Verso 5

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Khaotung

La segunda noche dormí de manera intermitente, cambiando de postura (boca arriba, abajo, de lado y vuelta a empezar), con las sábanas revueltas y sin descansar. La salida con Jong me había desvelado. Al final, cesé en mi empeño, me quité el antifaz negro con lunares blancos (a juego con mi pijama dos piezas con el mismo estampado en los pantalones y una ligera camiseta blanca) y me puse la bata, que quedó por encima de las rodillas al anudarla en la cintura. Hundí los pies en las zapatillas de andar por casa con un danzarín pompón en el empeine y salí de la habitación. Anduve sigiloso por el pasillo, con el modo ninja activado. La claridad azulada de la luna había sido sustituida por la de los rayos de un amanecer tímido.

El resto de los integrantes de la banda estaban dormidos como troncos, en coma si se atendía a los ronquidos de Neo, con todas las puertas abiertas a excepción de la del rubio. Descendí los escalones y fui directo a la cocina. No tenía ningún plan; simplemente, antes de que me quisiera dar cuenta, estaba revisando la nevera y los armarios de puntillas en busca de los ingredientes para preparar un suculento bizcocho casero de yogur de limón para el desayuno. El bizcocho de la paz. Nana siempre decía: «Un amigo no te da sus sobras, un amigo te da lo que lo hace feliz», y esa era la idea. No se trataba de la primera vez que recurría a sus consejos para limar asperezas, aunque esperaba que el resultado distase (y mucho) del de la experiencia anterior. Sucedió en la playa, cuando tenía once años y me encontraba en plena transición de niño a adolescente. A mamá le gustaba que fuéramos en verano a uno de esos resorts con animación en los que me mantenían entretenido mientras ella gravitaba sobre la tumbona, practicaba aquagym y se ponía guapa para el espectáculo que tocaba cada noche. Aquel mes de agosto llevaba el pelo con corte de "hongo", a la altura de la barbilla, enmarcando mi rostro ovalado, y discutía mucho con ella porque solo quería ponerme un short con una camiseta, como los años anteriores.

—El traje de baño es sin camiseta y pegado, no un short, Khaotung —argumentaba.

—Aprieta —replicaba yo. Un bucle incesante que se zanjó cuando escuchamos a dos desconocidos debatiendo sin disimulo mi sexualidad mientras me examinaban.

—¿Es chica o chico?

—Niña, ¿no? Tiene tetas, aunque pueden ser por el sobrepeso.

—¿Ves? —dijo mi madre enfadada. A la mañana siguiente me presenté puntual en el extremo de la piscina donde anunciaban por megafonía que iba a empezar el campeonato de baloncesto con un bañador que tan solo me cubría lo necesario y me cortaba la circulación porque mi madre se empeñó en que mi talla era la M y no había nada más que hablar. Me acerqué como siempre, animado y alegre, contento por estar de vacaciones y poder jugar a todas horas.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la monitora para inscribirme.

—Khao...

—Khao Gay —completó un niño a mi espalda, y se oyó un eco de risas.

—La masa.

—Porky. —La instructora detuvo la sesión de insultos y regañó a los participantes. Aquello los fastidió. Razonar con ellos no fue buena idea. Me cogieron rabia. Dibujaron mi cara en el centro de la diana donde querían afinar la puntería del veneno que les recorría la punta de la lengua. Bastó con que les dijese que estaba mal y no podía repetirse para que les atrajese llevarle la contraria. Un imán hacia lo prohibido. La broma que podía haberse quedado en un comentario pasajero se perpetuó. Fueron días duros. Días de vacío y palabras malsonantes a mi paso. Pero no tiré la toalla y le pedí a la monitora ayuda para que me dejasen utilizar la cocina. Prepararía la tarta de galletas y chocolate. Les daría lo que me hacía feliz, como decía Nana, y nos reconciliaríamos. La desagradable sensación que se acumulaba detrás de mi ombligo se desvanecería. Sería como siempre. Elaboré la receta con mimo sin la supervisión de la italiana, igual que con mimo la presenté en una bandeja rodeada de conguitos y M&M’s. Luego, la llevé sosteniéndola entre los dos brazos porque pesaba mucho. Al verla, los niños abrieron la boca y...

La Noche que Paramos el MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora