Capítulo 30 🌨

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Las delicadas sábanas abrazaban el cuerpo de Crystal.

La cálida cama fue lo primero que me saludó al despertarme.
El colchón se mantenía firme en el soporte de mi peso, dandome la oportunidad de tirarme allí encima una y otra vez sin importarme de que se hundiera.
La habitación se llenó de luz, algún criado debió de haber abierto las cortinas.
La luz fue absorbida por mis pupilas. Me incorporé, por más de que quisiera quedarme acostado.
Mi corazón casi se escapa de mi boca al ver rostros conocidos al rededor de mí, gente que conocía de toda la vida.
— ¡Feliz cumpleaños, Crystal!— El cariño se reflejó en las palabras de felicitación de mis familiares.
Los tres se encontraban en el extremo de la cama, rebosantes de juventud y regocijo.
Hoy era mi día especial, solo para mí.
El cambio se avecinaba en el reino, hoy deberían estar todos en celebración de la fecha especial.
Todos amarían este día.
O ese fue mi primer deseo.
— Gracias, muchas gracias— Me entusiasmé, podría haber saltado de un brinco— No me esperaba despertar de este modo. Larga vida a la Corona.
Salí de las comodidades de la cama para acercarme a ellos.
Albert apoyó su mano en mi espalda y me guió hacia la amplia ventana.
— Finalmente eres un verdadero patrón.
Por debajo de mis ojos se extendió el paisaje de los jardines del palacio y más atrás, la ciudad, tan hermosa y tan dócil.
— Bueno, "patrón", será mejor que te apures y veas la sorpresa del comedor— Emily me dedicó una de sus sonrisas traviesas y me guiñó el ojo— Vamos, principito.
— Aún no me he puesto nada decente— Protesté con los labios fruncidos, Emily se rió.
— ¿En serio crees que a alguien le importa como vistes? Eres su príncipe, ellos deben estar agradecidos con tu mera presencia— Albert me empujó hacia la puerta.
Fuera de la felicitación inicial, Elena se mantuvo en silencio.

Dentro de los grandes pasillos cuando nos cruzábamos a alguien se limitaba a agachar la cabeza y soltar alguna plegaria.
— Alabada sea la magia— Murmuró una mujer que abandonaba las grandes puertas de nuestro paradero al vernos.
Me pareció reconocerla, ella era la dama de compañía de Ivonne. Eso significa que la reina se sumó al festejo.
Sin dudar, estábamos mejor sin su presencia.
Al ingresar la encontramos con las manos en la masa, o dicho con propiedad, con la boca en la comida.
Mis ojos se abrieron como los montones de platos que había allí, repletos de mis postres favoritos, excepto por uno que Ivonne comía.
— En este día el sol te sonríe, joven Crystal— Comentó la reina una vez que tragó el alimento. Supuse que esa era su forma de decir: "buenos días, larga vida a la Corona, feliz cumpleaños"— El gato viene a por ti.
Nadie quiso objetar contra el hurto de ese postre, Ivonne representaba la cabeza jerárquica de todos, ¿quién se opondría?
Además, todavía abundaban distintas delicias que solo nosotros podríamos disfrutar.
— Larga vida a la Corona. Buenos días, no esperábamos verte aquí— Si mis palabras pudieran definirse de un modo, serían como un dulce vino que escondían veneno en el fondo.
— Al parecer eran ricos esos macarrones— Soltó Albert en contemplación de la escena. Emily le dedicó una mirada asesina.
— Las nubes prevalecen— Ivonne contradijo sus palabras previas.
— Es hora de disfrutar de este banquete— Elena, tan correcta como siempre— Buen provecho a todos.
Tomé asiento en el centro de la mesa, donde la comida se concentraba.
— Recuerda que dentro de un rato es la ceremonia. Espero de tu parte que luzcas impecable.
Por suerte creía saber hacer eso, necesitaba aparentar fortaleza y perfección.
Mi segundo deseo era poder sostener mi imagen de divinidad.
— No te preocupes, Albert, para ser sincero, creo que hay otra persona de la que nos debemos preocupar.
Tres de los cuatro contrarios dirigieron su mirada a la impulsiva Ivonne, pero no era a quien refería.
— No estoy hablando de ella, me refería a...
— Que la gracia de Su Majestad te ilumine— La aterciopelada voz de Jesse Thomas irrumpió en la habitación, dejando a su paso puertas abiertas de par en par.
— Larga vida a la Corona— Recitó Elena por todos mientras que Emily y Albert captaban mi mensaje anterior.
— Feliz cumpleaños, Alteza— Felicitó Jesse Thomas, el Primer Ministro, acercándose a la mesa para tomar un pastelito de allí como si nada— Los preparativos para la transmisión nacional están listos, solo falta que llegue la hora.
— Bueno, con lo que dijiste antes Crystal, no te preocupes, con Elena ya nos adelantamos con eso— Albert prosiguió la conversación ignorando la irrupción de la persona de la que hablábamos— Buenos días, Jesse Thomas, larga vida a la Corona, agradecemos tu labor.
— No es nada, ¿Alguna necesidad más para este gran evento?
Se desorbitó ante el festín de desayuno en mi nombre, demasiada comida para un pobre mortal.
¿Habría ya Gregory comido las galletas hechizadas que le envié?
— Ahora que lo mencionas, acabo de recordar de darte esto— Elena sacó una caja de su abrigo que hacía juego con su vestido— Ten, nos gustaría que lo traigas puesto hoy.
Con su mano izquierda extendida le dedicó una sonrisa afable tan taimada como un zorro, sospechaba que era parte de su plan con Albert.
El Primer Ministro aceptó la cajita sin preocupación aparente.
Al abrirla abrió los ojos y alzó el broche de oro para que todos lo viéramos. Su forma era la de un corazón que dentro tenía una balanza de platillos, símbolo de Edania.
— Esperamos que sea de tu agrado— Un brillo resplandeció en Albert.
— Gracias, Majestades, es un gran honor apoyar a nuestro príncipe del amor con este corazón en su honor— Jesse Thomas dibujó una evidente sonrisa falsa, no supe si fue automática o accidental— Con esto asumo que estaré allí en la transmisión.
— Así es, luego te diremos cual es tu lugar— Emily le devolvió la misma expresión.
Ojalá no hubiesen asesinado a Richard Lewins, él era una persona que merecía de verdad el cargo de Primer Ministro. Aunque, esa historia, se las contaré más adelante, así que me limité en centrarme en mi odio a esos salvajes de las zonas bajas, por su culpa el disgustante Jesse Thomas llegó al poder.
En cualquier momento iba a ser mi momento de iluminar al pueblo y no quería que un mundano opacara mi promesa de prosperidad.
Él pudo haber sido elegido por el pueblo inculto, pero no quitaba que yo era la representación de su amor y devoción.
Ahí vino mi tercer deseo.
No permitiría que nadie se interpusiera en mi destino.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora