Crystal tenía una aburrida charla con Albert y Emily sobre sus responsabilidades.
Me estaba sintiendo peor que en la cena de la noche anterior.
Albert contó que la famosa cantante Astrid se iba a inscribir en el Festival del Florecimiento, lo que me hizo estallar en una carcajada que fue mal recibida. Me ordenaron que me fuera a dormir apenas terminase de comer con la excusa de que fue un comportamiento inadecuado.
A veces creía que eran inmaduros, bajo la consideración que tenían más de cien años.
Ellos pensaron que por mandarme a mi habitación me la pasaría amargado meditando en lo que "supuestamente" hice mal cuando, en realidad, estuve todo el tiempo con mi teléfono, atento a los diversos comentarios graciosos sobre la postulación de la cantante.
— Ey, ¿estás escuchando o te encuentras creando historias y escenarios en tu mente?— Emily chasqueó sus dedos con tal de llamarme la atención.
Volví a la biblioteca en la que era regañado, entre muebles caoba y el aroma característico a papel.
Prefería el olor de libro nuevo, pero allí dentro eran más viejos que nuevos. De todos modos, no compraba libros recientes, lo único que me gustaba leer eran los clásicos antiguos.
Era irónico admirar el arte del pasado y nunca conocer la verdadera historia.
Emily volvió a chasquear sus dedos.
Siempre me encantó el color de su cabello, ese castaño claro era precioso y reluciente, pero no cambiaría mi tonalidad rubia por nada.
Muchas veces me preguntaron el motivo por el que me teñí de celeste, ni yo lo sabía, no quería estar bajo la norma.
Sacudí mi cabeza e intenté apartar mis pensamientos de la noche anterior y el cabello.
— Bueno— Prosiguió Albert, su intención era evitar distracciones del tema— No te puedes burlar de esa forma de alguien. Estuvo fuera de lugar de tu parte.
Sus palabras eran pinches a mi ego.
— Pero es ridículo todo esto. Astrid es una chica alta, atractiva y que cuida su apariencia— Crucé mis brazos en forma de protesta— Claramente va a estar más atenta a no partirse una uña o a que no se le arruine el peinado en vez de luchar— Entrecerré mis ojos. Un simpático conejo no podía hacer nada ante cientos de jaguares— La idea causa mucha gracia, no pueden juzgarme por una simple risa.
— Cariño, estás equivocado— Replicó Emily con su característica sonrisa bufona. Era típico de ella, su actitud alegre era su mejor arma.
Albert, malhumorado, puso los ojos en blanco, como si yo fuese un comensal de harina con el que tenía que cargar.
— Emily está en lo cierto, no porque la muchacha se preocupe de su apariencia significa que sea inepta— Trazó su decepción en cada una de las palabras. Como la violencia física era ilegal, me dio una bofetada verbal— Tú te ves más tonto con esos ideales de que ser linda equivale a ser descerebrada.
Nos quedamos perdidos en la mirada del otro durante varios segundos. Los ojos avellanas de Albert eran iguales que una madera con musgo y, con su piel morena, me hacía recordar a los colores de la tierra. Sin embargo, el más cercano de la realeza a los dones naturales, era el fallecido James con su talento en animales.
Además de Albert, se sumaron los intensos cielos nublados de Emily, odiaba sentirme tan observado, tan juzgado.
No quería que mis familiares estuvieran decepcionados de mí o que me criticaran, haría lo que fuera por su amor.
El silencio sin argumento o excusa para justificar mi acción me hizo comprender que quizás yo sea el equivocado, aunque siempre existía la posibilidad de que ellos sean los erróneos.
A la misma velocidad que unas gotas de agua se deslizan para llenar un recipiente, empezó a pesarme la conciencia por haberme reído de tantos comentarios maliciosos ayer a la noche.
— Continuando con los asuntos que realmente importan...— Emily aportó otro tema de conversación igual que un mago saca cartas de sus ropas— Dentro de un día vendrán los elfos del viejo continente por relaciones diplomáticas. Para eso necesitamos que te comportes y no generes una guerra gracias a los malos modales.
Una escandalosa mueca surgió en mi rostro junto a mi ceño fruncido.
— ¿Tan poca fe me tienen?
— Sí, siguiente pregunta— Respondió Emily acompañada de su risita jubilosa.
Sabía que ella confiaba en mí y que lo decía en broma.
Aunque no se equivocaba, tenía mucho que objetar.
— ¿Cómo les vamos a permitir entrar a nuestro castillo a ellos? Son primitivos y salvajes. Seguro aún continúan cazando por su propio alimento en casas hechas de piedra y barro— Los elfos también eran personas como nosotros, solo que distintos, modificados— Y pensar que por eso se creen la gran cosa. Sencillamente, no puedo creerlo.
Emily y Albert se quedaron en blanco unos segundos, ellos debían reconocer que la razón era mía.
Antes era yo el que no tenía ningún argumento para respaldarse, ahora eran ellos los humillados.
Intercambiaron una mirada, ambos lucían pasmados.
— Has sonado como un anciano de mis épocas— Emily abrió los ojos con inocencia mientras Albert estallaba en una carcajada— Em... Mira, cielo, estás siguiendo un estereotipo antiguo de los elfos, en realidad, no son nada atrasados. Ese estigma incluso figura en los libros sobre los nativos de allí antes de ser elfos, es más viejo que Pearl.
— ¿Tienen automóviles y todo?
— Sí, tienen automóviles y todo.
Lancé un gruñido de frustración. Al parecer, era yo el que vivía en una burbuja, y eso era peor que vivir en la realidad porque quienes ya estaban fuera se la pasaban juzgando con la palabra "ilusos" al resto.
Albert y Emily abandonaron la habitación con una conversación peculiar.
— ¿Esta corbata queda bien con mi camisa?— El príncipe vestía demasiado formal para su verdadero carácter festivo.
— Es una combinación extravagante, linda...
Tras el sonido seco de la puerta un escalofrío recorrió mi espalda, me dejaron solo.
No me iba a quedar con la derrota.
Me dirigí a mi sector favorito de la biblioteca, donde los clásicos de la literatura edadiana.
Estos libros tenían entre quinientos y doscientos años de antigüedad.
Lo que más me encantaba de los clásicos era su escritura y el reflejo de la sociedad repleto de moralejas que aplicarían para siempre.
Busqué un libro en específico y lo empecé a ojear en busca de un fragmento en preciso.
Al hallarlo, solté una pequeña exclamación de triunfo.
Una porción de texto que describía a los elfos como criaturas incultas.
También me enseñaron que los libros nunca mentían y, menos, cuando tenían siglos de sabiduría, ¿Por qué habría de cuestionarlos en la actualidad?
En mi mente siguieron resonando las palabras de Emily que era un estereotipo más antiguo que la mismísima Pearl.
Los textos más viejos, casi ancestrales, estaban ocultos. Nadie encontraría acceso a ellos, excepto los miembros de la Familia Real, aunque yo no estaba incluido en esa lista.
Una vez Albert me dijo que cuando amara lo suficiente a Edania podría saber la historia de la unificación de América.
Solo que no sabía lo que era América ni porqué se debió unificar.
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Traidores a la Magia
Novela JuvenilEl mundo jamás volvió a ser el mismo gracias a la codicia humana. Es así como nos encontramos en Edania, siguiendo las historias de cinco jóvenes, cuyos destinos se ven entretejidos en felicidades y desdichas dentro de una sociedad que se estamentab...