Capítulo 27 🌄

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La piel de Ashley se estremecía ante el gélido aire.

Adoraba el invierno hasta que llegaba la peor parte, la lluvia que consigo traía la helada. Lo único que lograba era destruir todos los cultivos que con esmero cuidábamos. Era el típico día que, de estar en mi hogar, sería tedioso.
Sin embargo, no me hallaba en mi casa y no estaba luchando con plantas muertas, sino que me encontraba en la imponente ciudad cuyos edificios dificultaban el paso del viento y que crecieran árboles. No era normal, los humanos detestaban la naturaleza porque no era un invento que se podían atribuir a sí, entonces hacían lo posible por reprimirlo.
Ayer recibí una peculiar invitación por parte de Robin.
Hoy patinaría sobre hielo con él.
Sabía que una de sus pasiones era patinar, pero dudaba que yo fuera capaz de hacerlo.
Desconocía sus intenciones, simplemente de un día para el otro lo sugirió y yo acepté; aunque, por culpa de esta pequeña juntada, gastaba tiempo de entrenamiento para el festival, así que me tuve que tomar el tiempo de duplicar el ejercicio, no quería ser una causa perdida, el esfuerzo iba por encima de todo.
No importaba los tirones musculares ni el cansancio, debía ser firme con mi empeño de sobrevivir. Así, ni mi reprochadora madre podría decir que era una buena para nada.
Aún no le conté sobre mi amigo de la capital a mi mamá, no valía la pena hacerlo, me iba a dar las típicas advertencias de no ser amiga de desconocidos y, realmente, sentía que no tenía porqué importarle.
Bajo la falsa excusa de ir a correr, me fui en "secreto" a reunirme con Robin.

El sitio era inmenso, similar a un parque enorme, me hubiese gustado que Alice lo viera.
Me encontraba en la cúspide de las escaleras que, al descenderlas, daría inicio con la actividad.
En la cima la vista era majestuosa: la pista a su máximo esplendor, las personas patinaban en una sintonía de círculos perfectos, las ropas invernales predominando en la gente y la autoridad que otorgaba estar allí eran parte del encanto de la entrada.
Por más de estar dentro de una instalación, la supuración helada del aire erizaba mi piel.
Comencé a bajar con cuidado hasta que en la mitad di con Robin sentado en uno de los bancos con los ojos perdidos en su interior.
Pareció captar mi mirada y se levantó del asiento a la vez que una sonrisa se dibujó en su rostro.
— ¡Que emoción estar aquí contigo! Alabada sea la magia, bienvenida a la pista de patinaje sobre hielo de Battletown— Exclamó Robin una vez que llegué a su lado.
— Dicen que en la vida hay que probar cosas nuevas, así que, aquí estoy, alabada sea la magia— Devolví su saludo con alegría, a pesar de la culpabilidad que mordía mi nuca por salir a pasar tiempo con un amigo en vez de estar pendiente de la penosa Alice.
El olor cítrico del hospital y el dolor muscular ya saturaron demasiado mi cerebro.
Necesitaba una nueva experiencia que no involucrara un esfuerzo físico grande; mi cuerpo exigía relajarme del intenso entrenamiento del día previo, aunque no debía quejarme, era necesaria la fuerza y resistencia para sobrevivir a la primera ronda del festival.
Un pequeño bostezo se escapó de mis labios, anoche no dormí suficientes horas.
— Normalmente no patino sobre hielo, soy el otro tipo de patinador, pero consideré que lo mejor sería llevarte a este lugar, resulta impresionante, aunque sea una vez— De inmediato entendí que Robin se refería a que quizás podría ser mi última vez disfrutando de experiencias novedosas como esta— Ven, vayamos a la barra a retirar patines.

Luego de probarnos un par de calzados, decidimos dar comienzo con el patinaje.
Al no haber hecho nunca una actividad como esa, debía admitir, que me aterraba un poco.
No me gustaba que la gente me viera fracasar, por más que fuera consciente de que no tenía experiencia lo que hacía común fallar. La idea de que me pudieran catalogar como disfuncional me hacía apretar los dientes con decepción.
Casi todas las veces renunciaba al plan de probar pasatiempos nuevos por eso. ¿Para qué intentarlo si ya sabía que no me saldría bien?
— Si lo necesitas, podemos comenzar al lado de la barandilla, no tengo problemas en eso.
Robin me sonrió y apoyó sus pies en la pista.
— Gracias, será de ayuda— Pronuncié las palabras con la dificultad de la piedra del orgullo interfiriendo.
Nos unimos a la multitud de personas que rondaban allí.
Sabía que iba a ser difícil, y de todos modos, me decepcioné tras caerme en los primeros dos pasos.
Mis latidos se aceleraron por la vergonzosa caída y me mordí el labio. Robin me extendió su mano para levantarme.
— Perdón por eso, intentaré hacerlo mejor, lo juro por la reina Ivonne— Junto a la disculpa un rubor se asomó en mis mejillas.
— No es necesario que digas eso, está bien, te podrás caer mil veces y mil veces te ayudaré a levantarte— Robin y su encantadora amabilidad clásica. Con timidez acepté su mano tendida.
No sabía si era por la caída o el entrenamiento de ayer, mi cuerpo ardía cada vez que movía la pierna hacia delante. Aunque, si era por el ejercicio, valió la pena esforzarme el doble, sino tendría que haber cancelado el plan de Robin para reunirnos hoy.
No obstante, la tensión de mis músculos me podría haber vuelto loca en ese momento.
— Es un espacio bonito de visitar, ¿no?— Los pies del contrario se movían sin esfuerzo alguno, como si fuera una habilidad automática. Robin nació para flotar.
El hielo estaba en perfecto estado, impecable. Me hacía recordar al rocío congelado en escarcha durante los días más gélidos del año en los cultivos de mi hogar, era familiar.
— Fue una buena idea traerme aquí, Rob— Contesté centrada en no perder el equilibrio de mi cuerpo.
— Me alegra que hayas aceptado.
Avanzamos a nuestra propia velocidad, no existían prisas ni temores.
La atmósfera del lugar abría el corazón de par en par, lo que daba permiso de ingresar a la alegría. Todo el frío del hielo era neutralizado con la calidez humana del disfrute y las risas.
El azul en las paredes resultaba tranquilizador, a él debía transmitirle armonía por ser su color preferido.
Siempre que apoyaba uno de mis pies en el suelo congelado, otro tipo de magia fluía en todos mis huesos, la felicidad.
La compañía de Robin me hizo adorar cada segundo que transcurría allí, florecía en mí una sensación de seguridad que ni en la caja fuerte más resguardada se podría igualar.
Mi cuerpo perdió la rigidez e inició a realizar movimientos más ligeros, metiendo en una bóveda oculta al dolor muscular de entrenar.
— No es tan difícil como parece, ¿verdad?
En sus ojos verdes había un brillo especial.
— Tienes razón, creo que ya lo domino.
Por instantes, mi mente se engañaba a sí misma y flotaba, como si todos los problemas del ayer fueran solo cadenas que me ataron al suelo, pero ahora, estaba en el cielo volando, solo Robin y yo.
Si tan solo Alice pudiese vivir estos pequeños gustos del mundo y los momentos preciosos que la aguardaban. Su desgracia hizo que yo esté allí disfrutando con Robin mientras ella recaía en el halo de la muerte.
El paraíso que se desplegó por unos segundos en mi mente se disolvió porque, una vez más, me caí.
La risa de Robin llegó hasta mis oídos y extendió su mano a mi frente.
— Vamos, reina del hielo, solo una vuelta más y ya podrás descansar.
Tomé con firmeza su mano, por suerte, sabía que él me asistiría.
— Patinaste muy bien— Reconoció y asintió con la cabeza— El problema fue que apoyaste demasiado peso en la pierna izquierda, una reacción involuntaria de sabotaje propio, no es nada, con el tiempo lo controlarás.
— Me gustaría poder hacerlo ahora, así no tendría que ser una decepción andante.
— No eres una decepción andante, solo principiante.
Puse mis ojos en blanco.
— Significa lo mismo dicho de otra forma.

Cuando finalizó aquella última vuelta, ya podía sentir las ansias de volver a juntarme con Robin en el futuro, solo que no sabía si habría futuro gracias al Festival del Florecimiento que se acercaba cada vez más y más.
Él me sacó de la rutina y me dio uno de los mejores recuerdos en toda mi vida.
Sin embargo, las aguas calmadas se perturbaron tras devolver los patines al establecimiento.
— Fue magnífico estar juntos, espero que te hayas podido relajar.
Una bomba de incertidumbre estalló en mi consciencia.
— ¿Relajarme? ¿Relajarme de qué?— Indagué en el asunto con la cabeza inclinada a la izquierda y una sonrisa forzada.
— Ya sabes, de tanto estrés y esfuerzo físico que haces por el Festival del Florecimiento— Fue la inocente respuesta de Robin, sin saber que jugó con fuego— Sé que estos días has sido persistente, pero quería que pudieras relajarte por una vez. Es lo mínimo que puedo hacer para que no te sientas demasiado presionada.
Al igual que una olla hirviendo, mis emociones entraron a punto de ebullición.
— ¿Sabes qué es irónico?— El peso de mis cejas se incrementó— Ayer hice el doble de entrenamiento solo para poder venir a patinar aquí contigo.
Robin frunció el ceño, decepcionado.
— ¿Por qué? Eso es tan injusto...
— Lo injusto es que yo tenga que gastar los pocos días de preparación que son lo único que puedo hacer para ganar el Festival del Florecimiento y salvar a mi hermana— Interrumpí con tal de explicarme— Ella está muriéndose en un hospital por no poder pagar una inútil cirugía y yo mientras tanto salgo a patinar y a disfrutar de la vida que no tiene oportunidad de llevar.
Me crucé de brazos, se extinguió la euforia previa.
— Por eso mismo, ¿no te das cuenta que estás exhausta? Esto te sirvió para relajarte.
— Vaya forma de relajarme, haciéndome cargar con más peso de entrenamientos en un solo día, no sirvió para nada— Murmuré para mí misma, pero, a la vez, suficientemente alto para que escuchara.
— Y quizás no te sirva de nada tu insufrible entrenamiento, no te da una garantía de triunfar— Soltó un suspiro repleto de hastío, él también estaba enfadado.
— Al menos me da una oportunidad y seguridad.
— Me produce lástima que para tener seguridad en ti misma tengas que recaer en el exceso de responsabilidades hasta llegar al malestar.
Sus palabras fueron punzantes cuchillos que me hicieron tajos.
— Y a mí lo que me produce lástima es que seas un ignorante que no aprecia el regalo de la vida y familia, tú no lo tienes todo en juego, yo sí y lucharé para no perderlo.
Un fuerte galope resonaba en mi cabeza por los bruscos latidos de mi corazón que se aceleraban con cada palabra, acumulando nerviosismo con ira.
— Tengo una vida sana y buena familia, pero no significan nada si no sabes disfrutar, se trata de apreciar los pequeños momentos del mundo y aprender a descansar cuando hay sobrecarga.
— Momentos en el mundo van a haber muchos, una vez que mi hermana esté a salvo.
¿A dónde se esfumaba el diálogo amable cuándo nos enfadábamos?
— Estás siendo terca, solo escúchame por un minuto...
— No, tú escúchame por un minuto. Mi hermana, Alice, está en el hospital y...
— Y ahí vamos de nuevo con el cuento de la hermana enferma.
Robin revoleó sus ojos, la conversación disgustaba a ambos.
— Quéjate lo que quieras, solo vives en una burbuja porque tu vida es muy linda y perfecta, siendo un Mágico bien parado.
Mi lengua incontenible solo buscaba perforar. Mi imparcial juicio fue nublado por la furia y ensordecido por palabras de odio dichas sin pensamientos previos ni delicadeza.
— Mi vida no es perfecta, salgo a la calle y la gente me detesta por vestirme como quiera, por ser yo mismo.
— Al parecer eres bastante cobarde para ser tú mismo, lo único que sé de ti es que te sientes desdichado, al igual que yo nunca estaré feliz si lo pierdo todo por no trabajar duro. Apuesto a que en el fondo te inscribiste por mera ambición.
El muchacho esbozó una mueca horrorizada.
— ¿Qué dices? Me inscribí por un bien social y alzar la voz por quienes no pueden gozar de vestirse a su gusto.
— Cuando liberaste tu malestar conmigo jamás me lo mencionaste, debo asumir que aún temes la reacción ajena, así que, dime, si no te aceptas tú mismo, ¿Cómo te aceptarán los demás?— Torcí la nariz con una sonrisa sarcástica de burla.
— Te equivocas, sí me acepto a mí mismo.
— Pues, no lo demostraste conmigo.
Robin resopló y cambió su peso de una pierna a otra.
— Muy bien, ponte a sacar tus garras para ocultar tu obsesión por el trabajo.
— No es obsesión, es mi deber con mi familia.
— Tu familia no te permitiría que te abrumes tanto, hasta ellos te dirían que descanses e impedirían que vayas a tu muerte. Eso es lo que una familia verdadera haría.
— Mira, ya es hora de marcharme, tengo que hacer unas compras y mañana a las 9:30 tengo que ir al hospital de nuevo— Ni siquiera pude mirarle a los ojos.
No sabía si existía un equivocado y un correcto, verdades o mentiras, pero la discusión no llevó a ningún lado.
En este punto los dos tragábamos nuestras lágrimas y ya no queríamos exponer más nuestras cicatrices para atacarnos.
Solo quedó una cosa por hacer:
Retirarnos.

Traidores a la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora