El entrecejo fruncido de Crystal revelaba su resentimiento por el miércoles pasado.
Aún en mi mente resonaba las contestaciones irreverentes del tal Gregory.
No solo fue una falta de respeto a la Corona, también un peligro para la sociedad, ¿sin noviazgos ni amor como sobrevivirá el mundo?
Quizás en su momento él tuvo un habla astuta, pero no tenía una voluntad inquebrantable, al menos no al poder de la realeza.
No iba a tolerar un comportamiento inapropiado y tomaría cartas en el asunto, en mis manos estaba la capacidad de hacerlo.
Por lo que decidí enviarle un modesto regalo, unas galletas horneadas por mí.
Eran mi As bajo la manga, sin duda alguna, no eran alimentos ordinarios; hice uso de mi magia, como una especie de maleficio que le daría un castigo que brindaría paz y armonía.
Solo vinculé la necesidad de amor para que, al comerlas, entendiera lo que era vivir de verdad: buscar el amor y ser amado. No era la gran cosa, solo una represalia por su descaro.
Para prepararlas ordené que todos los trabajadores abandonaran la cocina, no era apropiado que civiles corrientes vieran trabajar a un príncipe.
Una vez que las empaqueté en una cesta, llamé a un criado para que las dejara en la oficina de correos de la E.T.A con estrictas ordenes de no abrir el paquete ni la carta que indicaba que las galletas eran exclusivas para Gregory.
Mi hechizo era exclusivo para el insubordinado.El clima en el exterior era frío (o eso me comentaron los guardias) mientras que en el interior, dentro de las comodidades del palacio, la situación ardía.
Elena se encerró en su cuarto desde que la crucé en el Parque Arcoíris, Albert estaba ocupado por los preparativos para mi cumpleaños, Ivonne continuaba loca y Emily no hacía nada más interesante que vagar en los sueños ajenos y cuidar de flores.
Decidí hacer un enorme esfuerzo por hablar con Elena respecto a lo que pasó el miércoles, mi cumpleaños era en tan solo dos días y no deseaba festejar con tensiones a mi al rededor.
En la mitad del corredor me detuve y toqué con suavidad la puerta.
— ¿Emily?
La voz de la princesa sonó detrás de la puerta.
— No, Crystal.
Apoyé mi cabeza cerca para escuchar mejor su respuesta.
— Oh, buenas tardes, larga vida a la Corona— ¿Algún día Elena perdería sus característicos modales?— ¿Qué quieres?
Me rasqué la sien pensando en las palabras que usaría.
— Bueno, Elena, ¿recuerdas que la otra vez tuvimos ese pequeño y casual encuentro en el Parque Arcoíris?— Hice una pausa para añadir:— Desde aquel día ninguno te ve, ¿estás enojada?
La piel de mi oído entró en contacto con la rugosa puerta.
— No, solo decepcionada.
— ¿Qué es lo que te decepciona?
— Robin es una persona amigable, se puede confiar en él, pero lo trataste tan mal que yo me siento avergonzada por permitirme intentar tener un amigo fuera del palacio. Por supuesto no saldría bien. Princesa de la guerra, nunca la paz encuentra.
La puerta, además de ser un obstáculo para la conversación, era una barrera protectora, cada uno por su lado sin que el otro vea su dolor.
Esta vez había una puerta física, pero a veces ni se necesitaba que hubiera una para que dos personas se escondieran tras ella.
— Te puedo conceder que sea alguien amigable, no obstante, no quita que no es normal.
— ¿Y qué es normal según tú?
Mi respuesta se hizo aguardar, vacilé en qué contestar al instante.
— Exacto, silencio— Escuché sus pasos a través de la puerta— Si con normal te refieres a lo que ves todos los días, eso no es normal, solo es común.
— ¿Te parece normal un hombre vistiendo falda? ¿En serio? Elena, por favor, entra en razón.
Me crucé de brazos con una mirada asesina a la puerta, como si ella pudiese verme.
— Quizás yo no sea la que tenga que entrar en razón, soy respetuosa con todos e intento entender a los demás siempre.
El tiempo se congeló por un momento, la sangre se heló en mi cuerpo y me sentí abofeteado.
— ¿Qué estás insinuando?
— Que nunca pones esfuerzo en nada que no te afecte personalmente.
— ¿Me estás diciendo egoísta?
Abrí la boca de par en par, no me creía lo que Elena afirmaba.
— Sí, te estoy llamando egoísta.
Inmediatamente mi sistema defensivo se activó para impedir que me humillara de esa manera, por lo que me apresuré en replicar:
— Me insultas de tal forma para luego decir que respetas a todos. Cuantas mentiras, Elena, deberías avergonzarte.
Elena soltó un resoplido con su orgullo intacto.
— Prefiero ser mentirosa, antes de hablar de culturas ajenas a la mía, como la de los elfos, de formas tan despectivas. Incluso antes de ofender la existencia de los demás por hacer lo que quieran con su cuerpo— La princesa espetó sin desperdiciar su sinceridad— Lo único que haces es ser egocéntrico, nunca pones una gota de comprensión en otras personas que no seas tú.
La sangre que recorría mi cuerpo hirvió igual que un cuchillo bajo fuego.
— Crystal, en dos días es tu cumpleaños diecisiete, ya es hora de que madures, a pesar de que seas príncipe, sigues siendo ciudadano y un buen ciudadano no vive en una burbuja de fantasía donde todo es perfecto y sales ganador— Como siempre, Elena se tomaba el tiempo de dar charlas morales. Pude percibir una mayor cercanía— Hay pobreza, hambre, enfermedades, no puede ser que lo único que te importe en esta vida es si un muchacho usa falda o pantalón, es ridículo.
En mi cara se dibujó una mueca a la vez que solté unas bruscas pisadas repletas de furia.
Ella hablaba de que yo no hacía nada, pero le resultaba fácil criticar mi inacción estando ahí aislada sin mover ni un dedo.
— Así jamás podremos contarte el origen de Edania— Elena apoyó una mano en la puerta.
Mis ojos pesaban, me sentía como un tonto, un bufón que fracasaba en su única labor de hacer reír.
— ¿Sabes qué, Elena? El mundo está mejor contigo allí encerrada.
— Que genial, me alegro.
Abandoné el pasillo tras su irónico comentario.
Elena no podía tener la razón, eso era imposible.
Pero, ¿y si no se equivocaba?
Mi corazón no quería ser egoísta, me dolía la idea.
Medité sobre la conversación por unos momentos hasta que llegué a la conclusión de que la única forma de probar que Elena se equivocaba era educarme.
En la biblioteca donde Emily y Albert me ordenaron mantener lazos cordiales con los elfos estaba la respuesta.
Lo que necesitaba era estudiar libros sobre la cultura y el mundo. De esa manera, nadie me podría decir que solo me fijaba en mí.
Anhelaba permanecer cubierto por mi burbuja protectora, pero no deseaba sentirme una carga para mis familiares. Necesitaba que estuvieran a mi lado, eran lo único que tenía y su validación la meta de mi existencia.
El resto no me importaba, solo ellos.
Ingresé dentro de aquel lugar donde las palabras y los saberes predominaban la atmósfera, no había vuelto desde la traición de los libros que me hicieron creer que los elfos eran criaturas hostiles e incivilizadas.
Me equivoqué al pensar que los libros acumulaban el saber por el paso de los años, no todo lo escrito por una mano hábil de hacía siglos significaba que sea verídico, todo siempre debía ser examinado bajo lupa.
Miré con recelo al rincón de esos clásicos que envenenaron mi mente.
A pesar de haberme engañado, quería tomarlos de nuevo. Quería leerlos una y otra vez, ya conocía ambas caras de la moneda, quizás solo merecían una oportunidad más.
Sin embargo, no podía permitirme caer dos veces con la misma piedra, así que mis piernas se dirigieron al sector de enciclopedias y libros de historia, ignorando por completo los antiguos clásicos, ¿para qué encerrarse en una única opción en un mundo de oportunidades?
Le puse alto al inconsciente de la utópica Edania, era hora de que abriera los ojos a lo que era en realidad.
Desplegué en par a par un libro sobre cultura de elfos.
Y me zambullí en la lectura.
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Traidores a la Magia
Novela JuvenilEl mundo jamás volvió a ser el mismo gracias a la codicia humana. Es así como nos encontramos en Edania, siguiendo las historias de cinco jóvenes, cuyos destinos se ven entretejidos en felicidades y desdichas dentro de una sociedad que se estamentab...