Capítulo 23 🌄

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La palabra materna tensaba los agotados músculos de Ashley.

Me clavé las uñas en la pierna y castañé los dientes.
— Te la pasaste todo el día afuera mientras que yo estaba velando por tu pobre hermanita y rezando que La Curandera— Se refería a la reina Ivonne— le concediera su favor divino para su sanación. ¿Qué tienes que decir?
Me hubiese gustado responder que porqué seguía rezando, ningún milagro ocurría solo.
La luz del pasillo del hospital me golpeaba en la frente y el aroma a jabón y amoníaco se filtraba en mi interior.
— Estaba entrenando, ¿Cómo pretendes que sobreviva al festival si no me esfuerzo?— Me crucé de brazos.
— Nadie te pidió que te anotaras— Mi madre negó con la cabeza y se encogió de hombros, su oración fue una completa bofetada.— Y, en todo caso, ¿Por qué no seguiste entrenando? Si es que tanto te ausentabas por eso, ¿Qué haces aquí haciendo nada?
Quería gritarle y espetar que si en algún momento algo de lo que hiciera iba a ser suficiente para ella.
Nunca nada la satisfacía, todo era motivo de reclamarme, incluso si ella era la equivocada.
Era injusta, insensata y grosera, pero también mi madre.
Y no quería que pensara que yo no era lo suficientemente buena o que era débil.
No era mi intención odiarla, aunque sabía que enojarme era la única manera de sanar. No podía permitirmelo, así que lo guardaba en mi fosa interior para que se descompusiera como los alimentos que ingerimos y acabara bombeando por mi sangre a todas mis células.
Solo que cada frase dicha por mi madre dirigida hacia mí era una comida putrefacta, aquellas que el organismo tenía que expulsar o consumir hasta la muerte.
No podía expulsarla de mi vida, entonces, ¿Sería ella quien cavara mi tumba?
No quise continuar la conversación por lo que di con el frío picaporte en mi mano e ingresé a la habitación de Alice.
La normalidad de mi vida se sentía cambiada como si ya no existiera vuelta atrás.
Consideraba que a las personas les resultaba difícil aceptar el avance del tiempo porque era algo que no podían controlar. ¿Querías tener una buena salud? Te cuidabas, ¿Querías divertirte? Hacías la actividad que más te gustaba, ¿Querías descansar? Buscabas el momento y te despejabas, ¿Querías cambiar las cosas del pasado? No podías.
Provocaba irritación no contar con la capacidad del tiempo modificar.
El arrepentimiento de no haber disfrutado los momentos que compartí con mi hermana era desolador.
Tuvimos nuestras discusiones en las que acabamos gastando más tiempo en berrinches y enojos en vez de disfrutar de la vida juntas.
Bajo la luz del hospital, bajo el cielo cayendo sobre mis hombres, bajo la mirada de todo lo divino, solté las palabras de un juramento.
Me prometí no dejar que los males me dominen jamás. Daría lo mejor de mí, era la única manera que conocía de alcanzar el éxito. Era la forma en la que toleraba y aceptaba mi existencia.
Era preferible tener una vida en la que aprendía y movía los hilos para superarme que vivir una llena de lamentos.
Por ese motivo me levantaba todos los días a entrenar para sobrevivir al Festival del Florecimiento y lograr salvar a mi hermana. Así, de ahora en adelante, podríamos ser felices juntas, y nunca más volver a lamentar el tiempo invertido en peleas sin sentido.
Yo no elegí que Alice estuviera enferma, ni mucho menos que partiría sin disfrutar a pleno una relación buena conmigo, pero, lo que sí podía elegir, era luchar para en el futuro ver a todos felices y yo ser parte de eso.
Toda la tarde entrené, ansiaba que el esfuerzo fuera la llave al éxito.
El Festival del Florecimiento era peligroso y yo no era una persona de riesgos.
Mientras me instruía en resistencia, la imagen de Robin apareció dentro de mi mente, solo uno podía ganar, y eso me daba lástima. Él era una persona tierna, en caso de que tuviera que matarlo, la culpa me agobiaría eternamente.
Minutos antes, me contó sobre que siguió mi consejo y gracias a eso pudo afrontar las miradas que recibió en la escuela cuando se anunciaron los candidatos del evento. No lo iba a negar, me llenó de orgullo.
Ojalá no estuviera en esta situación, así Robin podría ganar sin tener que asesinarme, aunque, de no ser por esta condición, no lo conocería y no me sería relevante que muriera o no. Ni siquiera me importaría el festival como a muchos, sería ajeno a mí.
Tampoco estaba bien culpar a Alice por su salud.
Yo recordaba lo que era tener doce años, empezaba a ser consciente del mundo y sentía que podía dominarlo. Alice comió la manzana de la tentación y usó la magia, su intención era otra.
Mi hermana estaba acostada dentro de las sábanas blancas que la envolvían en la camilla del hospital.
Cuando miraba su suave rostro con el ceño fruncido a la par que dormía me daba cuenta del tiempo que pasaba.

Hacía unos años atrás, ella era una asustadiza niña pequeña en una cálida noche del veraniego enero.
Aún recordaba los ligeros golpes que le dio a mi puerta para saber si podía pasar. En aquel entonces, yo era un alma nocturna, sentía necesidad por entregarme a las altas horas de la noche con tal de usar mi celular hasta la madrugada.
La invité a pasar, quería estar al tanto de lo que le sucedía. Ella se acercó con el sigilo de un gato y me preguntó:
— Ash, no me siento cómoda durmiendo en mi habitación. ¿Puedo pasar la noche contigo? Allá está oscuro y no me gusta, al menos aquí estaré contigo y segura.
Jamás pude rechazar las cosas que tenían que ver con el bienestar de mi hermana, entonces acepté.
— Claro que sí, eres bienvenida a estar conmigo siempre que quieras.
Finalmente, a mi lado encontró la paz que buscaba y luego de eso pudo afrontar las siguientes noches sola porque tenía la certeza de que en la otra habitación estaría yo con los brazos abiertos dispuesta a apoyarla en todo.

Pero, ahora, nos hallábamos en esta fría realidad en la que ella era la que dormía y yo no.
Alice no descansaba por sueño, su expresión adolorida lo decía todo. Era su única manera de escapar del malestar constante.
Y a mí me afectaba verla así.
Era feo estar consciente de que un ser querido encontraba salvación en desconectarse del mundo y dormir cuando debería estar disfrutando de la vida.
No era capaz de tolerar que mi hermanita estuviera en ese estado tan horrible.
Debido a esto, mi deseo de triunfo en el Festival del Florecimiento se eferveció, la victoria iba a ser mía sin importar cuanto tuviera que entrenar.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora