First
Fue una jodida pesadilla.
Jong se puso la ropa que tenía tirada en el respaldo de la silla del día anterior y salió. Probablemente regresaría a lo largo de la mañana siguiente con un tatuaje nuevo o pasaría una temporada (breve) con su padre inventando cualquier excusa que lo alejara del lugar de los hechos. Había sufrido episodios similares al de esa noche con anterioridad, algunos incluso más heavies, siempre conmigo y D’Artacán como únicos testigos. La diferencia era que yo sabía de qué iba el asunto, yo y la terapeuta a la que había accedido a ver a regañadientes una vez cada quince días y que le daba herramientas para superar una etapa que nunca dejaría de arrastrar en su equipaje. Debió de pensarlo mucho antes de invitar a Khaotung a quedarse en nuestro piso. Según había leído en los mensajes que me había ido enviando, se lo había encontrado allí, en el edificio donde soltaba parte de su carga. Si hubiera sido listo, atento, lo habría interpretado como una señal clara, un neón en letras rojas con el texto
«N O LO HAGAS Y, SI LO HACES, AVISA DE LOS EFECTOS SECUNDARIOS ANTES DE COMPARTIR TECHO CON USTEDES, CABRÓN».
Una cosa era conocernos a la luz del día. Bajo el sol ambos éramos capaces de fingir ser dos chicos normales y que el nombre de la banda Al Borde del Abismo no recogía exactamente la realidad de que estábamos a punto de caer y podíamos llevarte con nosotros si no tenías cuidado. Durante la noche... La noche no era piadosa. Con su silencio, su inactividad y sus sueños te lanzaba a rincones de las mazmorras de tu subconsciente y para defenderte de los monstruos allí encerrados abandonabas las apariencias. Algo así le ocurrió a Jong: no sintió los dedos del solista, sintió los de su fantasma.
Fui al cuarto del chico para ver cómo estaba y explicarle que no lo quería allí precisamente porque me importaba. Teníamos que encontrar alguna alternativa. Cualquiera sería mejor que lo que manejábamos. Jong le había mostrado que era un recortado, un arma con el dedo en el gatillo que a la mínima disparaba, pero es que yo... yo era un puñetero campo de minas. Lo mío no se veía, estaba enterrado bajo tierra y con maleza encima para ser más letal. No despertaba una sensación de peligro en las tripas. Por eso era peor. A un balazo se podía sobrevivir con secuelas... A una bomba... Una bomba estallaba al posar el pie, y el parecía dispuesto a entrar, y yo parecía dispuesto a permitir que lo hiciera. Cada segundo que pasaba aumentaban mis ganas. Cada segundo que pasaba me alejaba de una promesa que me había hecho hacía mucho tiempo. Recordé la conversación con Gawin cuando se lo conté poco después del... suceso.
—Recapitulando, si te he entendido bien, vas a aislarte.
—Voy a reducir mi círculo social y a hacerlo impenetrable.
—Pero eso es... es... No puedes controlar no volver a querer, First.
—Te equivocas. Sí que puedo.
—No puedes controlar que aparezca alguien y te quiera.
—También te confundes. Puedo. Y lo haré. Es cuestión de calibrar las dosis que entregas.
—¿Dosis?
—Fragmentos de ti. Suficientes para un colega, escasos para un amigo o, bueno, lo otro.
—¿Novio?
—No habrá novios.
—¿Y si...?
—Y si nada, Gawin. El amor no es un absurdo flechazo. El amor es una inversión de tiempo, todo lo que no estoy dispuesto a dar.
—¿Estás seguro de que no hay nada que pueda hacerte cambiar de opinión, First?
—Completamente. ¿Por qué te ríes? Es una conversación jodidamente seria. Las personas normales estarían sacando cajas de clínex.
—Yo no quiero ser una persona normal, y no te creo. Creo que confías en lo que dices, pero que es mentira.
—¿Mentira?
—Sí, mentira. Algún día llegará alguien, chico, chica, amigo, pareja, y te trastornará hasta el punto de que le dirás que se vaya mientras sales detrás para impedírselo... Algún día comprenderás que es inútil, los corazones laten hasta el final. Es lo último que se apaga. El sonido del «hasta pronto, te espero al otro lado del puente».
Lo rememoré al notar el eco sordo de mis propias pulsaciones nerviosas rebotando en el interior de mis tímpanos al descubrir que el príncipe no estaba allí. Ni él ni su maleta. Y, a pesar de que se suponía que era lo que deseaba desde que lo había encontrado en la galería con Jong, lo correcto, acerté a ponerme a toda prisa una camiseta gris, una sudadera granate y unos pantalones de chándal por encima antes de bajar los escalones de dos en dos a su encuentro igual que la tarde del casting, como la noche de nuestra actuación en Ruido. Había algo que no me permitía perderlo. Algo poderoso e inmenso impulsándome en su dirección. Una fuerza irracional. Querer volver a verlo y que esa necesidad se repitiese todos los días. Fuera, la calle peatonal de adoquines rosas donde había pasado gran parte de mi infancia estaba vacía. Saqué el único cigarro que conservaba en un paquete de tabaco arrugado de mi etapa de fumador y me lo colgué en los labios mientras me giraba rumbo al metro cuando...
—Ni se te ocurra, First, o se caerá un mito. Detente antes de que cientos de chupachups lamenten haber perecido en tu boca para nada.
—¿Khaotung?
—¿A cuántas personas conoces a los que se les puede apagar el móvil justo al salir de la casa y tienen que esperar en pijama en un barrio desconocido a que un buen samaritano se despierte y los oriente hasta el metro, a poder ser sin desvalijarlos?
Sopló y me di la vuelta. Estaba sentado en el suelo, en un lateral al lado del muro de una de las jardineras que se internaban hasta el bloque de edificios, con las piernas flexionadas y la cabeza apoyada en las rodillas. —Tengo que hablar con el guía espiritual de Mix para que evalúe si me han echado un mal de ojo.
—¿Mix tiene...? ¿Qué mierdas es un guía espiritual?
—No lo sé, pero en el videojuego en el que vive hay toda clase de bichos místicos. ¿Por qué no uno que me sea útil?
—¿Estás convencido de que son los que lo quitan?
—De lo único que estoy convencido ahora mismo es de que tengo frío.
—No soy un poderoso guía espiritual, pero eso puedo solucionarlo. —Me quité la sudadera y se la tendí—. Por cierto, en algún instante futuro tendremos que darle una vuelta al hecho de que me hayas llamado mito.
Enarqué una ceja muy serio con la mandíbula apretada. Sonreí, sonrió y... clic. Gawin tenía razón. Los corazones perduran hasta el final... con sus latidos y las personas que los potencian.
Joder con este chico.
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La Noche que Paramos el Mundo
FanfictionKhaotung tenía la vida ordenada y segura que creía desear. Hasta que aquella noche que tenía que ser perfecta cayó el telón y todo voló por los aires. First vivía el presente. Despreocupado. Sin futuro. Con sus propias normas. Hasta que el solista d...