Capítulo 39 ⭐

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La habitación de la clínica servía como una fuente de cuidado para el padre de Astrid, pero como un nido de rechazo para la cantante.

Ingresé al cuarto con el corazón en la boca.
La última vez que estuve en una sala de hospital lo perdí todo.
Crecí y avancé tras la muerte de mi madre, aunque eso no significó que la herida desapareció.
Así que, pese a todo el tiempo transcurrido, seguía rememorando sus últimos alientos como si del día anterior se tratara.
Mi libertad para respirar se había acabado, otra vez sentía una cuerda invisible alrededor de mi garganta, asfixiandome.
— Astrid, no hay necesidad de estar tan preocupada por mí, sobreviví y estoy fuera de peligro— Comentó Matthew, mi padre— Además, han hecho un fantástico trabajo y Rita estuvo conmigo.
Sus palabras motivacionales terminaron siendo más puñales a mi ánimo.
Me enorgulleció que mi novia hiciera compañía a una de las personas que más amaba, pero quien debió haber estado en ese momento era yo.
La culpabilidad me carcomía.
— Eso lo sé, solo soy una hija preocupada. Esto fue algo inesperado, me da tanta rabia— Respondí cruzada de brazos a Matthew, quien se encontraba acostado en una camilla con los ojos desprendiendo un brillo leve.
La habitación era de cierto modo acogedora, sus paredes azules imitaban el color del cielo y diversas pinturas colgaban en estas.
Lo que más me gustaba era el florero al lado de la ventana, daba la sensación de esperanza.
De todos modos, me seguía sin fiar del lugar. Todo simbolizaba una alerta constante, así como allí ocurrían milagros, sucedían desilusiones.
En frente de la camilla había una televisión grande y de buena calidad. De hecho, fue donde vimos el Festival del Florecimiento. En realidad, deberíamos haber asistido al estadio.
Cuando vi al muchacho en la introducción de ayer, lucía tan inofensivo. Quizás fui yo quien tuvo la impresión errónea, pensé que era más débil.
La escena del asesinato fue tan brutal que me revolvió el estómago.
— Entonces, ¿te da rabia este suceso?
No supe si mi papá estaba siendo irónico o preguntaba en serio, por lo que me quedé en blanco por unos segundos.
— ¿Cómo no podría enojarme si casi te asesinan solo por una desgastada billetera, las llaves de tu coche y un teléfono?— Le devolví su pregunta, me pareció ridículo, era un razonamiento sencillo— Tu vida vale más que objetos materiales.
Mi papá esbozó una sonrisa conmocionada.
La televisión emitía ruidos que parecían distantes y ajenos a la conversación que se gestaba.
— En el mundo en el que vivimos no me sorprende que eso ocurra.
Negué con la cabeza, abatida por con su simple respuesta.
— No puede ser, no entiendo porqué lo hicieron. No era necesario apretar el gatillo, estabas indefenso— Entre quejas, tomé asiento a su lado, me dejé derrumbar— No es justo que le roben a la gente trabajadora.
— Supongo que es porque es su única forma de sobrevivir.
Apreté los dientes en desacuerdo.
— ¿Y eso qué? Roban, gastan lo que "ganaron" y con el tiempo vuelven a robar porque no es sustento. No es un trabajo, no es digno— Repliqué con desdén, proveniente de mi fuerte rechazo, mi corazón ardía en furia— Además, sus gastos se basan en adicciones y tonterías.
Mi papá chasqueó la lengua.
— Tampoco es digno ser abandonado por la sociedad y estar sin educación. ¿Cómo pretendes que tengan un trabajo, hija?— Conestó Matthew con el típico aire paternal que usaban los padres con tal de dar una lección de vida.
Él intentaba poner los dos ojos en las distintas perspectivas, aunque yo solo tenía ojos para la mía.
Las paredes de nuevo se sentía diminutas, como si nos quisieran encerrar y sofocar.
— Pues, ¿por qué tengo que pagar el precio de eso?— Me sentía egoísta, pero yo no podía controlar al gobierno y sus malas decisiones— Sigo sin entender porqué los justificas, ¡tu propia vida estuvo en riesgo!— Levanté el tono de voz en la última exclamación, quería dar énfasis a eso— Me da miedo que me maten por un mero bolso o que dañen a otro inocente por dinero.
Mi pulso se aceleró en rabia, quería asomarme por la ventana y gritar.
De no ser por la herida de la bala, mi padre se hubiese cruzado de brazos.
— Es fácil decirlo en la posición en la que estás, ellos no tienen nada de lo que tú tienes— Podía entender su punto, seguía habiendo puntos ciegos.
Cerré mis puños con coraje, deseaba dar un brinco y rugir por la injusticia.
— ¡ESO NO JUSTIFICA QUE TENGA QUE SALIR A LA CALLE CON RIESGO A QUE ME ROBEN DESPUÉS DE TODO EL TRABAJO Y ESFUERZO QUE APLIQUÉ EN MI VIDA!— La bomba de mi interior estalló.
Matthew mantuvo su serenidad.
— ¿Por qué no piensas en esos inscritos en el Festival del Florecimiento? No dudo que, la mayoría que está allí, solo mata por dinero.
— Sí, ¿Y?— Fruncí el entrecejo, desconcertada.
— Ahora piensa que esos criminales que repudias son personas que viven en un Festival del Florecimiento eterno, es su única manera de conseguir algo en la vida porque no tienen otro camino— Me preocupaba que mi padre estaba dando en el blanco. Se encogió de hombros— La diferencia está en que una salida fue fomentada por el gobierno de manera legal y la otra es la única opción que les queda porque no existe camino para ellos.
Solté una bocanada de aire, el aroma cítrico de la realidad era punzante.
— Sigue sin ser justo, el gobierno no les da atención y el precio lo paga el pueblo, y no justamente los sectores adinerados...— Me sorprendí de lo harta que estaba de la situación que jamás me cuestioné.
Cuando los estómagos empezaron a protestar de hambre no desperté.
Cuando atacaron las obras públicas y dejaron sin empleo a millones de personas no desperté.
Cuando los privilegios comenzaron a marcarse entre nosotros no desperté.
Cuando se desinteresaron por las personas sin salidas de la pobreza no desperté.
Cuando se aumentaron los impuestos sin motivos aparentes no desperté.
Cuando persiguieron a los opositores y "traidores de la magia" tampoco desperté.
Pero, en ese momento que por primera vez me vi involucrada sin poder sobrellevar el asunto en piloto automático, por fin desperté.
Me di cuenta de que siempre pude hacer algo, aunque sea un mínimo gesto, nunca alcé la voz, ni siquiera los puños.
Era parte del sistema piramidal desde mi pequeña cúspide, tanta gente afectada y yo tan cegada por seguir escalando por más riquezas. Hacía caso omiso a todo lo que sucedía en mi propio país por la capacidad humana de acostumbrarse.
Ese era el problema, nos acostumbrábamos a pagar lo que era nuestro y lo que no, a vender nuestro trabajo a bajos costos, a ser silenciosos cuando nos amargábamos.
¿Había algo qué hacer?
— Es mucho más difícil que eso, si quisieran darle atención a los vulnerables, nos aumentarían los impuestos— Las ojeras de mi papá estaban demasiado presentes, su voz poseía un tinte de cansancio— De lo cual te quejarías porque tu dinero se iría en mantener personas que no trabajan para conseguirlo, así que volvemos a la misma situación— Tragó saliva— No hay humano con empatía suficiente para esta tarea.
Me dejé caer en el respaldo de la silla.
— ¿Sabes la diferencia? Yo trabajé desde los diecisiete para ganarme lo que tengo. Dejé de lado demasiadas cosas de mi vida, tú mismo renunciaste a tus sueños para tener lo que tienes— Vivíamos en una cultura en donde el mérito pesaba más que la humanidad— Te dedicaste toda tu vida al empleo que odias como para que nos vengan a quitar eso mientras hay sectores que se llenan de riqueza sin cuestionamientos o enfrentamientos— Me faltó añadir que, por supuesto, la vida era más fácil si, con solo nacer, el mundo ya te debía una porción de riqueza— Los que llegan a puestos altos de política son los que vienen de esos sectores y ninguno jamás aboga por los trabajadores o los necesitados porque solo juegan para Los Barrios, y bien que cuando necesitan votos evocan sentimientos de que ellos son distintos a los "mismos de siempre"— Puse los ojos en blanco— Y de todos modos son iguales porque vienen de lo mismo, tienen el mismo pensamiento y los mismos avariciosos bolsillos— Hasta yo me cansé de mi discurso, pero por primera vez tenía que admitir mi verdad, aquella tan enterrada que jamás reconocí que estuvo allí— Encima lo peor es que, todos esos "vulnerables", son los mismos inútiles que después votan a gente como Jesse Thomas para que únicamente sea un títere de Los Barrios, nunca votan a nadie que realmente le importe la gente.
Tras finalizar me di cuenta que quizás era cierto que no existía una persona así, interesada por el bien común.
Siempre había un fin en preciso, nunca una intención de bondad genuina.
Los políticos podrían afirmar que les interesaba el bienestar general. Siempre y cuando ese bienestar coincidiera con sus ideologías, sino, dirían que eso no era bienestar y era el atraso.
— Permiso, alabada sea la magia— Comentó un chico en voz baja. Tal vez en tono normal, considerando los altos niveles a los que llegó este debate— No quise interrumpir la conversación... solo venía a ver que todo esté bien y que no necesite nada.
Incliné la cabeza hacia abajo y, avergonzada, me tapé el rostro con la mano, seguro me escuchó llamar inútil a las personas que votaron a Jesse Thomas.
Esperaba que lo mantuviera en secreto y no lo dijera en los medios de comunicación, no quería tener pleitos.
— Alabada sea la magia. Sí, todo está bien, joven, no hay nada de que preocuparse— Respondió mi padre con calidez.
— Está bien, lamento la intromisión.
Mi mánager me hubiese asesinado allí mismo de haber presenciado que un desconocido escuchó mi opinión política.
Cada persona sabía que para una celebridad era mejor enterrar sus pensamientos reales, sino, se arriesgaba a ser el ojo de un huracán.
La verdadera (o antigua) Astrid no temería demostrarlos.
— Mi niña, necesito que me oigas, con el tiempo te transformaras en una de ellos— Arqueé las cejas, estupefacta de su insinuación— Vas a querer una casa allí en Los Barrios con tal de evitar todos estos asaltos. No hay ladrones ahí. De lo contrario, nadie aspiraría a ser como ellos— Sus palabras me dolieron, no quería ser un componente del problema, quería solucionarlo— Incluso, fíjate donde estás parada criticando esto, tú tienes bastante dinero de sobra a comparación de otros. No sé qué te exalta tanto, si para los ojos de cualquiera de menor ingreso eres parte de esos ricos que tanto críticas.
No quise observarle a los ojos, su mirada era un juicio que no quería afrontar. Agaché mi cabeza y di con mis costosas botas de diseñador.
Por supuesto que era parte del problema.
— No quiero sonar hipócrita, solo no olvido de donde vengo.
Me crucé de brazos.
— Sí, aunque de todos modos, mira de donde vienes: siempre con un celular de excelente Internet, televisiones de gran calidad, vacaciones aseguradas. Por favor, no me vayas a negar tu privilegio. No me hagas estar decepcionado de la crianza que te di.
— ¿Entonces, qué? ¿No puedo querer algo mejor para las personas por tener dinero?
Ya no sabía de qué lado se encontraba mi papá.
— Eso es lo que te diferencia de los otros, deseas mejorar las cosas, no conservarte sin hacer nada, y eso es lo que está bien.
Me equivoqué. No existían lados, solo gente desprotegida, gente generosa y gente egoísta en un mismo planeta.
— Igualmente, este mundo está roto, ¿verdad? Jamás va a haber cura para la sociedad porque ningún sistema beneficia a nadie. En unos crece el monopolio, la riqueza personal y la sociedad estratificada, en el otro crece el consumismo que trae consigo inflación, contaminación e impuestos mayores. Y ni hablemos de los que te privan de la libertad con la falsa idea de igualdad.
Mi padre asintió con la cabeza, esa era la conclusión a la que quiso que llegara, la sociedad era un barco sin rumbo.
Su intención era que viera ambas caras de la moneda y que pudiera definir lo que pensaba del tema con todos los criterios.
Habían demasiadas injusticias en el mundo, pero, en vez de quedarme con los brazos cruzados, podía ser una persona de acción y actuar a favor de lo que creía correcto y en contra de lo mezquino.
Al final de cuentas, era imposible una forma de perfección, existían los cabos sueltos.
Así que, no abogaría en defensa de los que dañaban y perjudicaban a otros, yo demostraría el camino oculto, el camino escondido por los poderosos.
Quizás ese era mi deber, luchar y mejorar la vida de los indefensos.
Ya basta del caso omiso a los Mágicos desenfrenados y ya basta de promulgar la violencia entre los nuestros.
Tal vez, debería empezar por su ejemplo, el Festival del Florecimiento, que delataba el malestar social tan cultivado cuales semillas en nuestro cuerpo en espera de madurar, florecer y hacer estragos.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora