Capítulo 40🌹

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El pulso de Eric aumentó a medida que daba cada paso hacia el exterior.

Eventualmente, fue mi turno de luchar en el Festival del Florecimiento.
Mientras ascendía hacia las rejas que en instantes se abrirían, mi mente no se apartó del rostro preocupado de mi madre en Mordar.
Ella no podía acompañarme a la arena, no tenía dinero para viajar, así que Mary Margaret vino conmigo. De hecho, ella era quien estaba sentada entre el público apoyándome.
Pobre Olivia, debía estar pegada a la televisión rezando a todos los príncipes que su hijo sobreviviera. Sinceramente, desconocía si me dirigía en buena dirección o a una muerte segura.
Después de presenciar el combate del día anterior, me decanté de lleno hacia la espada. No podía arriesgarme a elegir un arco u otro tipo de arma que implicara largo alcance, por más que representara una ventaja inicial.
Sin embargo, en el arsenal, hubo un espacio vacío en el lugar del hacha, asumí que ya debió ser seleccionada por mi contrincante. Tenía lógica si consideraba que, en la planilla, marcaba que su familia se dedicaba a, en ciertas temporadas, ser empleados de tala de árboles, pero cuando no son contratados en eso, se veían obligados a juntar cartones.
La recolección de cartones era para su reventa y la tala de árboles era porque, cada vez que Los Barrios requerían peones que mataran los bosques, los contrataban, así seguían expandiendo sus exclusivos y privados suburbios y fingían humildad por dar trabajo a gente que lo necesitaba, esa era su excusa cuando se espetaba que era un trabajo sumamente dañino al ecosistema, siempre se podía justificar todo con el egoísmo humano en su primacía al resto de especies.
Por supuesto él era un No Mágico, jamás oí el caso de un Mágico que tuviera que pasar por tanta miseria y falta de dignidad. No negaba que quizás hubieran casos, mas eran ocasiones minoritarias en comparación de los No Mágicos.
La reja se empezó a levantar y, cuales bestias enjauladas, salimos en busca de la luz del sol.
Esta vez la Familia Real no vestía sus trajes antiguos, aunque seguían siendo piezas iguales de sofisticadas.
Su presencia era celestial, era como tener una obra de arte por encima que todo lo ve, ¿Por qué nos causa placer la idea de ser vigilados por la excelencia?
No pude encontrar a Mary Margaret, desde allí abajo las personas eran un cúmulo de pulgas, casi todas iguales.
De todos modos, el estadio lucía un poco más vacío que ayer.
— Mis valiosos guerreros, que el Festival del Florecimiento comience, que la mejor semilla sea la que se cultive— Indicó con una sonrisa el príncipe Crystal a la vez que sonaba una corneta— Y que el amor los proteja.
Mis ojos se posaron en mi contrincante, cuyo nombre era Miguel.
La audiencia estaba callada, mi cuerpo llenaba ese espacio con el sonido de mi respiración y mis frenéticos latidos.
Si quería volver a ver a mi madre tenía que salir victorioso. Una rabia del tamaño de una tempestad rugió dentro de mí, ¿acaso esto era justo?
No me parecía correcto que el festival fuera la única vía de escape que nos ofrecieron para mejorar nuestras vidas.
Él también debía atravesar mis sentimientos. Éramos iguales, dos caras de una misma moneda destinadas a luchar para saber cuál prevalecía.
Miguel comenzó a correr hacia mí y yo repetí la acción, sería un combate a corta distancia.
Por cada paso que daba mi corazón se aceleraba y bombeaba mi sangre con una adrenalina exasperada en cada rincón de mi cuerpo.
Yo tenía una leve ventaja sobre él. Decidí no usar armadura, sin su peso podía tener movimientos más rápidos y cortos, ahorrando energía y manteniendo el equilibrio. Sin duda, el combate de ayer, me sirvió de base a mi estrategia.
Poco a poco se nos acababa el espacio entre nosotros, mis nervios estaban a flor de piel.
Miguel arrojó un hachazo horizontal de derecha a izquierda. Me agaché como pude y aproveché la posición para intentar taclearlo.
Él respondió con fuerza en contra y se mantuvo de pie; sin embargo, el incómodo ángulo le impedía pegarme con el hacha.
Con tal de liberarse, me asentó varios golpes en mi espalda con el codo de su brazo libre.
Me aparté por el dolor punzante en la retaguardia y con la espada arremetí hacia él.
Mi contrincante esquivó el golpe, giró en sus talones y soltó unl como respuesta, logrando darme en la espalda.
Por eso se usaba coraza, aunque sea una abierta que simplemente cuelgue en los hombros.
Inmediatamente, experimenté un ardor creciente en esa zona mientras cierta calidez bañó mi espalda, sumada a mi hedor de sudor se formaba una mezcla de aromas humanos tan similares a la fragancia de un recién ejecutado vómito, repugnante y pegajoso como gente hacinada sin espacio de respirar.
Padecía la sensación de sangre escapando de mi cuerpo. Mi piel pareció como una prenda de ropa lista para cortar, solo que no permitiría que él sea el diseñador.
No me quedé inmerso en el sufrimiento y me volteé con la espada en alto.
Al parecer, el chico creyó que me quedaría quieto porque su reacción fue nula e hice un gran tajo en su brazo.
Lucía como si lo tuviera colgando, era capaz de ver su hueso en un río rojo de músculos y sangre.
En su momento de confusión volví a arremeter, esta vez directo hacia su cabeza, la armadura no le cubría ahí.
Quise poner fin lo más rápido posible, no era mi intención que padeciera un dolor prolongado.
Pude percibir que mi espada atravesó algo, pero no quise mirar el acto despiadado que cometía.
Me negaba a ver las consecuencias de mis propias acciones, incluso sabiendo que fui yo el que se inscribió en todo esto.
Me costaba respirar, cada inhalación era reducir el escaso aire disponible. Quizás era la culpabilidad al sentir el olor a sangre y crimen.
Aplausos resonaron, unos lentos de protesta y otros exaltados de emoción. Sin embargo, al fin y al cabo, eran aplausos, no importaba su entonación, significaba reconocimiento y admiración.
Cerré mis puños e intenté contenerme.
El príncipe Crystal en un danzante movimiento se levantó de su asiento entre aplausos y risitas.
— ¡He aquí ante todos, el ganador de la segunda ronda de la primera división del Festival del Florecimiento, Eric Freeman!
Algunos silbidos llegaron hasta mis oídos junto a las trompetas que festejaban.
Mis dientes castañaron, en mi mente observaba mi paupérrimo hogar y el horror cruel de reír por arriba de la realidad.
Una ola de ira se removía en mi interior. Chocaba en contra las barreras de la inacción y me demandaba responder.
Del frío cadáver retiré la espada manchada de aquella sangre que no era mía y apoyé su punta sobre el suelo de la arena.
En mi sien bajó un sudor frío, ¿Era correcto lo que hacía?
No importaba, quería mi revancha.
Di trazos de expresión y liberación a esos sentimientos que estaban atascados dentro mío desde que tomé conciencia de la realidad del mundo que me rodeaba.
Le dejé un preciado mensaje hacia la Familia Real y todos los Primeros Ministros que hubo. Era hora de que alguien les escupiera la verdad en su propia casa.
Me aparté de mi manifiesto y disfruté de leer la palabra "ASESINOS" escrita en su propia festividad con la sangre del deshumanizado Miguel.
Arrojé la espada al suelo y con mis manos hice el gesto de colocarme una corona en la cabeza. Dejé en claro a quienes estaba dirigido.
Si ellos hubiesen hecho bien las cosas, no habría gente como Miguel o yo, que solo tenían esta oportunidad de mejora en sus desperdiciadas vidas.
Unos murmullos se esparcieron como plagas, todos comentaban al respecto. Ojos abiertos de par a par, muecas de disgusto y pocas cabezas agachadas en una silenciosa sumisión a favor. Por supuesto, estos últimos eran  gran parte de otros participantes.
La mayoría estalló en abucheos en mi contra, rugiendo que me encerraran y pagara una condena.
Unos guardias con guantes aparecieron y tomaron el cuerpo de Miguel, así el enfermero lo podía cremar, o preparar para enterrar (en caso de que la familia lo haya solicitado) en la habitación de en frente de la enfermería, el lugar al que me escoltaron.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora