Capítulo 36 🌨

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Todo el mundo de Crystal estaba por cambiar.

Amaba la privacidad, era lo más cercano que tenía a la invisibilidad.
Estar detrás de una puerta cerrada, dentro de cuatro paredes, fuera de los ojos de cualquier persona era un verdadero paraíso. De esa manera, no habrían errores que cometer y que trajeran decepción a mi familia ni críticas ajenas.
Me posé frente al espejo, vistiendo una falda, perdido en la manera en la que abrazaba mi cuerpo y realzaba mi figura.
Absorto en la libertad de mis piernas al descubierto, una coqueta rebeldía que era de completa extrañeza para mi mente.
¿Estaba haciendo mal? ¿Estaba descubriendo?
La falda era preciosa, del tipo que visualmente hubiese dicho que le quedaba bien a una chica, cuando en el fondo me preguntaba porqué ella y no yo.
La repulsión me invadió por un instante, ¿Qué estaba haciendo?
Esto no era normal ni lo correcto, ¿Por qué me comportaba de esta manera?
Era culpa de Robin por tentarme, cerré mis puños. Él era la víbora que se colgaba en el árbol para ofrecerme como opción el pecado, era una plaga a mi perfección.
Aunque, tal vez, era una plaga a todo aquello que yo no quería ver.
Quizás sí estaba descubriendo porque estaba trayendo a la luz cosas que estaban en cubierto. No obstante, descubrir no es lo mismo que aprender, cuando descubrimos algo es debido a que en el fondo ya lo sabíamos y simplemente le quitabamos la protección superficial; en cambio, aprender, era más complejo, uno puede descubrir sin aprender.
Yo descubrí que mi cuerpo anhelaba vestir una falda y por eso odiaba a quienes la utilizaban, pero no aprendí a permitirme usarla.
Al contrario, aprendí a detestar a todo aquel que era libre de verdad mientras que yo estaba encadenado.
Llamenlo envidia o resentimiento. Para mí era justicia.
No podía tener mi sueño en su esplendor, entonces no quería nada ni toleraría a quienes lo cumplieran.
Aún hipnotizado por mi reflejo sacudí mi cabeza y aparté mis pensamientos traidores al camino del bien. Traidores a la tradición.
Sin duda alguna, había llegado mi día especial. El Festival del Florecimiento sería como un segundo cumpleaños, solo que más sangriento y con menos pasteles. La mejor parte era que el anormal (ese tal Robin) lucharía primero.
Me gustaría decir que fue buena fortuna, eso sería restarme crédito.
Me sabía de memoria la posición de cada una de las bolas cuando las escogieron, así que, cuando salió la bolilla once, fingí que era la número ocho. La táctica me salió perfecta y no tuve que hacer uso de la magia.
Me quité la falda y la escondí debajo de la cama.
La luz del sol traspasaba las finas cortinas e iluminaban la ostentosa habitación, repleta de lujos, arte y oro.
Al momento de alistarme alguien tocó mi puerta.
— Si eres la criada puedes pasar.
— Para tu mala fortuna, no lo soy— La voz de Elena resonó detrás de la puerta.
Le indiqué que ingresara a la habitación y cuando la vi me percaté de que aún no se había preparado para el gran evento.
— ¿Puedo preguntarte algo?
— Por supuesto, ¿por qué no podrías hacerlo?— Quise sonar cortés, Elena pareció tomárselo de otra manera.
— ¿Eres consciente de que poseer magia no implica que debas interferir en la vida de los demás?
Por la baja posición de sus cejas y el brillo particular en sus ojos pude notar que su paz estaba perturbada.
Sin embargo, me pareció que el comentario fue un tanto ridículo.
— ¿Qué? ¿Temes que ahora que sea mi Festival del Florecimiento e interactue con gente vaya a ponerme en modo tiránico y a controlar a otros?— Pregunté entre risas con la imaginación en alto.
— Deja de reírte, no es una broma— Sentenció la mayor, arisca, directa al grano— Por ahora tienes suerte de que no se sabe, no tienes idea de la situación en la que nos pondrías a todos si tan solo se difundiera.
Mi cara cambió de manera drástica tras esas palabras, ¿qué sucedía?
Aguardé en silencio, quise encogerme de hombros.
Elena inclinó sus cejas, defraudada por mi incertidumbre.
— ¿Qué le has hecho a ese muchacho?
En ese punto ya mi capacidad de compresión se excedió, no estaba para jugar a las adivinanzas.
— ¿Qué muchacho?
— El amigo de Robin.
Mis ojos se abrieron como platos y mi labio inferior tembló.
Ella lo sabía.
— Crystal, ¿qué has hecho?
Elena inclinó su cabeza al igual que una madre preocupada.
Respiré profundamente para contener mis emociones.
— Lo he hechizado. Eso fue lo que hice.
La princesa llevó su mano a la cabeza en súbito golpe, su decepción flotaba hasta en las partículas del aire.
— Fue por una buena causa— Excusé e intenté acercarme a ella.
Elena aumentó la distancia entre nosotros.
— No, no voy a permitir que hagas eso sea por buena o mala causa, no es excusa— Gesticulaba con sus manos, hecha una furia. Por momentos su dedo crítico me apuntaba, aunque por otros ni siquiera movía su mano, pero de alguna manera su dedo me seguía señalando— Te entrometiste en la vida de otro, ¿¡cómo eso no puede importarte!?
¿Acaso ella no podía comprender que Gregory despreció todo lo que el amor significaba?
— Oh, por favor, como si fueras una santa. No por nada eres Elena, la peligrosa— Mis palabras fueron una inyección letal. En ese instante, las cejas de Elena se arquearon y su rostro se arrugó con agresividad y sorpresa.
— Prefiero ser "peligrosa" que una vil víbora manipuladora, Crystal— Condenó mientras se dirigía a la puerta— Debería darte vergüenza. Más te vale salirte de esta hoy, sí o sí.
Acto seguido, cerró la puerta de un brusco tirón y yo continúe arreglándome frente al espejo.

El verdadero motivo de celebración del festival no era la lucha o los premios, era el homenaje a la reina Pearl, o mejor dicho, ex reina.
Así que la Familia Real se embellecía con las más finas telas para rendir tributo a esa época antigua de nuestra historia.
Me puse una túnica blanca que llegaba hasta un poco por debajo de mis rodillas acompañado a un largo trozo de tela celeste que recorría desde mi hombro hasta mi cintura, donde lucía una cinta del mismo color que el oro.
De hecho, en mi cabeza tenía una corona de oro que imitaba la forma de una corona de laureles.
Me pregunté porqué las túnicas eran socialmente aceptadas y no las faldas, ¿Cuál era la diferencia?
Cuando llegué a la sala del trono pude ver las sencillas, pero lujosas, prendas de los otros.
Emily usaba un largo vestido blanco con una cinta dorada bajo el busto, y su pelo castaño claro ya no estaba en su coleta alta de siempre, sino que estaba recogido en un moño.
Elena lucía el mismo peinado solo que junto a su vestido llevaba un chal lila delicado repleto de bordados y encajes.
En cambio, Albert, se veía similar a mí, solo que su túnica le llegaba hasta los tobillos.
— Ay, principito, te ves muy bien para la maldad que has hecho.
Albert puso los ojos en blanco.
— Emily, con eso no se sabe si lo estás felicitando o regañando— Gruñó el príncipe de las artes— Él debería arrepentirse de lo que hizo.
Genial, por culpa de Elena y el fisgón de Robin todos los dedos me señalaban con crueldad.
Con suerte, este día sería el fin de Robin.
— ¿Ahora todo el mundo me dirá lo mismo?— Le dejé una mirada asesina a Elena. Era su culpa por involucrarse— Es mi día especial y lo único que hicieron ustedes fue arruinarlo.
— ¿¡Escucharon!?— Preguntó Albert con un resoplido y observó a las princesas— Nos echa la culpa por responsabilizarlo de sus sucias acciones— Se cruzó de brazos— No hubieras hecho nada en primer lugar, así no tendrías que soportar que "todo el mundo" te diga lo mismo— Si pensaba que Elena era la más enojada era porque no había considerado la reacción de Albert.
— ¿Dónde está Ivonne? Quiero irme de una vez y cerrar esta ridícula conversación.
Los tres parecieron insatisfechos, así que decidí darles lo que querían. De todos modos, la victoria de hoy sería mía con la muerte de Robin.
— Sí, cuando acabe esto revertiré el hechizo— Puse los ojos en blanco— Solo espero que haya quedado en claro que no se menosprecia el amor.
A Elena se le fragmentaron los ojos en miles de cristales.
— ¿Incluso cuándo tú menosprecias el nuestro?

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora