Capitulo 3 🌨️

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Crystal se emocionó al ver su nombre en la pantalla del televisor.

El regocijo del sueño de mi infancia cumplido recorría mis huesos.
Esperé con ansias y finalmente llegó el día que anunciaron la ceremonia que se celebraba en honor del cumpleaños diecisiete de un miembro de la realeza, en este caso, yo.
Me levanté con un salto del sofá y me acerqué más a la pantalla que colgaba en la pared. Eran fantásticas noticias.
Sería un evento de gran magnitud, después de todo, simbolizaba la juventud latente de la inmortal Familia Real.
Nosotros éramos los únicos con la capacidad de gozar la magia sin precio alguno, a diferencia de las personas corrientes.
El viejo reino de Edania, en total, tuvo siete miembros de la realeza, siendo Pearl y James los más antiguos y los que nunca más se les volvió a ver.
— ¿Ya se hizo oficial el Festival del Florecimiento?— Preguntó una voz masculina al mismo tiempo que se abría la puerta de la sala privada del palacio, cuyo acceso era exclusivo para personas de la realeza (y el Primer Ministro). Era un espacio íntimo, y la única habitación con TV en todo el palacio— Desde mis épocas que no hubo ninguno.
Me di vuelta para dar con Albert, el cuarto principe (sin contar los primeros dos por su muerte).
— Sí, acabo de verlo.
Me senté en uno de los tres sofás blancos presentes, Albert recorrió el espacio hasta el que se encontraba en frente mío. Su ubicación era mejor que la mía, a mí se me quemaba la retina de la luz solar que entraba por la ventana.
— Que emoción sería organizar tal evento, además de que, una vez que concluya, ya será oficial tu especialización.
La magia siempre contaba con un enfoque, un faro que marcaba una línea precisa de dirección, cada uno de los miembros de la realeza poseía el suyo. Era una limitación de capacidades y otorgamiento de una esencia única.
Él lo comentó con ironía porque mi especialidad era clara por mi particular origen. De niño me fascinaba que me contaran esa historia.
— Ni siquiera lo pienses— Advirtió el príncipe, cruzando sus piernas. Enarqué una ceja— Ya sé que me ibas decir de nuevo que cuente el mismo relato y demás.
Puse mis ojos en blanco.
— Es tan simple como decir que coincidieron dos aniversarios y de tanta devoción surgí yo— Protesté ante su anticipación.
— Bueno, sí, ganamos la Guerra Celeste y justo su centésimo aniversario coincidió con los cuarenta y cinco años del fin de la dictadura, fin de la historia.
Albert soltó una bocanada de aire y arrugó la nariz.
— Te faltó la parte en la que todos estaban contentos y orgullosos de ser edadianos y, de ahí, surgí yo cual flor de la tierra.
Desde ese entonces, todo el mundo sabía mi habilidad especial, podía crear amor o controlarlo a mi antojo, brindaba prosperidad y felicidad a los demás. Nací de la alegría del pueblo, por lo que podía darla o quitarla.
En el fondo sabía el motivo por el que no quería hablar del pasado. Se trataba por la muerte de Pearl y James, era un gran peso para ellos.
— Tienes el cabello despeinado— Marcó Albert con ojos analíticos.
Moví mis manos para acomodar mi pelo teñido de celeste, únicamente dejé las raíces rubias, su labor era mostrar una pizca de mi naturaleza.
— ¿Ya se sabe los nombres de los luchadores?— Le pregunté a Albert con el fin de redireccionar el tema de conversación, aunque su mirada seguía estudiandome.
El contrario negó con la cabeza y alisó una arruga de la camisa bajo el saco de su traje.
— Recién comienzan las inscripciones, aunque he escuchado de un pajarito— Probablemente se refería a algún servidor del palacio— que los primeros en sumarse fueron personas de Los Barrios.
Conocía Los Barrios de algunas visitas que hice a lo largo de mi vida. Eran muy exclusivos con las personas que ingresaban, pero, como miembro de la realeza, tenía pleno derecho a entrar cuando quiera.
— ¿Soy el único que es incapaz de aguantar la emoción de que por fin sea oficial?— Exclamé contento, podría dar brincos de alegría— El Festival del Florecimiento, el día en el que lucharán en mi honor, es perfecto.
Hasta el aire que acompañaba esas palabras hice que sonara romántico. Sabía que no debía mostrar demasiada alegría, a Albert nunca le gustó verme idealizando, siempre dijo que debía bajar mis pies a la tierra.
— Quién sabe, quizás haya algunos debiluchos...— Tomó una margarita puesta por Emily en uno de los tantos jarrones de la sala. Ella siempre renovaba las plantas y, a la noche, las cambiaba por unas que te adormilaban en un único vistazo.
— No seas pesimista, solo la gente fuerte se inscribirá, sería patético que alguien vaya a morir— Se me hizo ridículo su comentario– Y, ya que estás aquí, ¿Ivonne terminó de organizar todo?
— Así es, ojalá algún día me tocase hacerlo a mí, pero como ella es una reina eterna es poco probable.
Si la celebración fuese organizada por Albert, sería una fiesta más que una fecha patria.
Esta sería la primera vez que Ivonne organizaba tal evento, y muchos la ponían en duda, puesto a su condición de locura.
Antes de la actual reina, la encargada de realizar el Festival del Florecimiento era Pearl, la primera princesa, la que pudo explorar y desarrollar su magia sin pagar ningún precio.
Pearl se caracterizó por su melodioso canto mágico, entre malas lenguas circulaba un rumor que era lo que uso para unificar la nación bajo su gobierno.
— Finalmente tendré un templo orientado a mí— Deseaba ser venerado, igual que mis familiares— ¿Quién no va a querer amor en su vida?
Cuando una ciudad adoraba a un príncipe o princesa, no solo protegía a ese lugar en el cual se le rendía culto, sino que su especialidad era compartida junto al pueblo.
Las ciudades que idolatraban a Ivonne, por ejemplo, tendían a desarrollar una mejor práctica de medicina. Ese era uno de los motivos por los que se ansiaba tanto mi Festival del Florecimiento, todos deseaban amor y felicidad, por supuesto.
— Oye, Crystal, sé que siempre has sido un buen chico, pero...— Me sonrió cálidamente, aunque yo sabía que era una sonrisa falsa— prométeme que no vas a humillar a la Familia Real en la festividad.
En el fondo, más que ser amado por el pueblo, no quería ser una decepción ni una carga para mi familia.
Desplacé mi mirada a sus ojos. Juntos hacíamos un contraste curioso, mi piel clara con su piel morena y mis ojos celestes sobre los suyos avellanas.
— No te preocupes, Albert, no los defraudaré.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora