Capítulo 11 🌹

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El exhaustivo viaje que Eric embarcó llegó a su fin.

Cuando el bus dio con su última parada me sentí libre de tanta travesía.
Inhalé hasta la última gota de aire que pude, unas lágrimas se acumularon en mis ojos, era hora de que mi barco zarpara e iniciara su propio camino.
Me limpié los ojos y pasé por mi equipaje con tal de marcar el fin definitivo al agotador viaje e ir donde vivía la tía de Sara, quien me alojaría.
Fue muy amable de su parte por aceptar darme hogar durante mi estadía en Battletown. Me propuse ser lo más gentil y cuidadoso posible para no serle una molestia.
Por suerte la parada quedaba cerca del departamento al que me dirigía. El nombre de su dueña era Mary Margaret Smith.
Sara la describió como su tía favorita por su carisma y espíritu servicial.
Caminé absorto en las facciones de la capital. De cierto modo se parecía a mi ciudad, pero, por algún motivo, tenía su propio encanto moderno, edificios estéticos y árboles relucientes.
En el centro era ruidosa y repleta de carteles luminosos, al contrario de su periferia, donde el color lila de las flores de jacarandá teñía las manzanas y aromatizaba el aire con la misma fragancia de la miel, mezclándose junto alas estructuras con balcones románticos de hierro y columnas de marmol. Incluso, en algunas calles estaba el legado del piso de adoquines del pasado.
Battletown era el único lugar en todo el reino donde existía un templo para cada miembro de la Familia Real.
Por eso, unos siglos antes, ser proveniente de allí era de mejor estatus ya que era visto como más elevado. En la actualidad la moda era ser de Los Barrios, ese espacio fuera de la ciudad en el que las familias adineradas ponían sus casas de veraneo o viviendas eternas con tal de no mezclarse con los ciudadanos ordinarios. Según ellos, son "la paz".
Existían algunos varones adolescentes que mantenían ese pensamiento de superioridad por nacer en Los Barrios, pero me burlaba de ellos.
Con mi mente de evitar gastos, a no ser extremadamente necesarios, no me planteé en pagar un automóvil que me llevase hasta mi paradero. Mis tobillos me detestaban por cargar con mi peso y el del equipaje.
Cuando llegué a la puerta del apartamento de Mary Margaret toqué tembloroso el timbre correspondiente al piso 1 y vivienda D.
Estaba por empezar a convivir en otro lugar diferente a mi casa, mis sentimientos eran una mezcla de ansias, entusiasmo y pánico.
Mordí mi labio inferior, los coches pasaban en la calle y el tiempo avanzaba, me preocupé de quedarme allí afuera en una ciudad desconocida. Saqué mi celular para llamar al contacto que me había pasado Sara.
— Emm... Hola, alabada sea la magia. Soy Eric, el amigo de Sara— Me presenté, dubitativo de si usaba las palabras correctas.
— Oh, alabada sea la magia, bienvenido, muchacho— Contestó con un tono cordial, para luego añadir:— ¿Llevas mucho tiempo esperando allí abajo? Ya voy a abrir.
Cortó la llamada y asumí que se puso a bajar las escaleras para permitirme el paso al edificio.
A pocos minutos la vi acercándose a través de la puerta de vidrio.
Ella era una mujer de mediana edad con pelo negro algo canoso y corto. Mary Margaret usaba gafas y detrás de estas se veían sus ojos marrones.
— Hola, hola, alabada sea la magia. Yo soy Mary Margaret, pero eso ya lo sabes— Saludó irónica— Ven, pasa, ya te estuve preparando la habitación de invitados.
En mi casa no había habitación de invitados, ¿quién tenía habitación de invitados? Me pareció muy asombroso.
Mary Margaret llevaba una falda de color rosa desgastado hasta las rodillas con una remera blanca y un abrigo del mismo color que la parte inferior del vestuario.
Avancé con pasos cortos, tímidos, y durante ese pequeño trayecto hubo un gran silencio en el que ninguno de los dos emitió más ruido que pisadas y respiraciones.
— ¿Escaleras o ascensor?— Preguntó ella cuando llegamos al final del pasillo, observando las dos posibles opciones para subir.
— Escaleras— Respondí, determinado.
De pequeño por poco me quedé atrapado en un elevador junto a mi madre en un centro comercial. Luego de eso no quise subir nunca más a uno, aunque a veces era necesario hacerlo, pero lo realizaba con mala gana.
Mary Margaret asintió y abrió una puerta que escondía las escaleras. Si bien mi maleta pesaba, era solo un piso, así que no tendría que cargarla por mucho tiempo.
Al atravesar las puertas del departamento, percibí el olor de coco.
Había una ventana en el extremo norte de la habitación, la cual disponía de una cortina beige. En el centro de la habitación reposaba un florero elegante sobre una mesa, este contaba con margaritas bellas. Debajo reposaba una alfombra circular que adornaba la sala.
En la pared izquierda había un sofá azul que lucía cómodo, a sus lados tenía dos mesillas de madera que llevaban una lámpara cada una. En mi casa no teníamos sofás, me emocionaba la idea de que hubiera uno. Amaba nuestro acogedor hogar, aunque me gustaría compartir un espacio así de grande con mi madre algún día.
En el lado opuesto del gran sillón había una televisión del tamaño que millones de hormigas la verían como nosotros a una montaña. Esta era sostenida sobre una mesa que poseía varios cajones.
— No mires todo tan fascinado, es un lugar simple— Bromeó Mary Margaret con una risa. Acto seguido me señaló un perchero al lado de la puerta para colgar mi abrigo. Llevaba puesta una chaqueta de aviador que pertenecía a mi abuelo, según lo que me ha contado mi madre.
Tomé mi maleta para que me indicase donde dejarla.
Marry Margaret movió la cabeza hacia una dirección para que la siguiera allí.
Avanzamos a un pequeño pasillo con cuatro puertas a la derecha.
— La primer puerta, la que está a la izquierda, es tu habitación. Al lado está mi dormitorio. La que está en la pared de la derecha es la cocina, y al final del pasillo, es el baño.
Asentí con la cabeza y le indiqué
que había comprendido.
— ¿Quieres conocer la capital o prefieres adaptarte a tu nuevo hogar?
Esa pregunta me vino como anillo al dedo.
— Hay cierto lugar que me gustaría conocer.
— Muy bien, dame tu equipaje, lo dejo y nos iremos.

Mary Margaret estacionó su coche a una manzana de distancia del templo de Pearl.
Nuestro paradero era fácil de divisar, una enorme edificación que ocupaba gran parte de la cuadra.
El panteón frente nuestro se nos alzaba a las mismas alturas de vuelo de un ave y su color predominante era de color marrón pálido, similar a una almendra. En la punta del santuario había una réplica a una llama de fuego hecha de oro.
Siempre quise conocer este lugar desde pequeño, era la meta de cualquier ciudadano de Edania.
El primer templo que rindió culto a la nueva religión.
Desde que Pearl demostró poder usar su magia sin recibir consecuencias se le concedió la corona sin duda alguna, y poco a poco, fue vista como una diosa, siendo así formadas nuestras creencias.
He oído un montón de historias acerca del lugar. Varias personas afirmaban que se fundó ahí ya que fue donde tuvo que luchar cuando quisieron matarla, pero otra gente simplemente cree que se puso allí porque antes había una gran plaza que actualmente fue reemplazada por edificios. Además, se rumoreaba que este edificio en preciso escondía secretos mágicos que la mismísima Familia Real se encargó que nadie pensara en acceder más allá de lo visible.
Un hombre se encontraba parado sobre unas cajas con un micrófono en la mano proclamando:
— Nuestra verdadera reina se volverá a levantar. Ella no pudo morir tan fácil, renacerá cual ave fénix. Ella puede ser cualquiera de nosotros, esperando el momento de alzarse. Ella es ante quien deberíamos arrodillarnos. Ella lo es todo.
Mary Margaret y yo intercambiamos una mirada de incertidumbre, la resurrección era una magia imposible, sino la propia realeza lo hubiese hecho e Ivonne no se hubiera vuelto loca.
Sabía que aún existían devotos de Pearl, pero a medida que pasaba el tiempo se extinguían más ya que ella no estaba presente para conceder milagros y brindar parte de su don, el único lugar en el que persistían era en Khams. En esa ciudad la veneraban y, por algún motivo, todas las personas con talentos musicales muy fuertes provenían de ahí, excepto Astrid.
No obstante, no era bien visto que la principal diosa a la que una persona rezara sea Pearl. Siempre decíamos "alabada sea la magia" por nuestros nobles milagrosos y su juventud eterna, que tu principal admiración sea hacia una reina muerta significaba que alababas algo inerte, el fallo de la perfección.
El Primer Ministro no era muy querido por la Familia Real debido a ese motivo.
Entramos al santuario y estaba repleto de turistas, en su mayoría lucían parte de Los Barrios.
Al ingresar se encontraban diversas vitrinas con joyas y otros objetos simbólicos. En el fondo se hallaba una gran estatua de Pearl con un enorme cuadro detrás.
La obra de arte la demostraba cantando entre llamas mientras que en los bordes había muchas personas con armas de cuerpo a cuerpo a punto de atacar.
— La Guerra Celeste— susurró Mary Margaret. La admiración en sus ojos me daba la pauta de pensar que visitó muy pocas veces el templo.
La principal fuente de luz provenía del montón de antorchas.
Demasiadas personas recorrían el espacio, cada uno absorto en la magnífica historia de Edania.
Un grupo eclesiástico pasó en frente nuestro. Era fácil reconocerlos, contaban con un brazalete de bronce y el color que les identificaba a que miembro rendían. Allí estaba la Suma Sacerdotisa del templo, la figura máxima de la religión.
Un coro de voces murmuró el saludo formal, cualquier persona que dedicaba su vida a servir a la religión merecía un trato semidivino, después de todo, eran las personas más alejadas al destino del pecado.
Caminamos por el lugar, perdidos en distintas reliquias que se vinculaban con la antigua soberana.
Todo parecía tan antiguo y tan nuevo a la vez.
El templo era precioso, aunque sombrío.
La reina Pearl había fallecido y ahora sus restos eran atracción turística.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora