Capítulo 35 🌸

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Robin caminaba en los jardines con su amada amiga.

— ¿Te sientes bien? Te noto un poco pálido— La cálida voz de Ashley me apartó de mis pensamientos.
Ambos nos pusimos a recorrer el terreno del palacio, aunque se suponía que deberíamos estar conociendo a los otros competidores.
— Solo estoy nervioso— Saqué una sonrisa para no preocuparla.
Ella apoyó su mano en mi hombro.
— Sé que es difícil, pero no nos rendiremos hasta el final.
Nos detuvimos delante de una estatua de una mujer con un arco.
— ¿Quién crees que sea?— Incliné mí cabeza.
— Quizás sea Elena, ya sabes, la peligrosa— No me sentí cómodo con la respuesta de Ashley, no cuando conocía la verdadera cara de Elena.
Me maravillé con el esplendor del estilo de vida que se llevaba, ojalá pudiera amanecer cada día con tanto lujo.
De pronto las campanas resonaron en todo el espacio, su tintineo inundó nuestros oídos.
Ya era hora de sortear las rondas del festival.
Volver al castillo no fue una tarea difícil, uno podía verlo desde kilómetros por su inmensidad. Caminé por voluntad propia hacia mi muerte.
Esta vez no nos hicieron pasar al interior, sino que ya había cámaras que apuntaban a la Familia Real en la plataforma de entre las escaleras.
Una vez allí, comenzó la transmisión en vivo para todos los televisores del reino.
— Muy buenas tardes a cada uno de los habitantes de nuestra bella Edania. Larga vida a la Corona— La mitad del rostro de Albert lucía distante y la otra simpática.
Noté que la reina Ivonne no estaba entre nosotros.
— Como muchos sabrán, hoy se sortearán los participantes de mi Festival del Florecimiento— Los ojos de Crystal rebosaban de chispas de alegría, como si fuese un niño que le dieron dulces. Aún no sabía qué pensar sobre él, me juzgó por usar falda, pero no podía criticar a un príncipe; aunque, si me encargase un favor, una misión, una prueba o lo que sea, no la cumpliría— Así que invito a nuestros valientes participantes a que tomen un número para ser sorteados.
Mis ojos se posaron sobre la mesa en la que había unas pequeñas bolas junto a una de esas piezas cilíndricas que utilizaban en el bingo.
Uno por uno obedecimos a su indicación y aguardamos a que se nos diera otra.
Mi número era el ocho y me pareció ver que el de Ashley era el tres.
En este momento se definiría si me tocaba luchar contra mi propia amiga.
El príncipe Crystal se acercó con lentitud al artefacto e inició a darle vueltas con la gracia de un cisne.
Mi corazón se aceleró, no existían sonidos más que la esfera que giraba con la manija y la sangre que golpeaba en mi nuca como un tambor.
No quería luchar contra Ashley tan temprano.
Los pelos se me pusieron de punta y pasé mi peso de una pierna a otra.
Quizás tenía buena suerte y todo se postergaba hasta el final.
Una bolilla se escapó de la prisión ovalada y rodó hasta el final.
Crystal posó sus ojos en mí con una mirada llena de travesura.
— El competidor que inaugurará el festival y será el primero en luchar mañana es...— Señaló con un tono de voz marcado para que todos lo escucharan— El número ocho.
Por un momento temí que las piernas me fallaran, pero me mantuve erguido.
— El número ocho me pertenece a mí.
Mantuve mi cabeza en alto y sonreí confiado, tenía que causar una buena impresión a los espectadores, no había nada peor que si terminase siendo un ganador odiado.
Sentí el roce de mi mano con la de Ashley y, de manera automática, tomé la suya.
Crystal volvió a empezar a dar vueltas a la manija.
El repiqueteo de las pelotitas con el frío plástico pareció durar una eternidad.
— La persona quien competirá contra este muchacho es la que tiene el número...
Hice más fuerte mi agarre con la mano de Ashley, en ese momento se definía todo.
Ella devolvió el gesto.
Los ojos de Crystal se posaron en nuestras manos, expectante.
Una pequeña bola se escapó, tragué saliva con el corazón en la boca.
— Es el número trece.
Observé a cada una de las personas presentes en busca de mi contrincante.
Otro chico dio un paso adelante, en el cuadernillo figuraba que su nombre era John.
— Vuelen, semillas, regresen a sus hogares a descansar— Emily extendió sus brazos— Mañana será su turno de saber quién florecerá.
— Alabada sea la magia— Con una reverencia de cabeza nos retiramos hacia la entrada.
Avanzamos por los jardines en silencio, dejamos atrás todo el show de la realeza.
No quise comunicarme con John para no hacer más difícil la tarea de matarlo al día siguiente.
— Espero que alguno de nosotros encuentre la paz, Robin— Comentó el muchacho de tez pálida.
— Lo mismo digo, John.
Cuando llegamos a las rejas, un grupo de periodistas filmaban amontonados, deseosos por tener primicias que llenaran sus bocas como si fueran su pan para no morir de hambre.
A penas pusimos un pie fuera de las tierras del palacio se nos iluminó la cara de luces de cámaras.
— Oh, Robin, ¿qué se siente ser el primer concursante?— Distinguí una voz entre todo el barullo. Puso un micrófono cerca de mi boca— ¿Estás a gusto con esto? Cuéntanos más.
Giré mi cabeza con tal de irme hacia otra dirección, pero fui sorprendido por otro micrófono.
— En primer lugar, ¿por qué te inscribiste?— Esa era la pregunta más importante.
Era mi momento de decir el motivo de mi lucha.
Sin embargo, el guardia no me dio oportunidad de responder porque se acercó pidiendo a los periodistas que se dispersaran.
Seguí de largo como si nada hubiese pasado, como si la vida fuera algo eterno que no cambiaba con cada vuelta de esquina.
— Oye, espera, oye. Estás invitado a venir mañana después del festival a los estudios televisivos para una entrevista— Comentó una voz femenina detrás mío. Me di vuelta para dar con Sandra Miller, la reportera más importante del país— Si es que eres el sobreviviente.
Tras pronunciar esas palabras se retiró junto a un camarógrafo.
Me quedé avanzando en la calle solitaria.
El viento frío soplaba mi cara y se llevaba las pocas hojas marchitas de los árboles, ahora calvos. ¿Cómo florecería si ni las plantas reales estaban vivas?
Mi mente congeló el asunto del festival, pensar en eso me drenaría la energía.
En mis planes estaba seguir mi día dentro de mi casa y evitar las redes sociales, pero recibí un mensaje que me sacó de la ilusión.
Se trataba de Hans y no fue un mensaje de interés por el Festival del Florecimiento.
Lo contrario, me estaba pidiendo un favor.
Él era compañero de clases de natación con Gregory y, al parecer, no asistió hoy y era una de las evaluaciones más importantes si quería tener un futuro en base a eso.
Hans no podía salir a buscarlo, así que me pidió que lo hiciera. En el fondo sabía que me lo encargó porque era el único que se preocuparía en verdad y saldría a averiguar.

Así es como acabé en el departamento de Gregory.
Su rostro no se asemejaba al que recordaba del último viernes.
Unas ojeras se asomaban por debajo de sus ojos ámbar, tan oscuras y marcadas que se confundían con su piel, e incluso se le notaba más delgado.
— Oh, Robin, no esperaba verte aquí, ¿qué se te ofrece?— Preguntó él con la mirada apagada, lucía como si le hubiesen extraído todo rastro de vida.
— Hans me dijo que hoy tenían unos exámenes, o algo así, de natación y me pidió que te viniera a ver.
— Ah, eso— Respondió, restando valor a uno de sus hobbys, y se golpeó la cara— Pensé que el mensaje era bastante claro cuando no contesté sus llamadas, no iré.
Me quedé en blanco, perdido en una cesta apoyada en una estantería igual que si fuera un premio.
Sacudí mi cabeza para sacarme del trance.
— Espera, ¿cómo que no vas a ir? ¿Qué no es importante?
— Ahora mismo no tengo ánimos para que me evalúen con tal de definir si participo o no en una competencia.
Gregory no era así, él siempre fue una persona alegre y de buen humor, su negatividad era de extrañar.
Mi impulsividad no se pudo quedar callada y me atreví a preguntar:
— Gregory, siendo sincero, ¿te sientes bien?
Esta vez no aparté mis ojos de los suyos.
— ¿Qué es estar bien?— Replicó distante— Si te refieres a que tengo una buena familia, hermosos amigos y un techo bajo el que descansar, sí estoy bien.
— ¿Y si no me refería a eso?
— En ese caso, pues, no, no estoy bien. De hecho, llevo así unos cuantos días.
— ¿Puedo preguntar porqué?
— Puedes preguntar, pero no creo que te vaya a responder, prefiero hablar de otras cosas.
Inhalé y exhalé sin saber qué hacer, no estaba acostumbrado a esas situaciones de amigos.
Una vez más, la cesta y su lujoso listón azul abdujeron mi atención. Era un sol brillante entre tinieblas fantasmales.
— ¿De dónde salió esa?— Pregunté mientras la señalaba con el ceño fruncido.
— Oh, fue parte de un regalo del príncipe Crystal, el príncipe del amor, irónico, ¿no?
No comprendí el comentario.
— ¿Por qué habría de serlo?
Gregory suspiró con los ojos en blanco.
— Está bien, te contaré todo. El viernes a la noche, cuando me fui a dormir, me empecé a sentir, ya sabes, vacío... Mi mente no dejó de apuntarme y señalarme que, a pesar de que lo tengo todo, a la vez no tengo nada. Nadie me ama, estoy solo.
Abrí mi boca para objetar, pero Gregory continuó por encima:
— Pensé en todas las personas que entraron en mi vida y se fueron— Exhaló decepcionado— Sueño con estar con alguien, siento que necesito amor...
— Escucha, Gregory, tú no necesitas el amor— Apoyé mis manos en sus hombros— Por eso dijiste que sentías que lo necesitabas, porque es bajo tu perspectiva, es algo que tú sientes, no hagas real un sentimiento efímero.
El muchacho apartó su mirada.
En mi mente se reprodujo todas sus risas y discursos de fortaleza, no podía permitir que él acabase siendo el agonizante chillido de lo que fue un rugido.
— Siempre admiré tu libertad de esperar a conocer el verdadero amor sin depender de otro para sentirte completo. Además, eres talentoso, no desperdicies eso en arrinconarte por cosas que no puedes controlar.
El contrario pasó su peso de una pierna a la otra.
— Quizás tengas razón, pero no me dejaste terminar de contar la ironía. Bueno, para resumir, fue irónico que justo esa misma tarde había recibido la canasta del príncipe Crystal con galletas y una carta deseándome que me diera cuenta de que el amor es valioso. Y que las galletas sean de mi agrado.
— ¿Y quedó alguna? Quiero saber que tan bueno es el príncipe Crystal en la cocina— Intenté de subir los ánimos de la fúnebre conversación.
— No, me las comí todas— Respondió Gregory con una sonrisa infantil, era la primera vez que sonreía en toda la conversación— Cada bocado era delicioso, era como si estuvieran rellenas de felicidad, quedé enamorado por como cocina Crystal.
Quién lo diría, el príncipe mágico del amor era buen chef y hacía magníficas galletas de felicidad.
Al cruzar aquel pensamiento, las alarmas se dispararon en mi mente.
Gregory comió las galletas de "felicidad" hechas por un usuario de magia y luego empezó a sentirse que le faltaba amor.
Temía que hubiera una íntima relación entre ambos sucesos, ¿qué tal si Crystal embrujó las galletas para dañar a Gregory por su discusión sobre el amor? ¿Eso quería decir que quizás yo también esté en su lista de próximas víctimas? ¿Qué venganza me esperaría a mí?
No lo sabía, pero tenía la certeza de que si Crystal tuvo la intención de perjudicar a Gregory, tendría que rendir cuentas.
Mañana no solo tendría el Festival del Florecimiento, sino que también una deuda que saldar y mi plan iniciaría con una paloma en el alféizar de mi ventana.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora