Khaotung
A la salida del restaurante nos dividimos. Gawin se montó en el coche con Nam y Neo para hablar con la batería durante el trayecto (por lo visto había conocido a un chico y una chica, y estaba tan entusiasmado con la perspectiva de liarse con ambos que se planteaba sugerirles un trío) y Jong me propuso acercarme a Villaviciosa en moto, invitación que rechacé después de que la camarera me orientase hasta la parada de metro más cercana, a tan solo un par de manzanas.
Fuera, no había ni rastro de First, de sus ojos de animal herido ni de la tormenta interior a la que había hecho referencia su hermano y que no me interesaba en absoluto. Nada. Cero. Mentira. Les dije adiós con la mano a los mellizos, el rubio y Gawin, y saqué la chaquetilla de punto blanca que siempre llevaba en la mochila por si acaso. Me la puse por encima antes de encaminarme siguiendo las indicaciones que me acababan de dar en el local. Girar a la izquierda, ir hasta el final de la calle, derecha y chocar de frente con la boca de metro. La temperatura a esas horas de la noche era agradable, pero una manga larga fina nunca estaba de más. Ajusté las correas de la mochila y crucé la carretera.
Me gustaba la soledad, aunque nunca me había considerado una persona especialmente solitaria, no sé si eso tenía sentido. La cuestión era que experimentaba cierto placer al caminar sin compañía, no hablar con nadie, mirar y empaparme de lo que me rodeaba o difuminarlo hasta hacer que todo desapareciese, excepto mis pies moviéndose relajados uno detrás de otro. Recorrer kilómetros de noche entre desconocidos era uno de mis placeres culpables; sentarme en el borde de una fuente iluminada, leer los grabados en la piedra del suelo y detenerme a ver escaparates antiguos cerrados. Decidido. Iría hasta el final y desde allí bajaría andando. Al menos ese era el plan hasta que un coche se detuvo a mi lado... Un coche que conocía muy bien; no me hacía falta ver al piloto para saber quién iba a los mandos. Continué andando a mi ritmo y First me siguió reduciendo la velocidad. Bajó la ventanilla.
—¿Qué quieres?
—Sube.
Lo examiné. Tenía la vista clavada al frente, el cuerpo completamente en tensión, y las manos sujetaban con fuerza el volante.
—Se dice por favor, estas cosas hay que pedirlas con educación.
—Sube, por favor —masticó con la mandíbula apretada sin dignarse a mirarme un mísero segundo. Íbamos hacia atrás como los cangrejos. Sonreí.
—No.
—Khaotung, tengo coches detrás.
—Que te adelanten.
—Es una calle de una sola dirección.
Lo sabía de sobra. Había empezado a escuchar los primeros cláxones. Y sí, lo estaba torturando. —Acelera.
—Cuando subas.
—Me apetece andar, es una buena noche. —Como respuesta, se estiró y abrió la puerta del copiloto. Buena suerte. Por mí como si recorría toda la M-40 con la puerta de par en par.
—¡Joder, Khaotung!
—¡Joder, First! ¿Para qué quieres que suba, eh? Trato de ser consecuente. Se supone que cualquier cosa que nos involucre a ti y a mí es una idea pésima...
—Lo es —ratificó.
—¿Entonces? Dame un motivo, solo uno, para que lo haga.
Paré y él frenó en seco, ignorando los insistentes pitidos del resto de los exasperados conductores. Ladeó el rostro. Mantenía la expresión martirizada de la cena, puede que incrementada por el paso de las horas. —¿Por qué parece que te cuesta un esfuerzo horrible encontrar un argumento?
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La Noche que Paramos el Mundo
FanfictionKhaotung tenía la vida ordenada y segura que creía desear. Hasta que aquella noche que tenía que ser perfecta cayó el telón y todo voló por los aires. First vivía el presente. Despreocupado. Sin futuro. Con sus propias normas. Hasta que el solista d...