teléfono en todas las poses posibles.

—¡Una sacando culo! ¡Ahora pecho! ¡Con morritos! ¡Que parezca duro! ¡E interesante! ¡Sexi! ¡Muy gay! ¡Una con la que todos los chicos quieran arrancarme la ropa! —El amante del cuero iba dándole instrucciones y ella se limitaba a apuntar y disparar sin cesar. Observé el entorno. La sala ubicada a los pies del Manzanares era más profesional que Ruido, de eso no había ninguna duda. Tenía un amplio escenario en forma de semicírculo sobre el que caería un impresionante torrente de luz morada, palmeras, y podía congregar la friolera de dos mil quinientas personas dando brincos, cosa que, con Balazo al Corazón, sucedía cada noche con total seguridad. Sin embargo, no estaba inquieto (o al menos no era el que estaba más inquieto de los cinco) básicamente por tres razones: la audición era para ser teloneros de la gira de primavera-verano del año siguiente, cuando previsiblemente ya no formaría parte de la banda; no sentía la presión añadida de conocer a la competencia y, por lo tanto, no sabía si eran «¡joder, los Bolas Chinas me asombran!», como le había pasado a Neo; y para poder cantar tan solo necesitaba contar con la presencia de First... El mismo First al que había visto lavarse los dientes al salir de la ducha con una toalla enrollada a la cintura y gotas recorriendo su pecho, que me había traído en el Chevrolet Impala y que continuaba sin darme el beso que teníamos pendiente.

La Noche que Paramos el MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora