Capítulo 25 🌸

11 6 0
                                    

Una paloma gris reposó en la ventana de Robin con una carta.

Fue en la tarde del miércoles, cuando al cercano Festival del Florecimiento le faltaban cuatro días para su comienzo.
En relación a ese tema, recibí una nota de Elena en la que me pidió que nos encontráramos en el Parque del Arcoíris.
Al parecer, la princesa encontró de su agrado mi compañía y solicitó reunirnos una vez más.
Sin duda alguna, acepté la invitación, y siguiendo los mismos pasos de siempre, me dirigí hacia allí.
Supuse que al día siguiente llovería, así que aproveché para usar una falda antes de que el frío gobernace el clima el resto de la semana.
Aún no me sentía familiarizado con la idea de que conocía a una de las gobernantes del reino, por supuesto era un privilegio que no todos gozaban.
En cuanto llegué al parque no veía a Elena por ningún lado por lo que tomé iniciativa de sentarme en el banco en el que la conocí.
Cerca mío un hombre arreglaba con prisa una cámara a la par que las últimas gotas de sol se filtraban entre las nubes.
Tras finalizar su labor, se levantó con tal de irse, sin antes dedicarme una mirada acompañada de un morboso brillo pícaro.
Con la cabeza inclinada me quedé observando como se alejaba a su lento paso, daba mala espina.
Una mano se apoyó sobre mi hombro y me sobresalté, como si de una fuerza atrayente se tratase, me volteé.
— Buenos días, Robin, larga vida a la Corona— Saludó Elena a la vez que se sentaba a mi lado— Veo que hoy no es un día del todo agradable.
Observó el cielo, no estábamos bajo del majestuoso sol en el que nos conocimos.
— Aunque esté nublado no significa que sea un mal día, considero que cada uno construye su día a su gusto. Además, el clima no condiciona la diversión.
— Linda respuesta— Elena asintió con aprobación— Por cierto, gracias por venir hoy.
— No hace falta que digas gracias, yo debería estar agradecido por la invitación— Lo correcto era aguardar por su respuesta, pero mi curiosidad no se saciaba con paciencia— ¿Por qué me dijiste de reunirnos?
Un pájaro pasó volando en frente nuestro con una pequeña rama en su pico, supuse que construía su hogar.
— Para ser honesta, no quería tocar el tema tan pronto— Escuché el leve sonido de que tragó saliva— ¿Por qué te inscribiste al Festival del Florecimiento?
La frustración mordió mi lengua, la respuesta era compleja de explicar y pocas palabras iban a salir de mi boca.
¿Cómo uno puede explicar sus sentimientos sin ser juzgado?
Observé mis piernas al descubierto.
— Me cansé.
Observé el peligroso mundo que me rodeaba.
— ¿De qué te cansaste?
Observé a la única persona que estaba a mi lado escuchando.
— Me cansé de la vulnerabilidad. Sabes, luego de nuestro último encuentro fui atacado por esto— Con las manos sacudí la falda— Fue en ese momento que me harté de la presión sobre mí e hice lo mismo que tú, yo tampoco quiero ser víctima de este mundo. Necesito que se hable, yo existo y el odio violento que me tienen existe, necesito exponerlo.
Elena pasó su mano por la cabeza.
Una mujer y un hombre nos rodearon con las manos tomadas y, hasta que no se fueron, la princesa no pronunció palabra alguna.
— No quiero que lo hagas.
Una fuerte sensación de calor me rodeó, lo más probable es que mis orejas se hayan puesto rojas.
— ¿Disculpa?
— Eres solo niño y te inscribiste a una conmemoración brutal repleta de muerte en todos los sentidos. Simplemente, no lo puedo aceptar.
Puse mis brazos en jarra.
— Hay varios participantes adolescentes...
— Y eso no quita que no lo acepto, sean adultos o adolescentes.
Elena hizo una mueca de desaprobación.
— ¿Entonces para qué lo celebran?— Fruncí mi entrecejo con salvajismo.
— ¿Crees que no intenté detenerlo? Todos tenemos dudas sobre la moralidad del Festival del Florecimiento, pero la decisión recae en Crystal y lo único que hizo fue dejar la habitación como le enseñaron que hiciera cuando los adultos hablaban. Nada de esto está bien— En su voz existía una desesperación oculta igual que un murciélago enterrado en lo profundo de una cueva— Es una matanza sin sentido y la única persona que da la palabra final no es capaz de controlarla.
Me quedé en silencio, no tenía nada que contestar al respecto.
— No se puede renunciar al Festival del Florecimiento— Susurré para mí mismo.
— Lo sé...
— Pero, aunque pudiera, no lo haría. Me inscribí por un motivo, no quiero que todo siga normal frente a tales actos de violencia. Trabajaré en un futuro que puedan haber "Robins" que sean libres de elegir que vestir. Imagínate cuantas infancias se desarrollarían sin culpa por sus gustos o se conocería mejor, quizás ni si quiera pasarían una vida amargada de odio y envidia.
— Tienes una causa noble.
— Es más que noble, es el destino que el progreso necesita. No dejaré que la corriente del viento me lleve, seré el tornado.
Elena se apoyó en el respaldo del asiento, su mandíbula se relajó.
— Recuerdo que fui de las primeras en apoyar a las mujeres que pedían usar con libertad los pantalones, no veo porqué esto es distinto.
Realicé una respiración profunda, por primera vez en toda la conversación sentí que la rigidez de mi pecho se ablandaba.
— A propósito, ¿qué es lo que mirabas antes con tanta extrañeza?— Al parecer Elena deseaba abandonar el tema.
— No era nada, solo una especie de fotógrafo que tenía cara de tramar algo.
Elena procedió a bajar un poco sus lentes de sol para ver con claridad la dirección en la que se fue el hombre.
— Oh...
— ¿Sucede algo malo, Elena?
— Tengo la mala fortuna de decir que le conozco— Sin darme tiempo para preguntar, contó su penosa experiencia— Es un reportero de la revista Vivianne, lo reconozco porque fue de los primeros en llevar rumores "jugosos" sobre la Familia Real en la anterior década, no quiero ni saber a quién está acosando ahora.
A veces consideraba que estábamos tan acostumbrados a la cultura del "chisme" que se normalizó la invasión a las vidas ajenas con tal de tener un tema de conversación que llenase nuestra insignificante existencia.
No todos los chismes eran buenos, pero, tampoco todos los chismes eran malos, existía un punto medio entre nimiedades y maldades.
Mis piernas se levantaron por voluntad propia a la vez que una nueva orden surgía dentro de mi cerebro.
— Vamos a averiguar.
Elena no vaciló en seguirme y caminamos hacia aquella dirección sin idea alguna de lo que encontraríamos, o mejor dicho, a quien encontraríamos.
Como si tuviera ojos en la espalda, el señor se percató de que nos acercábamos, bajó la cámara y se retiró.
De pronto, al igual que un rayo iluminando el cielo con brutalidad, nos percatamos de la persona que el hombre fotografiaba.
— No me digas que ese es...
— Sí, es él.
Allí estaba, Crystal, el príncipe del amor, cuyo Festival del Florecimiento me inscribí.
Elena quedó petrificada al piso, dio la impresión de que no era capaz de moverse.
Se me erizó la piel. Siempre vi a Crystal en los medios de multimedia, era raro verlo en vivo y directo.
Sus facciones marcadas con un porte elegante, su nariz recta, el detalle de las raíces rubias de su pelo teñido en celeste, todo era alucinante.
Sin darme tiempo de seguir pensando, Elena tiró de mi brazo y me llevó al primer asiento que encontró.
— No puede saber que estoy aquí— Comentó ella con la cabeza en otra dirección.
Inevitablemente, volví a la ventana como una abeja atraída por una flor, esta vez sin asombro.
Fue ahí cuando me di cuenta que él no estaba solo, sino que iba de la compañía de Gregory, un chico de mi clase.
La imagen de ellos dos juntos se contrastaba de una forma complementaria y rara, son dos polos opuestos. Gregory con su tez y cabello oscuro junto a sus ojos ámbar se contraponía al celeste y dorado estridente que Crystal imponía, dos vibras diferentes. Además, conocía lo suficiente para saber que Gregory odiaba el romance, ¿qué hacía charlando con el Principe del Amor?
— Elena, Crystal está con un conocido mío de la escuela.
Eso llamó su atención, lo que generó que se inclinara un poco con el fin de satisfacer su curiosidad; sin embargo, la curiosidad mató al gato.
Tanto Crystal como Gregory se voltearon a nuestra dirección.
— Solo saluda con la mano y sonríe así nos dejan.
Hice caso a sus ordenes, aunque solo logró empeorar las cosas.
Ambos se levantaron de la mesa y salieron de la cafetería, caminando hacia nuestra dirección.
En mi cabeza se sentía la sangre subiendo y bajando a un ritmo errático, mi corazón latió a una velocidad mayor que la luz.
Gregory y yo no éramos precisamente las personas más cercanas, más bien solo coincidíamos a veces, aunque no lo consideraba desagradable.
— Ten cuidado con todo lo que digas y hagas porque...— Elena no llegó a terminar la frase— Buenas tardes, alabada sea la magia, niños, que la reina Ivonne los bendiga.
Sus últimas palabras sonaron alargadas y con un peculiar timbre agudo en la voz.
— Alabada sea la magia. Hola, Robin, es lindo verte en otro lado que no sea en la clase de matemáticas— Comentó Gregory, le dediqué una risita.
— Alabada sea la magia. También es lindo verte, y a usted también, Majestad.
A pesar de que no te lo enseñaran de manera explícita, era obvio que había que dirigirse de manera respetuosa ante la realeza.
— Larga vida a la Corona. No hace falta esas formalidades, lo aprecio, joven ciudadano. O ciudadana— Su vista se desenfocó en duda— ¿Ciudadano o ciudadana?
— Ciudadano.— Sin intención, la respuesta me salió demasiado seca.
— Perdón, no era mi intención ofenderte, no es mi culpa que te vistas de mujer— Murmuró para sí Crystal, poniendo los ojos en blanco como si todos fueran a pasar por alto el comentario.
Gregory, repleto de sorpresa y compasión, se mordió el labio. Si algo debía de reconocerle, era que siempre me dio apoyo en ese tema.
— Discúlpame, Excelencia, pero yo no me visto de mujer, me visto de Robin.
Mis manos se humedecieron de sudor. Tenía que decir mi verdad incluso si no sabía si mi voz iba a temblar.
— Sí, sí, como sea.
Esbozó una sonrisa juguetona, un tanto aniñada.
— Crystal— Esta vez Gregory le llamó la atención— Ese comentario sonó fuera de lugar, lo mínimo que puedes hacer es disculparte.
— Solo dije lo que es normal, ¿o vamos a fingir que esto sí lo es?
Elena, quien padeció de una breve parálisis, finalmente reaccionó y dijo:
— Lamento tu desafortunado comentario, pero la normalidad no existe— El príncipe frunció el entrecejo e iba a objetar, pero Elena se adelantó — Lo que tú llamas como "normal" es solo lo "común" porque cada uno tiene su propio concepto de normal. Por ejemplo, quizás para mí es normal desayunar frutas mientras que para ti tostadas.
Por intuición, supe que su ejemplo debía de estar vinculado con una situación que ellos vivían en sus mañanas.
Crystal entrecerró los ojos.
— No confío en personas que no me hablan en la cara, ya sabes, frente a frente, ojo a ojo. Así que quítate esos lentes y mírame a la cara cuando hables.
Elena arrugó la nariz como respuesta, era consciente de que Crystal la estaba desafiando.
Él sabía que se trataba de la princesa disfrazada y quería probarlo con sus características ojos rojizos.
— Tiene problemas de visión, déjala.
Inventé la primera excusa que se me ocurrió, quizás con Gregory funcionó, pero Crystal no se lo creyó ni por un pelo.
— Con que problemas de visión, eh— Repitió desconfiado— Por cierto, eras participante de mi Festival del Florecimiento, ya deseo ver de qué estás hecho.
— No me subestimes, estoy lleno de sorpresas, y además. Quizás yo sea el ganador.
El príncipe dio un paso adelante.
— Ser ganador requiere fuerza.
— No solo se trata de fuerza, además, esa ya la tengo.
Crystal arqueó las cejas.
— El chico de la falda ataca.
— El chico de la falda ganará.
Tras pronunciar esas palabras sentí una terrible flor de culpa emerger.
Ganar implicaría matar a Ashley, tarde o temprano, no sabía si era capaz de acabar con alguien que le tenía aprecio.
— Confío en que puedes, Robin— Las palabras de Gregory eran auténticas, no me esperaba que alguien fuera de mi familia me diera apoyo.
— ¿Por qué te vistes así?— La pregunta de Crystal no tenía ningún insulto, pero sonaba ofensiva.
— Porque quiero, no hay ningún motivo más.
— No lo entiendo.
— No hace falta que lo entiendas.
— Pero eres un chico.
— ¿Y eso qué tiene?
Ya parecía que no llegabamos a ningún lado más que la incongruencia.
— Eres un príncipe y no entiendes cosas tan básicas— Exclamó con indignación Gregory a la vez que se acercaba a mí apoyando sus manos sobre mis hombros— Vamos, Robin, en cualquier momento anochecerá y va a ser mejor que caminemos juntos.
Mis piernas se dejaron llevar por él, sin antes voltearme para dar un último vistazo de Elena hablando con una mueca en su cara.

Al principio, el silencio predominó en el comienzo del trayecto, ambos estábamos sumergidos en nuestros pensamientos, intentando digerir lo que sucedió.
— Lo lamento— La voz de Gregory salió entrecortada.
— ¿Qué lamentas?
— La situación, por mi culpa pasaste un mal momento, nunca debí decirle a Crystal que te conocía.
— Ey, no digas eso, no es tu culpa la mente cerrada de otra persona— Le pegué con suavidad en el hombro como un gesto afectuoso— Créeme, ya estoy acostumbrado.
Llevé mis manos a mis bolsillos.
— Siendo sincero, jamás me imaginé que este tipo de cosas vivías solo por ser tú mismo.
Me encogí de hombros al mismo tiempo que me detenía por un semáforo.
— La vida es difícil, cada quien con sus propios desafíos.
— Cuando me haga un escritor famoso, usaré mi influencia para exponer esas conductas incivilizadas.
Me reí ante el hipotético comentario.
— Ya lo veremos.
— Oye, si quieres, puedes pasar la noche en mi casa.
Nunca antes había recibido una propuesta así, mis amigos no me invitaban a ese tipo de reuniones reservadas exclusivamente para personas cercanas.
— Les mandaré un mensaje a mis padres preguntando si me dejan, pero sí, por ahora acepto.
Me podría haber echado a llorar allí mismo de lo agradecido que estaba.
Era hermoso que una persona quisiera dedicar tiempo a uno.
Se me ocurrió hacer una idea similar con Ashley.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora