Capítulo 2 🌄

41 13 2
                                    

El rayo de sol que iluminó la cara de Ashley le dio a entender que ya era hora de regresar a su hogar.

Unos días antes, una mujer junto a sus hijos mendigaban en las humildes calles de Sweet Valley.
La imagen de esa desesperada familia se quedó impregnada a mí como un imán a un metal, no era capaz quitarmela de la mente.
Aún seguía rememorando sus caras delgadas, las precarias mantas de abrigo, las súplicas por una moneda, y, sobre todo, sus miradas que solo conocían el rechazo.
Con temprana edad, esos niños, vivieron la crudeza del mundo.
Se reproducía el recuerdo una y otra vez, al igual que el constante choque de las olas del mar. Su realidad de vida, las faltas de oportunidades, era descomunal.
En un mundo de inversiones e interés, la peor inversión que podías hacer era en un pobre porque en el futuro no te daría ganancias.
Lo único que las personas hacían era pasar por al lado con la cabeza agachada mientras pensaban que tienen suerte de no atravesar aquella situación.
Por eso, no quise mantenerme en el molde. ¿Para qué quedarme de brazos cruzados si era capaz de hacer la diferencia?
Con la llegada de la luz del alba, me encaminé al pueblo que se encontraba a pocos kilómetros de distancia, con humildes obsequios que ofrecer.
Los juguetes y libros infantiles que no hacían más que juntar polvo en mi casa decidí entregarlos, era egoísta quedármelos sin darles algún uso. También, recolecté un par de manzanas con la finalidad de contribuir con sus estómagos vacíos, carentes de comida verdadera.
Sabía que mi hermana me hubiese apoyado, siempre tuvo un carácter amable con todo aquel que necesitara ayuda. El único problema era que no presenció la escena debido a sus problemas de salud que no le permitieron dejar la casa en los últimos días.
Una vez que llegué a mi paradero, me acerqué con delicadeza. La mujer parecía asustada y abrazó con más fuerza a sus hijos, como si fuera a quitárselos. Intenté no ofenderme de que pensó que era miembro de las legiones de Los Barrios. En todo caso, ¿qué sería mejor, morirse lleno de amor o vivir sin recuerdos de la infancia, sirviente de alguien?
— Alabada sea la magia. Hola, disculpe, señora, vengo a ofrecer estos presentes para ustedes—Empecé a entregar los objetos que con esfuerzo reuní. Ella ablandó su agarre— Sé que esto no es suficiente, que no los sacará de la pobreza, pero mi mayor deseo era echarle una mano, por más que sea pequeña, y no seguir de largo.
— Oh, niña, eres un ángel— El brillo que sus ojos adaptaron fue el único agradecimiento que necesité— ¡Por la lanza de Elena! No tengo palabras para expresar mi sentimiento de alegría.
— Es innecesario que diga gracias, solo ha sido un diminuto gesto.
— Te mereces el cielo entero por este pequeño gesto, mis plegarias irán a que tu vida esté llena de felicidad.

Mi casa se ubicaba entre los árboles de un terreno que usábamos para realizar distintos cultivos, el principal, manzanas.
Caminé sin apuros, disfrutaba el ingreso del aire fresco de la mañana a mis pulmones.
Con la llegada del gélido invierno, apareció esa sensación de cosquilleo penetrante hasta los huesos que se contrastaba a la perfección con el sol lleno de fortaleza que abrazaba mi cuerpo.
Siempre fue de mi preferencia la primavera, ya que podía ver todas las plantas contentas y llenas de vida, aunque no me disgustaba el clima helado de la estación actual.
El camino de tierra estaba marcado por las ruedas de los automóviles de mis padres y, a su final, se hallaba mi hogar.
La casa amarilla era grande y acogedora, resultaba agradable a la vista. Me parecía un sitio bonito, excepto por un retrato que siempre me intimidó.
La pintura demostraba un hombre de una mirada severa que incomodaba a cualquier persona que lo viera. Mis padres decían que era una antigüedad, incluso, previa al nacimiento de la primera reina.
Detrás de la puerta principal se encontraba la sala, en la que mi padre observaba las noticias.
Luego, venían la cocina y el comedor, ambos en la misma habitación. En estos, había una escalera que llevaba a los dormitorios y al baño.
— Oh, Ashley, alabada sea la magia, ¿Ya volviste del pueblo? ¿Qué necesitabas de allí?— Preguntó mi padre con voz serena mientras apagaba la televisión, siendo mi llegada el indicador de que era hora de trabajar.
Él era un hombre de mediana edad, la vejez ya lo comenzó a acechar.
— ¿Recuerdas esa familia que vimos el otro día, la que atravesaba una mala situación?— Formulé la respuesta que daría— Hoy decidí obsequiarles algunas cosas que Alice y yo ya no le damos uso, como juguetes y libros.
Omití la parte de las manzanas, si tus padres trabajaban de agricultores de manzanas y uvas, era mejor no decirles que tomaste su mercancía.
Unas manzanas podía alegrar un par de estómagos, pero también podía arruinar el negocio de otros. Lo cual requería moral para elegir que camino tomábamos, una sola manzana que se vendiera o donara marcaría una diferencia.
— Me llena de orgullo que te hayas vuelto una chica tan...
Sin dejarlo terminar de hablar, se escuchó a mi madre subir el tono de voz en la cocina.
Mi padre y yo intercambiamos una mirada de incertidumbre.
Me acerqué a la dirección del sonido para averiguar lo que sucedía.
Cuando ingresé, mi mamá apuntaba con su dedo severo a mi hermana pequeña, Alice, la cual era cuatro años menor que yo, no obstante, ambas compartíamos el mismo cabello castaño y ojos celestes.
— ¿Qué está pasando?
Mi madre, Janet, me observó y en su frente arrugada se reflejaba su enfado, acto seguido me respondió:
— Dile a tu hermana que hoy no puede ayudarnos, no con su estado de salud.
Comprendía que ella debía estar aburrida de pasar todo el día dentro de casa, pero sus mareos repentinos la dejaban incapaz de colaborar en las tareas de cuidar los cultivos.
— Alice, hasta que no estemos seguros de que te encuentras bien, no podrás ayudarnos— La miré directo a sus ojos para transmitir mi preocupación por ella.
En las mejillas de Alice surgió una tonalidad rosada.
— Estoy bien, lo digo en serio. Además, ¿por qué Ashley puede y yo no?
— Tu hermana tiene dieciséis años y dispone de buena salud.
Yo ya sabía lo que se avecinaba.
— ¿Por qué no me dejas hacer el esfuerzo?
Se acercaba más.
—  Porque lo digo yo, y punto.
Ya faltaba poco.
— ¡No me parece justo!
— No importa lo que es justo y lo que no, estás mal de salud— Tras una pausa, se giró hacia mí— Ashley, por favor, encárgate de cuidar los cultivos del sector de tu hermana mientras ella descansa.
Y ahí estaba, me tocaba lidiar con las responsabilidades de mi hermana, como siempre. Incluso cuando se encontraba en buen estado.
— Ashley, ¿Puedo decirte algo en privado?— Fue lo único que soltó la menor a la par que subía de manera acelerada por las escaleras, sin siquiera esperar a que le respondiera.
Janet suspiró agotada, llevó su mano a su frente y murmuró para sí:
— No tiene caso.
Fui tras mi hermana, asumí que se dirigió a su cuarto.
Entré a la habitación y un extraño olor azotó mi nariz, era una mezcla de humedad y tierra. Juraría que el mismo aire hacía presión sobre mis pulmones, como si los quisiera cerrar.
Su cama llena de mantas rosas se ubicaba en la esquina derecha, al costado había un escritorio con simpáticos peluches junto a una ventana tapada por una cortina que obstruía el paso de la luz del sol.
— ¿Qué sucede? ¿Por qué me traes aquí?— Pregunté extrañada, supuse que quería hablar en intimidad. A continuación añadí:— Hay un terrible olor, deberías ventilar un poco por acá.
En la espera de una respuesta, di con mi reflejo en el espejo que tenía en frente. Mi cuerpo era robusto y comúnmente vestía prendas sencillas que si se ensuciaban se pudieran lavar fácilmente. Esa debería ser la función de la ropa, tela cómoda que una mancha no le afectase.
— Sí... sobre eso...— Empezó a responder de forma entrecortada— Yo me sentía muy mal estos últimos días, y quería mejorar, entonces decidí investigar por mi cuenta. Tú ya sabes, nosotras dos nacimos con magia, no la podemos utilizar, pero...— Su voz se quebró— Si para poder recuperarme tenía que usar magia, aunque eso implicara pagar un costo, lo iba a hacer.
Ahora entendía el porqué de su gran mejora de la noche a la mañana, ella empleó magia. Eso también explicaba el aroma peculiar de su habitación.
En la vida habrán precios caros, pero ninguno era como el de hacer magia, ese era el peor.
Traté de conservar la calma que lentamente se hundía en un abismo de miedos.
La magia era un don que nosotras no gozábamos con la misma libertad que la Familia Real, en cualquier momento sucedería una catástrofe causada por la magia no privilegiada.
Las personas de la ciudad contaban con un chip insertado en uno de sus dedos para evitar usar magia por accidente y sufrir un mal no deseado. Nosotras, al no poseerlo, éramos clandestinas, lo que duplicaba el peligro. Nadie podía saberlo si no queríamos acabar en prisión.
— ¿Puedes dejar de caminar de una punta a la otra? Me estás mareando.
No me percaté de mi frenético movimiento nervioso.
— Alice— Mi voz sonó tensa, rasposa— ¿Eres consciente de que ahora vas a sufrir una consecuencia? No eres como las princesas que pueden usar su magia a su voluntad, la gente como nosotras sufrimos secuelas, la padecemos.
— Lo sé, y lo tuve en mente cuando investigué el hechizo, pero lo único que quería era seguir con una vida normal y salir a jugar, ver el mundo. En algún momento me sucederá una retribución y lo acepto— Un leve tinte de decepción por mi reacción acompañaba sus palabras— Dejemos de hablar del tema.
— ¡Ashley, ven, baja, hay que trabajar!— Gritó mi padre desde la cocina de la misma manera que mi voz interna hubiese querido gritar por la boca del lobo a la que se adentró mi hermana.
Sin embargo, cierta culpa se coló en mis pensamientos, ella solo quería su bienestar.
— Está bien, vas a colaborar con las tareas de hoy, pero te mantendrás al lado mío— Contesté, un poco molesta, y me apresuré para añadir:— Todo el tiempo.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora