Capítulo 8 🌹

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Eric estaba sentado cómodo en el vehículo que lo transportaba hacia Battletown.

Siempre soñé con visitar la capital, muchos conocidos habían ido allí y compartían comentarios sobre su inmensidad. Visitar ese lugar que con tanto placer me mencionaban, era un lujo innecesario que no debía permitirme.
Los tiempos cambiaron y me encontraba en el bus que me llevaría hacia la gran ciudad.
No era el único, bastantes personas viajaban, ¿Cuál sería su motivo?
Bordeamos un paisaje majestuoso compuesto por pastizales que exaltaban la llanura del relieve.
Era una hermosa vista, pero venía acompañada con mis recuerdos de la noche anterior.
Mi madre y yo habíamos tenido una fuerte discusión respecto a mi inscripción en el Festival del Florecimiento. Ella pensaba, y estaba convencida, de que iba a perder a su único hijo mientras yo me mantenía firme a la idea de mi victoria.
Duraría hasta la última de las batallas con tal de poder asegurar un futuro prometedor a ambos, lo necesitábamos antes de que el piso bajo nuestros pies se derrumbara.
En la madrugada mi mamá me rogó en llanto que no fuera. Tuve que rechazar y tomar las riendas del destino, triunfaría por nosotros.
Para pagar mi boleto de ida tuve que gastar todos mis ahorros que guardé para una situación "especial". De un día a otro, esa situación ya había llegado.
Buscar la forma de alojarme y mantener mis necesidades básicas fue más complicado, no tenía ningún conocido que viviera en Battletown por lo que me vi obligado a averiguar entre personas de mi clase.
Una compañera llamada Sara, tenía una tía que me iba a dar vivienda por ese tiempo. No le especifiqué el porqué de mi viaje, pero probablemente se daría cuenta cuando viera las noticias con los participantes del Festival del Florecimiento.
Frenamos en un pueblo que se encontraba en el medio del camino. El tiempo estimado de la parada sería de una hora.
Las personas se empezaron a levantar de sus asientos, algunos se estiraban, otros tomaban algunas de sus pertenencias antes de bajar. Yo no tenía nada más que mi teléfono a mano, el resto estaba guardado en el equipaje.
Cuando bajé del bus elongué mis piernas y me acerqué a un letrero que contaba con un pequeño mapa para estudiarlo.
Tuve que elegir a donde me dirigiría, podía conocer el pueblo o, la opción que opté, ir a unas colinas y un lago lejano.
Caminé entre arbustos y césped mientras el viento fresco soplaba mi ropa y pelo con delicadeza.
El aire era puro, sin gases densos. Estar inmerso en la ciudad hacía que no hubieran sospechas de lo artificial que era todo hasta que uno se enfrentaba cara a cara con la naturaleza.
En las tierras se podían encontrar algunos árboles, aunque principalmente eran lisas.
Con el paso del tiempo supe que me encontraba cerca de mi paradero, divisaba unas pequeñas elevaciones en la superficie.
Subí por estas y me quedé en la cima de todo, con el sol abrazando mi rostro, mi compañero en cada momento.
Si bien la luz solar me abrigaba, no evitaba que el viento frío me penetrara e hiciera castañar a mis músculos.
Me recosté en el suelo verde que rebosaba de fertilidad, la tierra era crujiente y sólida al peso de mi cuerpo.
A mí mismo no me engañaba, el verdadero motivo por el cual fui al lago era para apreciar la vida.
Pronto entraría en un área desconocida, llena de ruidos y sentimientos nuevos, no quería vivir lo que podrían ser mis últimos días en otra ciudad encerrado, esa no era la vida que yo quería tener.
Anhelaba con gran fuerza conocer nuevas sensaciones, vivir experiencias irrepetibles, pero mi vida tenía tiempo contado para la despedida.
Así fue como por primera vez desde que arranqué mi travesía dudé si la opción que tomaba era la correcta. ¿Y si me equivocaba? No podía aceptar un error que lo cobrara todo.
Quería creer que ganaría, mas un fuerte rayo de incertidumbre retumbaba dentro mío, advirtiéndome sobre el posible fracaso que se avecinaba.
Todos mis pensamientos reinaban en mi mente en una eterna guerra, ninguno iba a frenar hasta que uno se coronara ganador.
Perder por un momento pareció ser mi único futuro. Si fracasaba, al menos sería dando lo mejor de mí mismo.
Perdido en el celeste armónico del cielo, cerré los ojos y exhalé lentamente. Me sumergía en mi propia desesperación y mi mente estaba permitiéndolo.
Cambiando de posición, me acosté apoyando mi cabeza sobre mi mano, en una posición lateral. Tenía algunos dientes de león en frente mío y decidí tomar uno.
Con todo el aire de angustia en mi interior, lo soplé y cientos de pelusas blancas volaron hacia el lago. Flotaban con la libertad que me veía obligado a observar sin contar con la capacidad de experimentar.
Una solitaria hormiga atravesaba el follaje, ¿Se separó de su grupo? ¿Marchaba a la muerte? ¿Estaba en contra de su reina?
Era demasiado análisis a un insecto, buscaba callar a mi voz interna que me atacaba con la misma pregunta.
¿Habrá sido en vano arrojarme a la primer opción de salvación que se presentó sin cuestionarme las consecuencias? Si la nostalgia azotaba luego de una acción, ¿Significaba que fue un impulso que arriesgaba la recuperación de ese pasado anhelado?
Yo solo necesitaba hallar paz con mi mamá y vivir una vida relajada, pero no me replanteé si la supuesta solución era la correcta.
Pasado el rato que tenía permitido salir del bus, volví de nuevo al pueblo.
Cuando regresé a mi asiento encendí mi teléfono para ver si contaba con mensajes. Mi mamá me preguntaba cómo estaba y me mandaba saludos, le contesté con afecto.
Se reanudó el movimiento que cada vez nos acercaba más a la capital.
Sonreí por primera vez desde que había partido de mi casa, ya no aguantaba las ganas de llegar y conocer la ciudad. También tenía en mis planes aprender un poco más de la historia de Battletown; Sin embargo, primero, escucharía por segunda vez en mi viaje el álbum Sword Line de la gran Astrid Blacke.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora