Verso 2

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First

La muerte no es bonita. Ni poética. Tampoco romántica. No te hace mejor persona. Santo o mártir. Y, desde luego, saberlo no te empuja a vivir intensamente aprovechando cada bocanada de aire como si fuera la última hasta que el contador llegue a cero.

Saberlo es una agonía instalada en la boca del estómago. Sentir el tacto de la soga al cuello y aguardar a que retiren la silla que te sujeta y se interpone entre tú y el suelo. Entre respirar y no hacerlo. Saberlo es una putada, maldita sea. Como morirse. Yo no quería hacerlo, joder, pero pronto aprendí que nadie iba a consultarme.

El día que me enteré de que sufría una enfermedad terminal a la que no me da la gana mencionar iba acompañado de mi familia. Mi madre tenía la máxima de que entre nosotros nunca, jamás de los jamases, habría mentiras. En casa éramos adultos razonables capaces de encajar cualquier golpe, afirmaba. Creo que pasado el tiempo se arrepintió de no haber hecho una excepción cuando fuimos a recoger los resultados del examen médico y los sanitarios le sugirieron mantener una conversación privada con mi padre y con ella. A veces yo sí lo lamentaba. Muchas personas interpretaban que enterarte de algo así te convertía en el acto en alguien más sabio y profundo por lo que habían visto en múltiples películas y entrevistas revestidas de sentimentales bandas sonoras y frases prefabricadas para tocarte la fibra que te ponían la piel de gallina y te humedecían los ojos. De repente, el bondadoso afectado tenía la visión con la que descubría el auténtico valor de la vida, llamaba a sus seres queridos y les decía aquello que había callado, elaboraba una lista con sus asuntos pendientes y... Mentira. Eso es exactamente lo que quería el afectado, que fuese mentira, una puta equivocación. Cualquier cosa que le quitase el peso de encima. Lo bueno de la vida es no conocer cuándo llegará a su fin. Es esa ignorancia la que te permite ser libre. Tener paréntesis, descansar, no andar siempre agobiado con que debes hacer algo memorable cada puto segundo o de lo contrario lo estarás malgastando. Ser feliz veinticuatro horas los siete días de la semana. Lo bueno de no conocer cómo, cuándo y dónde se apagarán tus pulsaciones es que tienes el beneficio de vivir de verdad, con tus días grises, tardes tiradas a la basura y noches quejándote con tus amigos del trabajo precario que has conseguido para comprarte el coche.

Cada miembro de mi casa reaccionó ante la bomba informativa de distinta manera. Papá se encerró en el baño para llorar y cuando salió hablaba acelerado como si fuera de éxtasis hasta el culo, fingiendo que todo iba bien y exagerando la sonrisa de su expresión. -¿Y si pedimos una pizza para cenar? He oído que hay un dos por uno en medianas -dijo.

Mamá, por el contrario, montó en cólera. No lo admitió y se puso a revolver los papeles y las agendas que guardaba en el primer cajón del mueble de madera del salón como una desquiciada. -Tino, ¿cuál era el nombre del médico ese de tu pueblo que era una eminencia y vive en Valencia?

-Rodolfo.

-¿Tenemos su teléfono?

-Podría averiguarlo. ¿Para qué lo quieres, Asun?

-¿No es obvio? En el hospital al que hemos llevado a First no tienen ni idea. La mayoría son niños universitarios en prácticas que se están formando. Necesitamos profesionales robustos y con experiencia. No pienso confiar la salud de mi hijo a adolescentes imberbes.

Mi padre abrió la boca y la cerró. Cogí las llaves. -¿Adónde te crees que vas? Son más de las nueve y media -preguntó ella.

-A las pistas de las Tetas. Hay partido. -Me encogí de hombros. Mi madre paró de rebuscar y me observó fijamente como solo pueden hacer ellas, las madres, leyendo mi código de barras interno. Le gustó lo que vio. Negación. Cualquier cosa menos aceptar lo que nos habían dicho en una íntima sala con tono suave.

La Noche que Paramos el MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora